SI ME PERMITE

El horizonte del migrante no siempre es aventura

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“El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas, el migrante mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance”. Isabel Allende.

A quien le toca migrar está sujeto a las más diversas experiencias y vivencias, tanto para sí, que está en el proceso, como también para los que quedan atrás y que posiblemente estén esperando a que regrese.

Es muy cierto aquel dicho tan antiguo de que el migrante ni es de aquí ni es de allá, porque está esperando encontrar algo por lo que soñó y posiblemente nunca se llegue a cristalizar.

Por esta misma razón, quien deja su tierra y su gente entiende que nada es semejante a lo de uno y a la tierra de uno, porque al pertenecer a ella siempre tiene alguna esperanza y posibilidad de lograr algo, mientras que todo lo demás es simple posibilidad.

Una realidad innegable es que el migrante es el centro de atención por donde vaya pasando, y cuando todos lo contemplan, él para sí es un solitario que por más que explique la razón y los motivos de su estado de migrante nadie lo comprende. Únicamente si se encuentra con otro semejante que vive la misma realidad puede llegar a ser solidario con él, pero la historia es única y ninguna semejante a otra.

Este 18 de diciembre será recordado como el Día Internacional del Migrante, una fecha con la que muchos podrán identificarse para plasmar su historia única y también sus seres queridos que han quedado atrás con sentimientos encontrados para esperar un final feliz y una alternativa para mejorar, la cual, si bien puede cumplirse, no es para todos y los que lo logran lo recuerdan con matices que lloran sangre.

La historia nos registra desde la antigüedad innegable que el ser humano continuamente ha estado migrando para buscar una mejor oportunidad. La gran pregunta que debería plantearse es si los migrantes surgen porque el prójimo que los rodea no les brinda una oportunidad en su propia tierra y por ello migran, o si aunque se le ofrecen alternativas el ser humano, en su modalidad de soñador, siempre mira las lejanas tierras mucho más favorables que las que está pisando.

Cuando nuestro mundo es un rompecabezas de idiomas, culturas y costumbres, el que inicia una vida de migrante tendrá la complejidad de querer conservar lo suyo, por lo que marcará como un extraño y al mismo tiempo querrá asimilar la nueva vida que se vive en la tierra que ha migrado para lograr sus sueños y poder convivir con los que ha escogido para su nuevo círculo de relaciones.

Esta vivencia, cuando uno la observa, es toda una complejidad a la cual no le encuentra explicación, porque no es lo mismo para un niño que migra y lo ve todo como una aventura y juego para pasarla bien, cuando sus mayores están viviendo pesadillas inexplicables para poder disipar todas las adversidades y así poder vivir tranquila y productivamente la nueva vida que han iniciado.

Una de las tareas para nuestros días, para los que vivimos en nuestra tierra y con nuestra gente, es tener una apertura para con los migrantes y antes de emitir juicio de por qué está en lo que está, saberlos escuchar, para poder, de alguna manera, extender una mano solidaria en la transición que ellos viven, considerando que los humanos somos por naturaleza muy gregarios y queremos ser parte de un grupo y parte de una comunidad.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.

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