EDITORIAL

Intransigencia le sale muy cara a todos

En los primeros días de mayo, en pleno auge de la emergencia sanitaria, resultaba comprensible, lógica, justificable, la imposición de restricciones fronterizas al transporte terrestre de carga, pero solo como una medida temporal en tanto se afinaban protocolos que permitieran atajar los riesgos de propagación del covid-19 y que a la vez ayudaran a mantener el ritmo productivo regional ya de por sí golpeado por las medidas de encierro de cada uno de los países de Centroamérica.

Sin embargo, el lamentable empecinamiento del gobierno costarricense en mantener condiciones insostenibles para el transporte pesado de toda la región ha convertido una decisión unilateral en una verdadera crisis regional que pone en peligro décadas de trabajo de integración económica y coloca en serios aprietos a la industria y el comercio, sobre todo si se enfoca el Istmo como un corredor logístico.

A lo largo de la historia se han emprendido esfuerzos de integración, incluyendo un sistema federal que se intentó hace ya casi dos siglos. Han cambiado factores y circunstancias, hoy habitamos un mundo globalizado, y si bien la pandemia del covid-19 parece cambiar algunas de las reglas de juego, la interconexión mundial se mantendrá sobre todo a través de bloques competitivos. En esos dos siglos han sido las pugnas localistas y la fragmentación de iniciativas lo que más ha robado oportunidades de desarrollo, mejoras en gobernanza y presencia política en el escenario internacional.

Ayer, 5 de junio de 2020, fue un día triste para la integración centroamericana porque Guatemala oficializó la aplicación de restricciones al transporte de carga proveniente de Costa Rica, en reciprocidad a la falta de voluntad política para viabilizar el paso de mercancías. Nuestro país se sumó así a medidas similares implementadas en días anteriores por Nicaragua, Honduras y El Salvador. Ojalá y se trate solo de una breve y confusa etapa que no deja de ser lamentable.

No se trata de una acción en abstracto, puesto que golpea severamente a los sectores productivos y exportadores de todos los países. Sus efectos podrían agravarse debido a la falta de infraestructura para el estacionamiento de vehículos pesados, sobre todo los que van desde Costa Rica en tránsito hacia México. Cabe hacer notar que los camiones costarricenses tendrán cinco días para entrar, descargar y volver a cargar, tiempo que podría ser insuficiente pero que fue el que esa nación estableció para el resto de países.

Es posible que la presión regional sirva para que el gobierno costarricense reevalúe y flexibilice sus protocolos, aunque también podría ocurrir que se empecine en mantenerlos, quizá por simple miedo a la propagación del virus. Sin embargo, adentro de este país debe haber industrias y comercios que se vean afectados, con el consiguiente efecto sobre el empleo y el aprovisionamiento de insumos.

El diálogo debe continuar. Las implicaciones del coronavirus serán de mediano y largo plazo, por lo cual deben trazarse medidas de bioseguridad que coincidan con los esfuerzos sanitarios pero a la vez aseguren la sobrevivencia productiva de la región. De hecho, la integración debe abarcar también estas estrategias, para poder dejar atrás los nacionalismos decimonónicos o los protagonismos políticos locales para poder enfrentar juntos los desafíos de la pandemia pero también los de la nueva normalidad.

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