EDITORIAL

Invectivas retratan a quien las profiere

A diario la información periodística presentada por Prensa Libre y Guatevisión se encuentra bajo el más exigente escrutinio y, en todo caso, el más importante y necesario: el de los ciudadanos que buscan datos, hechos, declaraciones y puntos de vista, incluso aquellos que son contrapuestos en razón de enfoques técnicos, políticos, académicos, filosóficos e incluso religiosos, en el marco de respeto a la Libre Expresión.

Desde aquel primer ejemplar han pasado ya 22 mil 880 ediciones impresas, contando la que usted tiene en sus manos. En cada una de las cuales está registrada la historia inmediata, la crónica diaria, la memoria nacional escrita por varias generaciones de periodistas que se han regido por los mismos valores expresados en el primer editorial que claramente expone el único compromiso de esta institución, que es con Guatemala y los guatemaltecos.

Los malos manejos del erario, las conductas que conculcan los derechos democráticos, y los abusos del poder público son objeto de crítica y denuncia. Desafortunadamente, a pesar de las décadas, tales prácticas ilícitas persisten y se han convertido en pesadísimo lastre para las metas de desarrollo económico, social y humano del país. La incapacidad de diálogo, la improvisación en el manejo del aparato estatal y la proliferación de nombramientos de personas no idóneas para cargos pero con conexiones políticas o familiares con la cúpula de turno, han terminado de anquilosar el aparato estatal, cuya primordial función es servir a los ciudadanos, no ser caja chica de nadie, ni agencia de empleos ni botín a repartir entre financistas. Señalar tales fallos y el daño que causan a la comunidad nacional es la tarea de la prensa independiente.

Sucesivos gobernantes de la era democrática del país han comenzado sus períodos con algarabía y salido tristemente por la puerta trasera, a causa de los despropósitos en que han incurrido en sus períodos. Despilfarro, ineficiencia, incumplimiento de promesas, contratación de allegados y sobre todo ese regusto por las lisonjas, que parece extraído de fragmentos de novelas sobre dictadores tropicales pero que ha tenido verificativo en cada mandatario.

Cabe señalar que no se trata de desprestigios construidos por los periodistas, ni siquiera por los rivales políticos de turno, sino por los propios candidatos elegidos que una vez en el poder se tornan en otra cosa. Los resultados de cada gestión del Ejecutivo y el Legislativo invariablemente exhiben deterioro en los indicadores de desnutrición, calidad educativa, crecimiento económico, salubridad y trasparencia. Eso no se puede ocultar ni maquillar porque lo padece la gente a la que alguna vez le pidieron el voto.

Por eso resulta casi lógico cuando la labor de informar día a día —minuto a minuto en los tiempos tecnológicos actuales— genera invectivas y descalificaciones maniqueas emitidas en eventos con público cautivo, que solo confirman la escasez de argumentos de quien las profiere, sobre todo si vienen de alguien que ofreció no aceptar tránsfugas en su partido y luego transigió con ellos, que hizo giras proselitistas con los migrantes guatemaltecos en EE. UU y les dio la espalda cuando más lo necesitaban, que criticó las prácticas de otros partidos mientras recibía un financiamiento electoral no reportado, que clamó a los cuatro vientos por la soberanía nacional para luego negociarla en un acuerdo firmado a escondidas y del cual todavía no se conocen todos los detalles.

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