Hay alimentos fijados en la tradición que se ponen junto al difunto como ofrecimiento o en un altar casero. Se coloca la comida sobre una pequeña alfombra de pino salpicada con “flores de muerto”, en la cabecera de la tumba, completada con velas. De ahí proviene el término comida de cabecera, indica el biólogo y experto en gastronomía nacional Luis Villar Anleu.
“Los recados son el alma, espíritu y cuerpo de la comida nacional, pilares sobre los cuales se levanta la deliciosa comida popular de Guatemala. Constituyen el medio en el que se cuecen, riegan, bañan o mezclan ingredientes”, añade Anleu. De ahí surgen puliques —vinculados a esferas sacroceremoniales—, pepianes, jocones, hilachas, iwaxtes —ancestral comida xinka en comunidades de Jalapa—, subaniq’es, revolcados, tiras, hilachas y el kaq’iq’.
Pero los postres también son parte medular de los festines de este día, costumbre arraigada desde hace varios siglos.
Antigua Guatemala —antes, Santiago— ha legado una variedad de platos típicos que nacieron durante el siglo XVI y que maduraron durante los siglos XVII y XVIII, explica el cronista de la ciudad Miguel Álvarez.
“Ángeles somos, del cielo venimos, limosna pedimos, si no nos la dan, puertas y ventanas nos la pagarán”, era el estribillo con tintes de inocente amenaza que pronunciaban los niños el 31 de octubre durante el siglo XIX —incluso hasta mediados del siglo XX—, cubiertos con sábanas para representar a las ánimas, y así convencer a los vecinos de que les convidaran dulces de la época como jocotes o ayote en miel o dulces en conserva”, indica Érick Fernando García, historiador del Centro de Estudios Folclóricos.