EDITORIAL

Retador escenario para Luis Arreaga

Ningún embajador de Estados Unidos en Guatemala ha pasado inadvertido y aun quienes han sido apáticos han dejado su huella en el país, principalmente en temas relacionados con la estabilidad política, programas de desarrollo y otros de menor trascendencia.

Las circunstancias de cada época han sido cruciales para determinar el nivel de involucramiento de los diplomáticos estadounidenses. Los dos hechos anteriores que más marcaron las relaciones bilaterales fueron John Puerifoy, con su intervención, hace más de seis décadas, en el derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, y luego el asesinato del embajador John Gordon Mein, en 1968, a manos de un comando guerrillero.

Ayer inició de manera formal su misión diplomática el nuevo embajador de Estados Unidos en Guatemala, Luis Arreaga, quien arriba al país en medio de una vorágine política, a causa de la proliferación de casos de corrupción, abuso de poder y extralimitaciones en las que ha incurrido la clase política local.

El país se encuentra en un su mayor expresión de anormalidad, causada principalmente por los numerosos casos de corrupción en los que están acusados los más altos cargos de los tres poderes del Estado, y eso ilustra el complejo escenario en el que deberá desempeñarse el nuevo diplomático estadounidense, quien además no pudo hacer una transición normal y debió acelerar los pasos para asumir el cargo, como nunca antes se había observado.

Arreaga viene a encontrar un país sumido en su peor crisis, de gobernabilidad, porque más de cien diputados encaran señalamientos de abuso de poder o de impulsar leyes en su beneficio y a favor de la impunidad. Pero también cuando un presidente enfrenta un numeroso grupo de solicitudes de antejuicio y críticas fundamentadas sobre su cuestionable proceder al haber recibido un sobresueldo con recursos del Ejército.

A la crisis de poderes del Estado se suma el chusco espectáculo que brindan los más altos magistrados de la Corte Suprema de Justicia, incapaces de elegir a su próximo presidente, no porque sea difícil encontrar al candidato idóneo, sino porque también en ese organismo existe un notorio y lamentable interés en unir esfuerzos con la clase política para favorecer a los delincuentes de cuello blanco.

Quizá ese lúgubre panorama explique la acelerada llegada del nuevo embajador, quien ayer, luego de presentar sus cartas credenciales, reiteró los pilares sobre los que descansará su misión: prosperidad, seguridad ciudadana y buena gobernanza, pero tampoco puede ignorar la situación que vivió su antecesor, quien recibió acres señalamientos y sufrió una larga y orquestada campaña de desprestigio por sus abiertas críticas a la clase política.

Quizá por la vía de la gobernanza, como uno de los ejes de trabajo del nuevo embajador, se pueda encontrar la ruta para lograr que la influencia de esa sede diplomática se materialice en cambios sustantivos que conduzcan al restablecimiento de la confianza entre quienes han tomado la vía opuesta al fortalecimiento de la institucionalidad, y más bien han optado por contrarrestar los esfuerzos en el combate de la corrupción, flagelo con enorme impacto en otras expresiones criminales.

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