EDITORIAL

No más violencia en escenarios deportivos

Los lamentables incidentes ocurridos el sábado último durante el partido entre Municipal y Comunicaciones, en el primer retorno de público a los estadios de la Liga Nacional, requieren de un abordaje serio y libre de pasiones clubistas. Los escupitajos lanzados por ciertos fanáticos en contra de un jugador rival atentan contra el espíritu fundacional de toda actividad deportiva, que radica en el fomento de la sana competitividad, que a su vez precisa de respeto a todos los asistentes, dentro o fuera del campo de juego.

Es probable que la agresividad tristemente exhibida por esta gavilla de antisociales pueda provenir como un reflejo de tensiones sociales subyacentes y sea una vía de escape de frustraciones originadas por contextos personales y comunitarios, como la precariedad económica, la delincuencia y hasta la misma angustia existencial. No obstante, por más explicaciones y racionalizaciones que intenten aplicarse, es imposible justificar ética o legalmente cualquier tipo de insulto, vejamen o gesto en detrimento de la integridad personal de contrincantes.

La dirigencia deportiva de todo nivel está llamada a cambiar su tradicional actitud de displicencia, silencio e incluso de tácito acicateo de bajas pasiones. El club escarlata debe romper su silencio con un pronunciamiento firme. No solo se debe condenar explícitamente la violencia verbal, física y psicológica, sino promover que los hechores afronten consecuencias ejemplares, tales como vedarles el acceso a todo escenario deportivo. Cabe aclarar que Guatemala no es el único país en donde fanáticos y barras bravas incurren, al calor de resultados adversos, en acciones violentas. Se ha visto en finales de campeonatos y juegos de visita.

Ya es tiempo de que el futbol guatemalteco se convierta en un referente de combate de las actitudes antideportivas, vandálicas y denigrantes. Invocar la necesidad de ingresos económicos para los clubes como excusa para permitir el ingreso de hinchas agresivos es una necedad y también un insulto a la inteligencia. Es precisamente esta clase de público nocivo el que ha alejado la asistencia de familias a los graderíos.

Los jugadores de todo equipo de futbol, liga y nivel están llamados a controlar sus acciones y reacciones sobre la cancha, a desactivar altercados y zafarranchos. Desde hace lustros se impulsa el concepto de juego limpio. Esto implica conducirse con decoro, consideración y dignidad en todos los ambientes. Pese a ello, persisten insultos racistas, agresiones físicas, lanzamiento de objetos contundentes sobre el campo de juego y, recientemente, aglomeraciones que conculcan la seguridad sanitaria.

El futbol detona emociones gregarias. En sus orígenes constituyó enfrentamiento físico a una escala mucho más brusca que en la actualidad, pero se ha modernizado en cuanto a normas y también al uso de dispositivos tecnológicos para verificar jugadas. Queda claro que la tendencia imperativa es que debe hacerse más humano, enriquecedor y solidario. Cualquier otra descomposición es antideportiva, inaceptable y retrógrada. Por eso mismo, no estaría de más una declaración conjunta, colectiva, con nombres y apellidos de dirigentes, entrenadores, jugadores y personal de apoyo de clubes de futbol, de todas las ligas, con una condena total a todo tipo de belicosidad, discriminación e irrespeto. Suficiente violencia hay en las calles como para lamentarla en espacios destinados al sano entretenimiento deportivo.

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