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Amelia Weymann: Un anecdotario en las artes

Primera arquitecta egresada de la Usac, una de las primeras bachilleres en Ciencias y Letras del Instituto Belén e incansable coleccionista de arte, aborda su recorrido profesional y vital.

La arquitecta y coleccionista. (Foto Prensa Libre: Cortesía Amelia Weymann)

La arquitecta y coleccionista. (Foto Prensa Libre: Cortesía Amelia Weymann)

A sus 79 años, Amelia Weymann habla con la misma valentía y convicción que tuvo durante su adolescencia, cuando junto a otras compañeras se dispusieron a tocar puertas en el Ministerio de Educación y el Congreso de la República con un solo fin: que les garantizaran a ellas y a las futuras alumnas del Instituto Belén la posibilidad de estudiar el bachillerato en Ciencias y Letras.

Lograrlo supuso un primer gran mérito para Weymann, incluso uno mayor que el de ser la primera mujer egresada como arquitecta de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) en 1968. Reconoce que se trata de un gran logro, pero sin la oportunidad de graduarse de bachillerato no hubiese podido llegado a las aulas de la facultad donde tanto ansiaba formarse.

Aquella experiencia universitaria fue crucial. En ese espacio coincidió con arquitectos como Jorge Montes, filósofos y artistas de la talla de Roberto González Goyri o Guillermo Grajeda Mena, quienes la acercaron, incluso más, a la estética.

Mientras estudiaba comenzó una pequeña colección de arte que posteriormente unió con la del abogado y notario José María Palacios -otro “erudito por las artes”-. En 1976, tiempo después de casarse, Palacios y Weymann comenzaron una misión tan personal como ambiciosa: coleccionar arte guatemalteco desde lo prehispánico hasta lo contemporáneo.

El proyecto tomó el nombre de Fundación Nacional para las Bellas Artes y la Cultura (Colección Palacios-Weymann), que en la actualidad alberga más de cuatro mil piezas nacionales. El proyecto camina con la mira puesta en concretar un sueño: concluir el Museo Arte Guatemala que la propia Amelia diseñó.

¿Cómo transcurrieron sus estudios durante la adolescencia?

Estudié toda mi secundaria en el Instituto Nacional para Señoritas Belén, donde formaban maestras, pero yo no podía serlo; no tenía la vocación. Quería estudiar una carrera que implicara matemáticas y arte.

Con siete compañeras fuimos al Ministerio de Educación y logramos que se instituyera el Bachillerato [en Ciencias y Letras] en Belén. No queríamos salir de la institución porque teníamos unos profesores maravillosos.

De no ser por eso, yo me hubiera tenido que salir del colegio en tercer año, ya que, al ser vocacional, en ese momento había que seguir Magisterio. Nos costó implementar el Bachillerato porque tuvimos que dar vueltas e ir hasta el Congreso. Al final, conseguimos que crearan la carrera.

Cuando me gradué, sabía que me identificaba con la carrera de Arquitectura. Directamente entré a la Universidad de San Carlos en 1964, y me gradué primero que todas mis compañeras en Arquitectura. Yo realmente no me lo propuse, pero cuando me di cuenta, fui la primera mujer en graduarme de la facultad.

Antes de eso, ¿qué factores propiciaron su interés por las artes y la matemática?

Desde que me gradué de bachiller estaba interesada en estudiar algo relacionado con matemática, pero no quería ser ingeniera. Descubrí que acababan de inaugurar la Facultad de Arquitectura en la Usac. También tuve la inquietud por el arte. Hubiera querido ser artista, pero como no tengo las facultades, siempre estuve interesada en el tema.

¿Cuán meritorio considera el reconocimiento en ser la primera mujer graduada de arquitecta por la Usac?

Sí lo creo, pero tuvo más mérito ser una de las primeras bachilleres en el Instituto Belén, porque eso nos costó. Además, el mérito es porque fui abanderada de la primera generación.

Años antes de su ingreso a la universidad tuvo lugar el apogeo del movimiento moderno en la ciudad. ¿Cómo recibía esta información durante la carrera? ¿Le inspiraba lo que ocurría en el ambiente?

Acto de graduación de Weymann en 1968. (Foto: Cortesía Amelia Weymann)

Cuando estudiaba no se trataba de querer hacer las cosas como otras personas. Era un mundo en el que deslumbraban los logros de los compañeros o de arquitectos internacionales.

Todo era un deslumbramiento frente a la arquitectura, que es como un tema amplio de cultura general; implica dosis de admiración a la estética. Para mí eso era fundamental: vivir cerca de lo estético y tener una formación en ese sentido.

