EDITORIAL

Talento hay, y mucho

Ganar un premio Grammy Latino es un logro para cualquier artista, pero a menudo el galardón concentra la atención sobre el solista, cuando en realidad todo producto musical es un trabajo de conjunto, una integración de esfuerzos, talentos y voluntades, que en el caso del cantante cristiano chiquimulteco Aroddy tiene un fin trascendental, edificante, espiritual.

Una docena de talentos rodea a este intérprete, quien recibió, junto a su productor, el premio de la Academia de Grabación al Mejor Álbum de Música Cristiana: una categoría tan competida como el resto y que honrosamente destaca este año la creatividad de guatemaltecos. No es de extrañar, pues ya hay precedentes de gran calidad como los reconocimientos a la cantautora Gaby Moreno o a Ricardo Arjona, quien recién fue nominado para los premios Grammy, a entregarse en el 2022, por el álbum Hecho a la Antigua.

Cabe mencionar en este encomio al guitarrista Alfredo Cáceres, también guatemalteco, quien formó parte de la producción del disco Tinto Tango plays Piazzolla, que se hizo acreedor también a un Grammy Latino en la categoría de Mejor disco de tango. Con sencillez, Cáceres relató que no se enteró del galardón de inmediato porque estaba trabajando en lo que más le gusta, la música.

Pero no solo existen vocaciones brillantes en el plano sonoro. En el cine también va en crecimiento la carrera de otro guatemalteco, Arturo Castro, cuya entrevista se presenta en esta edición. Con sencillez, naturalidad y, sobre todo, gran orgullo por su origen, Castro resalta la necesidad de romper estereotipos, derrotar prejuicios y vencer temores como pasos necesarios para generar un cambio. Así también, sin hacer alarde de ningún tipo, ha donado laboratorios de computación y cursos de inglés a refugios de adolescentes, con la esperanza de poder contribuir a su desarrollo pleno y a un mejor futuro. Castro menciona sin ambages a colegas actores de origen guatemalteco de la talla de Óscar Isaac y Tony Revolori como la demostración de que toda meta es posible de alcanzar a través de la perseverancia y el esfuerzo.

Durante muchas décadas prevaleció la idea de que la educación artística era una especie de lujo e incluso un privilegio para unos cuantos. Hasta la fecha, las escuelas de arte estatal continúan sujetas a fuertes limitaciones presupuestarias y de recursos. La pandemia acentuó una crisis preexistente, pero llega el momento de trazar nuevos rumbos para los talentos infantiles y juveniles del país.

El teatro, el canto, la composición, la interpretación instrumental, las expresiones visuales, la literatura y la fotografía constituyen campos fértiles para la imaginación de nuevas generaciones. El objetivo no es necesariamente que esas artes se conviertan en la ocupación principal, pues las manifestaciones estéticas van más allá de una profesión: son un espacio de enriquecimiento personal, de expansión espiritual y de transformación de paradigmas autoritarios, obtusos y carentes de imaginación. El cultivo de las artes puede llevar al florecimiento de nuevas ideas y lenguajes, pero a la vez contribuye a la sensibilización y humanización que tanto necesita el país en tiempos tan complicados.

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