Cuando miramos el mapa, las islas de las Antillas hacen pensar en un vado de piedras. Algunos investigadores en ciencias humanas y sociales incluso las perciben como un tipo de “puente terrestre”.
Esta concepción es discutible: si bien es cierto que la distancia de una tierra a la otra es a menudo reducida, como para permitir a un viajero de salida divisar su próximo destino, hay también intervalos considerables, así como poderosas corrientes.
Al extremo occidental del arco antillano, unos 200 km separan Cuba de la península de Yucatán, y una corriente particularmente veloz fluye por este paso conocido como el Canal de Yucatán, exponiendo barcos vulnerables a ser arrastrados hacia el Golfo de México o la Florida.
Estas condiciones geográficas explican seguramente, en gran parte, las diferencias notables que se observan entre Mesoamérica y las Antillas amerindias —fuertemente marcadas por migraciones e influencias sudamericanas—.
Pero eso no quiere decir que no hubo relaciones entre las dos áreas culturales. De hecho, audaces grupos nómadas parecen haber viajado del norte del istmo centroamericano a las Antillas Mayores incluso antes del surgimiento de las primeras civilizaciones mesoamericanas; en efecto, claras analogías fueron notadas entre herramientas de piedra elaboradas por los primeros grupos humanos atestiguados en las Antillas del norte, a partir del VI. milenio a. C., y objetos fabricados en Belice durante el periodo Arcaico (7500-2000 a. C.).
En lo que concierne a los periodos más tardíos —los que componen la historia de Mesoamérica— argumentos de naturalezas diversas y de alcances desiguales han sido presentados para tratar de esclarecer los lazos que se crearon entre la civilización maya y las Antillas. Pero la cuestión es difícil de abordar…
Reflexiones han sido inspiradas por testimonios anotados después de la llegada de los europeos a América. El Libro de Chilam Balam de Chumayel, un manuscrito maya de la época colonial, menciona la incursión a Yucatán, en tiempos precolombinos, de extranjeros “sin vestidos” y “mordedores de hombres”.
Para el historiador Douglas Peck, se trataría de caníbales antillanos; esta identificación es tentadora, aunque sus fundamentos son frágiles.
Por otro lado, Peck cree reconocer una referencia a los mayas de Yucatán, hecha por los amerindios de las Antillas Mayores, en un pasaje del Diario del primer viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo (1492-1493), un relato transmitido en forma compendiada por fray Bartolomé de Las Casas, en el siglo XVI: en La Española, los nativos informaron al Almirante que en la “tierra firme”, había gente llevando ropa… Sin embargo, el mismo Diario proporciona un elemento más pertinente: cuenta el descubrimiento de un pan de cera, en Cuba; dicha substancia no era producida en las Antillas, mientras que lo era, en abundancia, en Yucatán.
Cabe señalar, además, un singular acontecimiento registrado en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (1568). Según este conquistador y cronista, un barco transportando a nativos de Jamaica derivó hasta la isla de Cozumel, en Yucatán, en 1516, es decir, poco tiempo antes del inicio de la conquista de Yucatán por los españoles. Ahora bien, las implicaciones históricas de este viaje aparentemente accidental son limitadas.
Tanto los testimonios dejados por los colonizadores europeos, como la arqueología, brindan informaciones sobre el intrigante juego de pelota indígena llamado “batu”.
Este ritual se difundió en las Antillas del norte, al menos, a partir de 700 d. C. Se considera a menudo como una consecuencia de la influencia maya en las islas, aunque en realidad, las semejanzas con el juego de pelota maya son poco concluyentes. No obstante, las plazas ceremoniales donde se practicaba el deporte, en el Caribe insular, podrían tener un origen mesoamericano, como lo plantearon varios investigadores.
En un sitio arqueológico de la República Dominicana que posee tal plaza, La Aleta, se encuentra también una cavidad que ha sido comparada con los cenotes —pozos naturales usados con fines sacrificiales— de los mayas.
En el campo de la arqueología, son los vestigios muebles que ofrecen las evidencias más significativas. En 1936, el arqueólogo Maurice Ries reportó dos fragmentos de cerámica “maya” y una navaja de obsidiana, en la punta occidental de Cuba; lamentablemente, no se publicaron imágenes ni descripciones detalladas de este material, hallado en condiciones problemáticas.
Objetos de jade encontrados en las Antillas del norte, en yacimientos precolombinos, fueron también vinculados con el área maya: el mineralogista George Harlow estima que su materia prima fue extraída del valle del Motagua, en Guatemala. Pero el argumento más contundente, a favor de la existencia de intercambios entre los mayas y los antiguos antillanos, lo provee una espátula vómica taína, de hueso, descubierta por el arqueólogo David Pendergast en un entierro del sitio maya de Altun Ha (Belice), datado del Clásico Tardío (550-850 d. C.).
La cultura taína floreció en las Antillas Mayores y en el norte de las Antillas Menores, durante los ocho siglos que precedieron la llegada de Cristóbal Colon a América, formando prósperos cacicazgos. Uno de sus artefactos más característicos es la espátula vómica, que era usada en ritos de purificación. La de Altun Ha no pudo llegar a Yucatán o Belice con las corrientes marinas, así que tuvo que ser traída por el hombre.
Ahora, ¿cómo se puede interpretar este conjunto de datos? Es posible que los mayas y antillanos hayan tenido relaciones indirectas, a través de las dinámicas redes de intercambio que se extendían a lo largo de la costa Atlántica de Centroamérica; el jade del Motagua, por ejemplo, pudo llegar al Caribe insular desde el sur del Istmo.
Sin embargo, parece muy probable que se hayan entablado contactos entre los referidos pueblos. Las costas antillanas no se divisan desde Centroamérica, y viceversa, pero un navegante atento y experimentado puede localizar una tierra sin verla, observando las nubes, por ejemplo, como el Viejo del libro de Hemingway. Y sin duda alguna, tanto los mayas como los isleños, tenían las capacidades requeridas para viajar de un área cultural al otro, a través del Mar Caribe.
En el caso de los mayas, disponían de robustos barcos, puertos urbanos y una navegación comercial, esencialmente costera, bien organizada. Los arriesgados viajes hacia tierras ubicadas más allá del horizonte podían ser justificados por propósitos económicos, políticos o religiosos; por otra parte, debían representar oportunidades para ganar un alto prestigio personal.
Sea como sea, las conexiones entre el área maya y las Antillas no dan la impresión de haber sido frecuentes ni de amplio alcance, en la trayectoria de las civilizaciones concernidas. Por lo demás, sobre este tema, la prudencia se impone: las oscuras profundidades de la historia pueden esconder, todavía, importantes secretos.
*Arqueólogo