Revista D

Ideario infernal y celestial 

Existe una posición teológica, pero los escritores también tienen sus posturas.

El paraíso, según La Divina Comedia de Dante, está compuesto por nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se encuentra la Tierra. En el primer cielo están los beatos. Foto Roberto Villalobos Viato.

El paraíso, según La Divina Comedia de Dante, está compuesto por nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se encuentra la Tierra. En el primer cielo están los beatos. Foto Roberto Villalobos Viato.

Los pensamientos sobre el cielo y el infierno se cuentan por millares. De hecho, cada quien tiene una concepción sobre esos lugares, si cree en ellos, claro está. 

Según las imágenes arraigadas dentro del cristianismo, en la entrada del reino celestial hay un gran portón, el cual es custodiado por San Pedro. Adentro hay luz y ángeles, músicos con arpa y mucha paz. En cambio, se pinta al infierno como un lugar plagado de demonios rojos y donde hay tormento, fuego y depravación.

Este ideario, por supuesto, tiene raíces antiguas. Estas son algunas ideas expuestas sobre esos mundos antagónicos.

Tenebroso

Nada más aterrador que el letrero colgado en lo alto de la entrada al infierno, según el clásico literario La Divina Comedia: “Los que aquí entran, despójense de toda esperanza”.

Dante Alighieri narra su propio descenso a ese sitio desesperanzador, lleno de gente que sufre, llora y donde se pronuncian “hórridas blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira y roncos gritos al son de manotazos”.

Esta obra ha sido tan influyente que, incluso, se considera como uno de los pilares de las ideas religiosas occidentales. Inspiró a notables artistas como Miguel Ángel, Gustave Doré o Sandro Boticelli.

San Agustín, en el siglo VI, también jugó un papel clave en el desarrollo de la doctrina cristiana sobre el eterno infierno ardiente —la Iglesia empezó a defender esa idea desde el siglo III, pero fue oficializada hasta el siglo XV—.

Escribió que en ese lugar, también llamado lago de fuego y de azufre, “atormentará el cuerpo de los condenados”.

Ambos tuvieron influencias literarias anteriores. El guía de Dante por el infierno fue Virgilio, poeta romano del primer siglo antes de Cristo. En su poema épico La Eneida, el héroe, Eneas, también es llevado por un recorrido por ese lúgubre y tormentoso sitio.

A la vez, las ideas de Aristóteles y Platón cobraron fuerza en la doctrina legada por San Agustín.

La Enciclopedia de Filosofía de Stanford destaca que “uno de los acontecimientos decisivos en la filosofía occidental fue la eventual fusión de los pensamientos griegos con la religión judeo-cristiana y las tradiciones bíblicas. San Agustín fue una de las figuras principales que provocó esta mezcla”.

Hace poco, respecto del infierno, el papa Francisco dijo que “la Iglesia no condena a nadie para siempre”, lo cual ha chocado entre los sectores radicales del Vaticano, que se basan en la teología aristotélica y en los principios de San Agustín, en los que el pecado mortal y el miedo al castigo eterno son fundamento.

En otras culturas

La noción del castigo eterno aparece en otras antiguas civilizaciones, como las de Mesopotamia, India, Egipto y Grecia.

En la cultura sumeria, Innana, diosa celeste, viaja al reino inferior y oscuro, el Kigallú, donde reina Ereshkigal.

Entre los mayas aparece Xibalbá, que es poblado por seres tenebrosos.

En Grecia existía un abismo denominado Hades, situado en el centro de la Tierra; mientras, los judíos concebían una morada para los muertos buenos y otra para los malos.

Hacia arriba

Sobre el cielo también existe un sinfín de ideas, las cuales datan de hace varios siglos.

El escritor Lewis Brown, en su libro Este mundo creyente, recuerda al dios egipcio Osiris, quien fue muerto y después “volvió a vivir. Fue milagrosamente resucitado y subió al cielo; y de acuerdo con el mito, ha estado allí, viviendo eternamente”.

Prosigue al mencionar que tales ideas también estuvieron presentes entre los babilonios y las tribus bárbaras en Grecia, las cuales llegaron desde Tracia o Asia Menor. Afirmaban que en el cielo había un lugar para todos los seres humanos, sin importar si fueron pobres o perversos. “El único requisito era que la persona tenía que ‘iniciarse’ en los secretos de la secta (…) Entonces la salvación le era asegurada”.

En la mente

Osho, filósofo y líder espiritual indio, decía que tanto el paraíso como el infierno están dentro de uno mismo. “Si puedes ser feliz viviendo en una cabaña, también podrás serlo en un palacio, porque quien crea el mundo a su alrededor es uno mismo. En cambio, si te disgusta la cabaña, también te disgustará el palacio —este último aún más, porque es más grande—. Será un infierno exactamente igual; con más decoración, pero un infierno decorado no es el cielo”, escribió en El libro de la nada (Hsin Hsin Ming).

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