EDITORIAL

Patraña electorera de Daniel Ortega

Hoy se realizará en Nicaragua uno de los actos políticos más vergonzosos en la historia de Centroamérica: la farsa electoral que le dará a Daniel Ortega su cuarto mandato presidencial, y el tercero consecutivo. Tiene el agregado que inicia lo que se puede calificar como una “matrimoniarquía”, a causa del ascenso a la vicepresidencia de Rosario Murillo, lo que consolida el omnímodo poder de ambos.

El Daniel Ortega de hoy no tiene relación alguna con el guerrillero del movimiento sandinista que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza en 1979. Por su capricho de permanecer en el poder a toda costa, se aseguró de evitar las repetición de los resultados electorales de 1989 y 1996, cuando los nicaragüenses lo sacaron del poder por medio de elecciones que no pudo manipular y le dieron la presidencia a Violeta Chamorro y a Arnoldo Alemán, respectivamente.

La pareja Ortega-Murillo, junto con numerosos de sus parientes, tiene el control de todas las entidades legales, en especial las relacionadas con el simulado proceso eleccionario que termina hoy. De esa cuenta, el Consejo Electoral hace un tiempo decidió de manera arbitraria cancelar la participación de la principal fuerza de oposición del Partido Liberal Independiente. Los siete que participan no tienen ninguna importancia ni posibilidad.

Por si no fuera poco, la Asamblea Nacional despojó de sus curules a 28 diputados opositores, con lo cual queda cerrado el círculo para que las elecciones de hoy sean un ejercicio de pantomima solo útil a los allegados al régimen para que tanto dentro como fuera del país puedan atreverse a hablar de legitimidad de ese régimen, inexistente.

Murillo, la vicepresidenta desde hoy, ha sido vocera y en realidad el verdadero poder tras el trono. Se encarga de relacionarse con el pueblo nicaragüense igual a como lo hacen todos los politiqueros populistas. Lo realiza por medio de mensajes cotidianos a través de la radio y la televisión, plenamente consciente que controlarlos es fundamental para la permanencia indefinida en el poder, al que con su marido regresó luego de un igualmente cuestionable proceso que calificó de mayoría a menos del 40% de los votos.

Lo que ocurre en Nicaragua hoy es igual a la situación del país durante los tres decenios de la dictadura somocista. Por ello, muchos de los líderes revolucionarios del originario Frente Sandinista de Liberación Nacional se han retirado a vivir, decepcionados y en silencio, los últimos años de su vida, mientras otros expresan su rechazo tanto dentro como fuera del país.

En otra de sus acciones reveladoras de sus espurios intereses, Ortega declaró que permitirá la presencia de representantes de la Organización de Estados Americanos, pero no en calidad de observadores. En ese contexto es válido el llamamiento a no votar, hecho por grupos opositores, porque aunque el resultado ya se sabe, que sea con participación muy reducida. Dentro de la actual coyuntura política centroamericana, la simulación electorera nicaragüense significa el peligro de que cuaje en otras fuerzas políticas antidemocráticas de la región, el mensaje de que el poder se puede mantener a toda costa.

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