EDITORIAL

Prisas que no valen la pena que causan

En una ciudad aturdida por las prisas y las ansias del cierre de año, transitando entre miedos sanitarios y luces anheladas de alegría, entre eufóricas promociones de descuento e idílicos villancicos que suenan con insistencia, una madre fue atropellada al cruzar el bulevar El Pedregal, con su bebé en brazos. Ella murió. Su cuerpo quedó en el asfalto. Hasta el cierre de esta edición aún no había sido identificada. Su hijo menor de 1 año sobrevivió; presentaba un golpe leve. Un milagro, se diría. Una proeza de heroísmo maternal en el decisivo instante de dar la vida por quien ama.

Más allá de las circunstancias de este caso, cuyo hechor se dio a la fuga en un vehículo blanco, según testigos, existe una fatídica estadística de peatones y ciclistas arrollados por automotores. Las urbes y las carreteras del país han sido escenario de múltiples tragedias que enlutan familias y engendran orfandades. Aun así no se logra una corrección permanente de conductas al volante.

En ocasiones, los mismos motoristas que son afectados frecuentes de embestidas y colisiones, que conocen las desventuras de la vulnerabilidad vial, también actúan agresivamente en contra de los transeúntes, al usar aceras como calles y bloquear indolentemente los pasos de cebra en intersecciones.

La indefensión de los caminantes guatemaltecos constituye una de las consecuencias más graves del excesivo afán de las municipalidades por erigir y publicitar obra vial como logro relevante. Tales obras llegan a carcomer banquetas, relegan el paso a pie y estimulan el abuso de velocidad vehicular. El mensaje subyacente de este énfasis es que el peatón vea cómo se las ingenia, porque se desplaza por su cuenta y riesgo. A lo más que puede aspirar es que un conductor abusivo le bocine para apresurarlo a pasar o que le insulte si osa protestar por la invasión del cruce peatonal señalizado.

Cualquier visitante extranjero se asusta al ver lo inermes que están los peatones en Guatemala. Paradójicamente, muchos guatemaltecos en Estados Unidos cruzan corriendo las calles a pesar de la luz verde, ante la extrañeza de los pobladores locales y de los mismos automovilistas.

En otras latitudes, los vehículos están obligados por ley a ceder el paso a quien se desplaza a pie bajo toda circunstancia. Si hay un atropellamiento, se deben dilucidar legalmente sus factores y consecuencias. En esos contextos, la pena por huir de la zona de un incidente es muy severa. No ocurre así en Guatemala, quizá debido a la desconfianza en la policía, los peligros de la prisión preventiva, la evasión de responsabilidades civiles y la expectativa de impunidad. Pese a tales situaciones, no existe excusa ni justificación legal para dejar tirada a una víctima de arrollamiento.

Por su parte, las autoridades municipales y nacionales de Tránsito bien podrían emprender una intensa campaña multimedial de concienciación, prevención y apercibimiento sobre las implicaciones y responsabilidades de la conducción de vehículos motorizados, desde motos hasta tráileres. Nadie puede quedar indiferente al llanto del bebé que sobrevivió. Pasará su vida sin su mamá. La persona responsable del homicidio culposo probablemente está en su casa, quizá decorada con un arbolito, y pasará Navidad en compañía de su familia. Dejó una lodera tirada en el lugar de la tragedia. Su prisa valió, literalmente, una devastadora pena.

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