Escondido entre los riscos y la tupida vegetación se alza en solitario el Castillo Dorión, una construcción de estilo medieval que despierta la curiosidad de cualquier turista.
Para conocerlo de cerca hay que seguir la ruta de la antigua carretera que bordea el Lago y luego desviarse por un camino de terracería.
Esta propiedad privada, a la que solo se puede ingresar con permiso, tiene un área frontal de unos 500 metros, aproximadamente. Un estrecho camino se hace paso entre el monte y las nubes de mosquitos.
Tres guardias resguardan el añoso castillo que se yergue bajo la sombra de árboles de amate y una alfombra de hojas secas. El paso del tiempo lo convirtió en territorio para murciélagos y vándalos. Pero hace más de siete décadas este inmueble fue testigo de una historia de amor.
Adoración, fiestas y cine
El castillo fue construido por el empresario Carlos Dorión Nanne, de 1935 a 1938, sobre un terreno cedido por el general Jorge Ubico.
Se dice que su propietario levantó este chalé para una amante, pero este dato no se pudo comprobar…
Dorión Nanne era familiar de Marta Lainfiesta Dorión, esposa de Ubico, además de tener parentesco con el presidente por su abuela paterna, Josefa Elisa Klee.
Se cuenta que durante la tradicionales fiestas de la Pepesca de aquella época se llevaban a cabo en dichas instalaciones “Noches venecianas”, a las que acudía Ubico, y en las que se hacían viajes en lancha de remo entre El Morlón, residencia de Ubico y el Castillo.
Por su peculiar diseño sirvió de escenario para la filmación de las películas Tesoro del fantasma y El triunfo de los campesinos justicieros, protagonizadas por el actor guatemalteco Rafael Lanuza Martínez.
En 1980, la familia Delgado compró la propiedad.
De las cenizas
El castillo ha dado vuelo a la imaginación de los lancheros, quienes afirman que en su sótano habían túneles donde torturaban a prisioneros durante el gobierno de Ubico. “Era de la familia Gorrión”, afirma uno de ellos.
Por su colindancia y el abandono de sus instalaciones, las hermanas del Monasterio Ortodoxo de la Santísima Trinidad, con sede en Amatitlán, lo tienen bajo su custodia desde hace un año, al igual que el chále vecino.
Sin condiciones sanitarias y eléctricas, las religiosas se han encargado poco a poco de fumigarlo, reparar puertas y poner cedazo en las ventanas, con el fin de convertirlo en un lugar de recreación para los 50 niños y jóvenes de la residencia San Miguel, en Amatitlán.
Los arbustos se asoman sin piedad entre las torres de piedra. Quizá dentro de poco tiempo las risas de los niños le devuelvan la vida al viejo castillo.