EDITORIAL
Otra imprudencia de Jimmy Morales
El presidente Jimmy Morales ha incurrido en un nuevo derroche de imprudencia, al atribuir a Mario Antonio Sandoval, vicepresidente de este periódico, una frase con falsedad y mala intención clarísimas, pues, “según le comentaron”, expresó que habría dicho “las noticias malas se venden solas, y por las buenas noticias hay que pagar”.
Una soberbia muestra de estulticia que nunca pudo haber sido pronunciada por nuestro vicepresidente. Es un contrasentido porque este medio ha rebatido siempre la idea de creer que existan noticias “malas” o noticias “buenas”. Las noticias son y reflejan los acontecimientos de un país, sociedad o comunidad. No existe tal disparate ni mucho menos un medio que pueda sostenerse bajo el falaz criterio de presentar solo noticias buenas, salvo que su patrocinio provenga de fuentes interesadas.
El criterio al respecto de las malas noticias ha sido una de las herramientas de los gobernantes intolerantes, incapaces de tener una visión autocrítica de su gestión, viven adormecidos por una rosca de aduladores que les venden paraísos de humo, donde la vida pública transcurre tras un velo de falsedad que los hace ver de manera distorsionada el acontecer cotidiano.
Un ejemplo de ello ocurrió ayer mismo, durante el discurso presidencial en el aeropuerto La Aurora, a donde acudió con bombos y platillos a inaugurar parte de la remodelación. Es la tercera ocasión que lo hace, con tal desfachatez que cada acto es presentado como gran acontecimiento, cuando a ese aeropuerto le siguen faltando reformas que aún no se cumplen y las que se hacen son de carácter obligatorio porque podría ser devastador no atender los requerimientos internacionales. En seguridad, sobre todo aérea, no se puede hablar de celebrar mientras falten medidas. Un aeropuerto es seguro o no. Punto.
Las palabras del presidente reflejan abatimiento, frustración y encono hacia los medios independientes, los únicos que han tenido una actitud crítica hacia este mal Gobierno, hoy calificado entre los más corruptos. Ha sido el principal protagonista de acciones por favorecer la impunidad y eso podría explicar las razones de su absurdo intento por ser ofensivo.
A lo que más debería prestársele atención no es al intento específico de descalificación, sino a la más profunda intención de este Gobierno de iniciar una campaña de desprestigio contra los medios de comunicación ajenos al gobernante, tal y como ha sido la tónica de su ahora principal aliado, el alcalde Álvaro Arzú, quien se ufana de repetir, una y otra vez, su dicho de que “a la prensa se le pega o se le paga”, lo cual no ocurre en este periódico.
Pero sí debe preocupar que ante el desgaste del actual Gobierno, por su incapacidad para llevar a cabo cambios estructurales en muchos indicadores de rezago, se busque acallar a las únicas voces críticas contra los políticos. Sería desafortunado, porque hasta ahora ningún político ha logrado salir airoso ni impoluto del ejercicio gubernamental.
En cambio, si alrededor del presidente y de políticos marrulleros se aglutinan personajes oscuros, con vocación tiránica, eso sí puede constituir una seria amenaza a la libre emisión del pensamiento y a la labor periodística, vulnerable cuando la institucionalidad es además una de las más deterioradas del mundo y donde mucho del irrespeto a las normas y a derechos fundamentales emana de quienes tienen poder.
Morales no es el primer presidente que arremete contra Prensa Libre, ni será el último, porque cuando la labor periodística se ejerce con independencia y con apego a los hechos, siempre habrá más de algún político extraviado, borracho de poder, capaz de perder el rumbo, como el actual mandatario.