CATALEJO

El problema de los pseudolíderes

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Cuando en un grupo social dividido y con ideas contradictorias se descubre la necesidad de arreglar un tema causante de daños a todos, ocurre algo muy simple de explicar: la unión. Existe un enemigo común y entonces no se le debe enfrentar por separado, pues la unión hace la fuerza. Cuando la amenaza termina, la separación ocurre de nuevo. Los ejemplos históricos son numerosos. Ese enfrentamiento necesita de un líder, en el cual de alguna manera se representa esa lucha, pero encontrar este adalid es complicado, sobre todo cuando las diferencias internas son difíciles de conciliar. La aceptación de esta persona se hace a regañadientes, sobre todo cuando ese puesto, en realidad simbólico y de imagen, es el resultado de acciones aventureras.

La lucha entonces se concentra en un objetivo fijo, es decir el líder, quien se convierte en una pieza fácil para perder su representatividad real o de imagen en el momento de ser afectado no solo por señalamientos específicos, sino por la revelación de secretos o al menos de situaciones poco conocidas para la generalidad. Los seguidores obligados son los primeros en retirarse, lo cual provoca una atomización ante el enemigo común. Por ello, quien de pronto se presenta lanza en ristre a enfrentarse a este en el nombre del resto, debe estar seguro de no tener, como se dice, esqueletos en el clóset, ni relaciones con personajes por cualquier motivo impresentables. Se convierte en una especie de pararrayos donde estos caerán inmisericordemente.

En guatemala ha habido algunos casos de este tipo. El último es el de Álvaro Arzú, quien de pronto se ha visto rodeado de señalamientos cuya verdad es muy difícil rebatir. Merecido o no, es otro tema. Se convirtió en el símbolo de quienes adversan a la Cicig y algunos lo aplaudieron. Para su mala suerte, ayer se conoció una carta firmada por los congresistas estadounidenses Eliot Engel y Edward Royce, quienes le piden al Secretario de Estado, Rex Tillerson, colocar “prohibiciones de visa” (visa bans) a los guatemaltecos que estén cometiendo o facilitando actos de corrupción” y señalan además: “la decisión del presidente Morales de declarar persona non grata a Iván Velásquez fue “una gran decepción”, cuya denuncia recibieron los congresistas demócratas y republicanos. Le recuerdan la posibilidad de negarle la entrada a Estados Unidos, renovar la visa, bloquear propiedades a oficiales del gobierno responsables de corrupción.

Se agregan además los contratos para extracción de recursos naturales, y que el 50% de la asistencia a Guatemala, El Salvador y Honduras no será otorgado si no se comprueba su cooperación con las comisiones contra la impunidad y la corrupción, y se combata esta. Como queda claro, si alguien participa o da la impresión de participar con un pseudolíder, se encuentra en problemas y, por necesidad de no salir afectado, debe abandonarlo. Para colmo de males, ese mismo día la viceministra de Relaciones Exteriores le envió una carta a Iván Velásquez en la cual “le recuerda” la obligación de respetar la Constitución y de “abstenerse de inmiscuirse (entrometerse sin razón ni autoridad) en asuntos guatemaltecos mientras se encuentre en territorio guatemalteco”, tarea imposible porque la Comisión fue creada para combatir la impunidad.

Mucha gente no puede, por incapacidad o simple capricho, entender la magnitud del maremágnum en el cual se mete o crea. Muchas veces los errores de alguien provocan beneficios para su contrincante, aun cuando no los merezca total o parcialmente. La piedra lanzada desde la cima de la montaña hace dos meses por el presidente Morales, mal asesorado, se convirtió desde hace semanas en un incontrolable alud. No justifica, eso sí, su salida del poder antes de lo previsto, pero es muy peligroso para él no darse cuenta de cómo debe actuar a partir de haber apaleado el avispero, como se dice —o decía— en Guatemala. Después del encontronazo de la semana pasada, todos los pseudo y autonombrados líderes del país deben detenerse a pensar.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.