EDITORIAL
Tiranía bicéfala caerá por su propio peso
Una pareja de cobardes déspotas se valió de apariencias democráticas para engañar a ciudadanos y sectores cuyo clamor hoy se resisten a escuchar. Las críticas irritan a estos dos buitres enquistados en un poder que hace mucho dejó de tener legitimidad y que se sostiene a base de coimas, transas, encarcelamiento de periodistas y adversarios políticos, represión violenta y gavillas de esbirros trastornados: eso es hoy la dictadura sandinista de Nicaragua, en teoría revolucionaria y a todas luces corrupta, lo cual no solo es vergüenza propia sino la de países y entidades que ayudan a prolongar tal sistema a través de ayudas e intereses económicos que tienen precio de sangre.
La soberbia de Daniel Ortega y su conviviente Rosario Murillo no tolera los llamados a respetar los derechos fundamentales, incluida la libre expresión. Las denuncias de abusos, extralimitaciones, ejecuciones extrajudiciales y malos manejos del erario han sido respondidas con el cierre de medios de comunicación y acusaciones contra periodistas críticos y adversarios políticos. Cabe mencionar las venales condenas contra Cristiana Chamorro, exprecandidata presidencial opositora y Juan Lorenzo Holmann Chamorro, gerente del diario La Prensa, sentenciados a 8 años de prisión en sendos casos por supuesto “lavado de dinero”.
Sin embargo, pese a los esfuerzos por acallar la disidencia, las quejas resuenan con más fuerza que antes y por ello el más reciente disparate opresivo es el cierre de siete radioemisoras católicas, con el pretexto de que no habían renovado a tiempo sus permisos para operar, según justificó la actual directora del Instituto Nicaragüense de Telecomunicaciones (Telcor). La intención era silenciar las denuncias de atropellos y exigencias pastorales de justicia.
El obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, con los pantalones muy bien puestos declaró que desde hace más de dos años se efectuó el trámite de permisos y se sometió toda la papelería a consideración del anterior director de Telcor, Orlando Castillo, adláter de Ortega, quien no solo retrasó el trámite sino que a la larga nunca respondió. Castillo ya está rindiendo cuentas al Creador, pues murió en el 2020 de covid. La perversa intencionalidad de esta censura sandinista queda expuesta en el desmesurado despliegue policial para sustraer equipos de transmisión.
Según Ortega y Murillo, este robo de aparatos acallará el descontento que se sigue acumulando debido al deterioro de la economía, el agravamiento de la pobreza, la corrupción gubernamental y el clientelismo político que ha medrado a costa del futuro de los nicaragüenses. En todo caso, este atropello en contra de radioemisoras religiosas desmiente la supuesta fe pregonada por estos personajes. El discurso pseudoreligioso ha sido un recurso distractor, pero tal populismo teocrático se convertirá, más temprano que tarde, en otra piedra amarrada al cuello.
El septuagenario Ortega se asemeja cada vez más, por sus desmanes maquiavélicos, al tirano Anastasio Somoza contra quien alguna vez combatió. Está claro que nunca hubo una convicción de justicia sino solo desmedida ambición disfrazada de mentiras “revolucionarias”. Agresiones contra la libre expresión, la libertad de prensa y el derecho a la información pública pueden crear cierto lapso de silencio para regímenes languidecientes como el sandinista, pero son triunfos pírricos, como lo demuestra la historia de las tiranías de todas las latitudes, de todos los pretextos y de todos los signos. La Nicaragua libre volverá a brillar, que no quepa ninguna duda.