¿Cómo fue la experiencia en las aulas de aquella primera generación de arquitectos?

Estaba rodeada de compañeros con una buena educación y una actitud muy respetuosa hacia mí como persona y como mujer. Me quedé con compañeros y amistades para toda la vida.

Había un máximo de 50 personas. Empecé a estudiar cuando la facultad estaba en la 8a. avenida de la zona 1 y luego se trasladó a la Facultad de Ingeniería. Era un turno largo, pero durante una época en la que no era peligroso circular.

Mientras estaba en el segundo año, comencé a trabajar en la Municipalidad de Guatemala, en el departamento de Planificación. Estando ahí obtuve una beca técnica en Marsella (Francia), donde estudié por algunos meses acondicionamiento del territorio.

Desde su apreciación estética, ¿qué impresiones tiene de la arquitectura que se gesta en el país actualmente?
Pienso que hay un gran número de arquitectos muy valiosos. Debido a la globalización, hay información acerca de movimientos en otros países, hay mucha influencia. Puedo decir que es una arquitectura con características internacionales.

¿Qué aspiraba como arquitecta durante su carrera universitaria?

No pensaba que yo fuera a convertirme en una gran arquitecta. Lo que me interesaba y deslumbraba era tener conocimiento de la historia de la arquitectura, del desenvolvimiento de eso maravilloso que estaba pasando en el mundo y lo comparaba con mi mundo en Guatemala, donde no pasaba.

Realmente fue para mí una época muy linda. No fue de gran proyección a futuro, sino proyección de vivir, experimentar y formarme dentro de lo artístico.

Después de graduarme de arquitecta tuve la suerte de casarme con una persona también erudita en arte. Mi esposo era abogado que se formó a sí mismo. Era muy culto y apasionado por la estética. Juntos hicimos una gran colección de arte en 1976, y es a lo que me dedico ahora.

A partir de la colección, ¿qué le evoca el proyecto Fundación Nacional para las Bellas Artes y la Cultura, un acercamiento entre piezas únicas y la población?

Es verdaderamente increíble que las autoridades guatemaltecas no se preocupen porque los estudios, desde secundaria hasta los profesionales, tengan conocimientos del arte y de la historia. La historia es la manera en la que se va a conocer la identidad de nuestro pueblo, que es motivo de gran admiración.

Hay un desconocimiento descomunal de toda nuestra historia y la del arte. Eso nos motivó junto a mi esposo. Hablábamos tanto del tema que decidimos crear un museo para exhibir no solo nuestra colección, sino también exposiciones contemporáneas.
Mas allá del valor histórico que tiene para Guatemala la colección que crearon, ¿qué ha significado para usted?

Un motivo en la vida… una aventura. Acaparó gran parte de mi vocación y de mi hacer cotidiano. Nos dedicamos mucho tiempo a construir algo y seguir buscando piezas. Me dio una grandeza de saber de dónde proviene mi identidad.

Me da mucho orgullo y satisfacción. No dejo de sorprenderme y de tener el gran agrado de ver el desarrollo del arte en Guatemala, así como la tristeza de ver que no se valora. Por eso es necesario hacer archivos.

Vestíbulo de FUNBA, donde se alberga la colección de Weymann y su esposo. (Foto Prensa Libre: Alejandro Ortiz)

¿Cuál es la pieza qué más aprecia de la colección?

Me han hecho esa pregunta: qué pieza rescataría si hay un terremoto o un fuego. Yo digo que la que tenga cerca (risas). No tengo una preferida, son más de cuatro mil.

Pero una pieza especial es de Magda Eunice Sánchez, quien fue mi compañera en la universidad. El día que hice mis exámenes privados me regaló un cuadrito muy lindo, en el cual la mitad es negra y en la otra hay un pez verde. Magda me dijo que esa era yo: el pez nadando en la oscuridad que salía hacia la luz. Le tengo un especial cariño.

Mientras trabajaba en la municipalidad todo mi sueldo se iba en piezas arqueológicas, por ejemplo. Fue algo que me llenó. Hacer una colección es no poder parar; le da mucho sentido a la vida porque exige estudiar e investigar de dónde vino, cómo vino, cómo es eso, de qué época.
No puedo decir que tengo una especial, pero me refiero a esa en particular porque hay una anécdota.

ESCRITO POR:

Alejandro Ortiz

Periodista de Prensa Libre especializado en temas sobre cultura y bienestar, con 5 años de experiencia.