EDITORIAL
En busca del tiempo perdido
Ha terminado el lamentable paréntesis de polarización, excusas, digresiones y retrocesos en indicadores económicos y sociales del período de Jimmy Morales; Guatemala se encuentra prácticamente en el punto de inicio de hace cuatro años, aunque con insustituibles costos de oportunidad perdidos, desgaste institucional acicateado por un Ejecutivo manejado con aviesos criterios y, sobre todo, un desencanto ciudadano que solo se puede subsanar con logros tangibles, avances concretos y una visión nacional compartida.
Es loable que el presidente Alejandro Giammattei haya priorizado en su discurso de toma de posesión el combate frontal de tres flagelos nacionales: la desnutrición, las extorsiones desde las cárceles y la corrupción en cualquier segmento del aparato público. La vehemencia mostrada durante su alocución inicial como mandatario constituye desde ya un compromiso muy serio que está obligado a cumplir. Habrá dificultades, tropiezos, barreras legales, institucionales o incluso económicas, pero si mantiene la misma convicción manifestada ayer le resultará más factible hacer acopio del apoyo de la población.
Ciertamente no hay que confundir la etapa de gobierno con la del proselitismo político. Tal como lo dejó claro ayer en su llamado a la unidad nacional en favor del desarrollo nacional, Giammattei se convierte en el representante de todos los guatemaltecos, en una época marcada por los condicionamientos a los cuales lo dejó sujeto su predecesor: desde el pago de onerosos pactos colectivos hasta la configuración de un servicio exterior integrado por inexpertos y advenedizos, a lo cual se puede sumar la ineficiente gestión de proyectos agrícolas y productivos, la acentuada anomia de varios ministerios, el retroceso de 20 puestos en la competitividad global y la pésima gestión de la atención a los migrantes connacionales, cuyo aporte en divisas es un pilar fundamental de la economía.
Con todo y la buena intención de establecer una agenda de unión nacional, el presidente Giammattei debe emprender cuanto antes la glosa de todos los ministerios y ordenar las acciones judiciales necesarias contra todo mal manejo, despilfarro, contrato lesivo y designación amañada de burócratas, a fin de concretar una depuración del aparato público que en el paréntesis efecenista se quedó en ofrecimientos y dilaciones.
Guatemala arrancó ayer una nueva etapa, con un espíritu de prudente expectativa y anhelo de mejora. La tarea no es exclusiva del presidente, sino de todo su gabinete, también de la nueva Legislatura y, en poco tiempo, de la nueva Corte Suprema de Justicia, que deberán emprender importantes reformas que se quedaron en suspenso, por la confrontación.
El discurso de Giammattei estuvo cargado de llamados a la confluencia de esfuerzos en favor de una mejor nación. También lo estuvo el discurso de Jimmy Morales en el 2016, y el de Otto Pérez Molina en 2012, y los de sus antecesores. La diferencia clave radica en que el país no tiene más tiempo que perder y el nuevo gobierno debe dar señales de claridad conceptual desde la primera semana. Los guatemaltecos son un pueblo noble, resiliente, emprendedor y solidario, capaz de superar las coyunturas difíciles. Guatemala es un pueblo capaz de sobreponerse a la imprudencia de tantos políticos. Es una nación que avanza pese a los lastres impuestos por la incapacidad o el dolo en el manejo del erario, pero, de cara a un mundo altamente competitivo, requiere sin demora de un liderazgo ético, sensible y coherente.