EDITORIAL

Descenso hacia el totalitarismo

Las extendidas y violentas protestas que por más de ocho meses estremecen Nicaragua han desenmascarado a un régimen tiránico, cuya única respuesta es la represión contra defensores de derechos humanos, prensa independiente y la población, que ha pagado con muerte el aferramiento al poder de uno de los regímenes más tiránicos en la historia de ese país, que se enfila hacia un siglo de despotismo, pues han sido cortos los períodos de democracia.

En el fondo, lo que ocurre en Nicaragua es el retrato extremo de la descomposición de la democracia, y cuando se revisan los pasos que se han dado para llegar a la actual situación se puede afirmar que por la misma senda avanzan otros gobiernos, también incapaces de generar desarrollo, de combatir la corrupción y casi de convivir con la criminalidad cuando no se combate de manera eficiente la impunidad.

La violenta represión que han desatado Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo es la última etapa del deterioro del sistema, cuando ya la capacidad de gobernar ha sido superada y el malestar social no puede aplacarse. En estos casos, el abuso de autoridad y el excesivo uso de la fuerza contra la población y los críticos desnudan la verdadera vocación de un gobierno agonizante.

Para llegar a ese punto se cumplieron pasos previos, como también registra la historia de los otros países de la región, excepto Costa Rica, en los que prácticamente gobernantes y exgobernantes de la actual centuria están en la mira de la justicia, la mayoría de ellos por corrupción, como es el caso de El Salvador y Guatemala.

Honduras no se queda atrás, y al igual que en Nicaragua, otro de los pasos en detrimento del modelo democrático lo dio el actual presidente Juan Orlando Hernández, quien mediante un proceso fraudulento viabilizó su reelección, lo que desencadenó un descontento generalizado. En todo esto ha contado con la complicidad del Congreso para manipular leyes y entorpecer el combate de la corrupción.

El sometimiento del Organismo Legislativo y el servilismo del Poder Judicial han sido cruciales en el debilitamiento de las instituciones en estos países, otro de los pasos cruciales en el socavamiento de la democracia y de cualquier posibilidad de gobernanza. No resulta casual por ello el voluminoso éxodo de centroamericanos intentando encontrar asilo en Estados Unidos.

El dudoso éxito de estos gobernantes se complementa con la apatía de la sociedad y el sometimiento de los mismos políticos a sectores de poder, los que terminan definiendo políticas de desarrollo e inversión, lo que a su vez explica los altos indicadores de corrupción, pues son los mismos políticos, convertidos en funcionarios o en legisladores serviles, quienes deciden millonarias inversiones, muchas de las cuales recaen en empresas ligadas a ellos.

Los acontecimientos de los últimos ocho meses en Nicaragua permiten vislumbrar los distintos niveles de descomposición por los que transitan las democracias incipientes, en las que cuando se anula el equilibrio de poderes se le abre la puerta al totalitarismo y a las más despiadadas reacciones que caracterizan a las tiranías, cuando se ven acorraladas por sus propios excesos, cuya incapacidad es sostenida por las armas.

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