EDITORIAL
Aduladores enredados en su propia trampa
Partidarios y allegados a los gobiernos de turno siempre han intentado reducir las críticas y generar una especie de ilusión laudatoria hacia las figuras que en determinado momento ostentan el poder, en un ejercicio que sería innecesario si las acciones gubernamentales fueran coherentes, efectivas y con resultados sostenidos, algo que prácticamente ninguna administración logra, debido a deficiencias programáticas, pugnas egocéntricas y malos manejos de los recursos, situaciones que deben ser denunciadas en nombre de la legalidad y el bien común; no obstante, las roscas se empecinan en negar la realidad y cuando no lo consiguen emplean medios falaces, incluyendo el insulto y la descalificación. Así ocurría en la Guatemala de hace 100 años, cuando el dictador Manuel Estrada Cabrera era intolerante a la menor crítica, pero ávido del elogio zalamero.
En 1951 existió en el país un periódico llamado Nuestro Diario, que tenía una línea crítica permanente, pero fue adquirido por personas afines al gobierno del momento que tornaron complaciente con el oficialismo su enfoque, casi a un nivel de propaganda. El director de aquel medio, Pedro Julio García, fue despedido por oponerse a tal desvarío. En solidaridad con él renunciaron los periodistas Salvador Girón Collier, Mario Sandoval Figueroa, Isidoro Zarco y Álvaro Contreras Vélez, quienes meses adelante fundaron Prensa Libre, bajo el ideario de un periodismo independiente, honrado y digno que se mantiene hasta la fecha. Desde el primer editorial avizoraron ataques a causa del espíritu de denuncia, a la exigencia de cumplimiento de las leyes de la república y el rechazo a cualquier caudillismo o extremismo exacerbado.
Es por ello que no extraña la virulenta proliferación de centros de redes sociales, popularmente denominados bajo el anglicismo de netcenter, registrado a partir de 2015, con la finalidad de atacar, cuestionar, demeritar y vilipendiar la lucha anticorrupción, así como a operadores de justicia dignos, a medios y periodistas independientes e incluso a ciudadanos. La violencia verbal, epítetos, descalificaciones e incluso estigmatización moralista compartidas en perfiles falsos y cuentas madre fueron el indicio de una sistematización de la agresión en línea.
El derecho a la libertad de expresión asiste a todo ciudadano para poder exponer sin restricciones sus ideas, sentimientos y propuestas; se trata de una facultad constitucional inalienable e irreductible, de la cual se valieron estos perfiles para promover peligrosos mensajes de intolerancia, xenofobia, odio y discriminación social. El informe presentado el lunes último por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, acerca de las pandillas virtuales dedicadas a alimentar perfiles, fotos, datos y publicaciones falsas, a fin de darles aspecto de realidad y masividad, refleja los extremos a los cuales se puede llegar para intentar torcer la opinión pública mediante informaciones engañosas, datos manipulados y noticias adulteradas, cuyo patrón común de ataque las evidencia finalmente a los ojos del ciudadano
honrado y consciente.
El netcenterismo, por más masivo y tecnologizado que parezca, no deja de ser un burdo intento propagandístico más, que tarde o temprano cae por el propio peso de sus falsedades, excepto quizá para sus promotores, y sobre todo sus supuestos beneficiarios, que terminan creyendo que son verdades y viven en aislamiento creado por las roscas aduladoras de siempre, hasta que chocan con la realidad.