Editorial

Pentacentenarios

No podemos cambiar el pasado ni negar los excesos cometidos, pero sí podemos actuar en el momento presente para ser más hermanos a través de actitudes de apertura y tolerancia.

En 1524 se produjo el proceso de conquista española en Guatemala, con numerosos hechos barbáricos y atropellos contra los pobladores originarios de este territorio. Cuando se cumplieron los 500 años del Descubrimiento de América, ocurrido en 1992, se avivaron muchos reclamos contra aquellos abusos, los cuales fueron cometidos a gran escala en todo el continente, no solo por España, sino también por conquistadores de Inglaterra, Holanda, Francia, Portugal. En el área bajo dominio español hubo mayores intentos de yuxtaponer la culturas ancestrales a las nuevas doctrinas y creencias, lo cual también suscita polémica aún.


Recientemente, el 15 de mayo, se conmemoró el quinto centenario de la fundación de Quetzaltenango, importante ciudad y fuerte motor económico del país, que fue asentada incluso antes que la primera capital de Guatemala, hecho que también está próximo a su efemérides pentacentenaria. Xelajuj Noj, su nombre k’iche’, era un importante enclave comercial prehispánico que destacaba por su mercado de plumas de quetzal.


En el Lienzo de Quauquechollan, mapa pictográfico elaborado por indígenas mexicas que guiaban a los conquistadores, Quetzaltenango quedó representado por una muralla de plumas de quetzal y de allí devino el nombre de fundación. Este detalle, integrador de épocas, expone un paradigma importante: se debe valorar el aporte positivo, la evolución multicultural y, sobre todo, el potencial presente de los pobladores de esta y todas las regiones de Guatemala. En los años previos a la conquista también hubo disputas de territorio entre las etnias mam, k’iche’ y kaqchikel, lo cual no es un estigma, sino un devenir que hoy es de convivencia pacífica y crisol de identidades.


Otras localidades guatemaltecas como San Francisco Zapotitlán y Suchitepéquez también acaban de llegar a su 500 años de existencia bajo esos nombres, que a la vez son gentilicios y referentes de origen para muchísimos guatemaltecos. Lamentablemente, ni las autoridades de Educación ni de Cultura han lanzado material informativo pertinente, no para crear controversia, sino para conocer nuestra raíz sincrética.


El próximo 25 de julio se cumplirán 500 años de la fundación de la capital de Guatemala, asentada inicialmente en Iximché, la principal ciudad del señorío kaqchikel y que después, por diversas causas, tuvo que ser trasladada al valle de Almolonga, en 1527; al de Panchoy —hoy Antigua Guatemala—, en 1543; y a su actual ubicación, en el valle de la Ermita, en 1776. Iximché fue destruida por los conquistadores, lo cual se debe reconocer como una tropelía histórica, pero no por ello motivo de discordia, sino de aprendizaje, apertura y valoración de la convivencia de culturas e idiomas en este territorio.


Ya el 11 de abril recién pasado se cumplieron 500 años del primer registro oficial del nombre Guatemala, escrito dos veces en una carta del conquistador Pedro de Alvarado a su jefe, Hernán Cortés. No podemos cambiar el pasado ni negar los excesos cometidos, pero sí podemos actuar en el momento presente para ser más hermanos a través de actitudes de apertura y tolerancia, así también de políticas gubernamentales que fomenten la descentralización del desarrollo y la educación multilingüe.

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