EDITORIAL

Acciones en favor de cualquier diálogo

Si el presidente Jimmy Morales tiene en realidad serias intenciones de plantear un diálogo para sacar al país de la peor crisis en la que lo han sumido los políticos, debe empezar por trazar un plan coherente entre sus acciones y declaraciones, así como contemplar que salgan de su equipo cercano todas aquellas personas que, ya sea por condescendencia, por adulación o, peor aún, por clientelismo, le causen un mayor daño a su credibilidad con declaraciones impertinentes.

Ayer, al concluir la visita de una comisión bipartidista de congresistas estadounidenses, cuya penúltima reunión fue con el mandatario, la novata canciller Sandra Jovel incurrió en la imprudencia de salir frente al Palacio Nacional a dar declaraciones a los medios de comunicación y afirmó que los diputados estadounidenses le habían expresado su pleno respaldo al gobernante, una simple y llana mentira, rápidamente contrarrestada por la oficina de comunicación de la congresista Norma Torres, demócrata por California, de origen guatemalteco.

En el comunicado de la congresista se aclaraba tajantemente que su respaldo es a los guatemaltecos que se esfuerzan en combatir la corrupción, dejando en evidencia la imprudencia y el afán de quedar bien de una funcionaria que no parece tener la más mínima idea de la trascendencia del cargo bajo su responsabilidad y mucho más cuando se trata de asuntos de tanta sensibilidad.

Las palabras de la funcionaria dejan en entredicho al presidente Morales, quien está luchando por parecer creíble en la necesidad de establecer un diálogo de altos alcances que le permita salir de la vorágine en la que se metieron él y su círculo cercano el 27 de agosto último, al intentar expulsar al comisionado de la Cicig, Iván Velásquez.

Ese tipo de impertinencias, así como las que comete su vocero al minimizar el impacto de la protesta ciudadana y menospreciar el significado de la dimisión de ministros, son las que restan al Ejecutivo el más importante de los ingredientes para emprender cualquier conversación de Estado con todos los sectores, incluyendo no solo a los que le dicen lo que quiere oír, sino a una bancada díscola y su grupo de arrimados confabulados en un siniestro desafío a la población.

Llamar a un diálogo para ganar tiempo y esperar que se enfríe la mayor crisis de Estado desde el serranazo de 1993 no solo sería un esfuerzo inútil, sino que puede agravar el descontento si no se emprenden acciones paralelas.

Utilizar el pretexto de una supuesta polarización para intentar silenciar a los críticos y simular una conversación con ellos resultará contraproducente. Un diálogo no se puede fingir ni escenificar, mucho menos si se tergiversan las opiniones de terceros, como el exabrupto de la extraviada cancillería.

El argumento de los tres ministros que renunciaron, acerca de no tener la debida colaboración para desempeñar sus labores, también debe ser un llamado de atención al presidente, quien debe escucharlos y darles el apoyo necesario, y si de verdad los quiere tener en su equipo, debe, a la vez, deshacerse de quienes hasta ahora lo han colocado al borde del despeñadero porque no están pensando en el bienestar del país.

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