La vergüenza del transfuguismo
Se debe comenzar indicando que este fenómeno es uno de los más claros resultados del subdesarrollo político del país y de la manera como funcionan las agrupaciones nacionales conocidas de manera inmerecida con el nombre de partidos políticos, sin serlo realmente. Esto es consecuencia de como están organizados y actúan tanto en los procesos políticos como en los períodos de gobiernos derivados en las elecciones que se realizan de manera periódica desde 1985, pero que en la práctica no han significado ningún avance en la política nacional, sino todo lo contrario.
En los países donde existen partidos reales, estos tienen su cantera de participantes, que con el tiempo desarrollan una carrera política y por ello avanzan desde etapas de la llanura hasta las cumbres de las organizaciones. Debido a ello se desarrolla una lealtad de participación, una amistad entre los que integran las promociones de participantes que se convierten en dirigentes.
En el caso de Guatemala, la participación en política se reduce al ingreso a una entidad de escasa vida pasada y futura, casi condenada desde cuando nace a morir en pocos años, la mayoría de las veces cuando salen de la política quienes los organizaron y se convirtieron en sus dueños. Ese es el caso de todos los partidos fundados desde 1985 a la fecha, con el agravante de que los ciudadanos consideran tales acciones como naturales y normales dentro de la actividad política. Cualquiera llega a cualquier partido y al carecer del espíritu de pertenencia, se abre la puerta a la cleptocracia y a todos los abusos presentes durante todos esos años.
El número de diputados, por ejemplo, de cada partido al comenzar un período presidencial no guarda relación alguna con la cifra que tienen al final del período. Cuando los vientos de batallas políticas electoreras comienzan a soplar, se llevan de un partido a otro a quienes se cambian de partido por motivos de compra de voluntades, sobre todo. El caso de la diputada Leslie Buezo es patético: seis cambios de partido en este período, lo mismo que ocurre con Marvin Orellana. Ambos personajes tienen en común solo ser conocidos por su transfuguismo y no por sus actividades en el hemiciclo.
El transfuguismo es una de las pruebas más fehacientes que provoca decepción, asco y vergüenza. Al enterarse de cómo funcionan los parlamentos de otros países, se evidencian las razones por las que los gobiernos de Guatemala no pueden ser tomados en serio. Se mezclan la certeza de la impunidad y de la forma casi pusilánime de ser de los guatemaltecos, a quienes todo esto parece no importarles.