EDITORIAL

Un puente regional para el desarrollo

Un principio recurrente en el área de emprendimiento afirma que en cada crisis existe una oportunidad para innovar, y si de eso se trata, la región centroamericana se encuentra frente a la oportunidad de reinventar positivamente sus procesos y redescubrir sus potencialidades puesto que los rezagos socioeconómicos son tan grandes que causaron un éxodo sin precedentes, debido a la falta de oportunidades y las difusas perspectivas para pobladores de áreas rurales y fronterizas.

No obstante, la pobreza, el auge de la criminalidad organizada y el narcotráfico, así como las disfuncionalidades de los respectivos Estados, figuran entre los principales frenos a la integración de las naciones centroamericanas, pese a que es precisamente una mayor unión la que podría potenciar un mejor mercado, un creciente potencial productivo y una fuerte postura de bloque ante el mundo.

La competitividad global no solo ha evolucionado en cifras, sino que se ha acelerado a causa de la multiplicación de recursos tecnológicos y la enorme cantidad de información disponible para el ciudadano, quien a su vez enfrenta retos muy concretos y cotidianos que comienzan con el poder llevar alimentos a la mesa y es allí, en un entorno económico desafiante, que pareciera no existir mucha oportunidad para el lirismo de una visión de armonía y sinergia regional.

Por si fuera poca la lucha por la sobrevivencia, la circunstancia social de países como Guatemala, Honduras o El Salvador se ve sometida a la presión de grupos delictivos, a la irresponsabilidad de ciertos politiqueros y operadores oscuros, y a la persistencia de temores atávicos, reales o implantados, con lo cual la unión del Istmo parece de nuevo una metáfora decimonónica, una estrategia que sigue incompleta.

Las discusiones sostenidas por exmandatarios y expertos de todo el continente en el V Foro Ciudadano, organizado por la Fundación Libertad y Desarrollo, avivan una luz de esperanza y describen una coyuntura propicia para fortalecer los mecanismos y acuerdos de integración que, sorprendentemente, comenzaron a gestarse mucho antes de que se lograra la conformación de la Unión Europea, que constituye el referente de un bloque cultural y económico con una moneda única, una constitución común y un poder de negociación consolidado.

Un idioma común, un territorio geoestratégico y coincidentes necesidades de desarrollo pendientes de subsanar constituyen buenas razones para persistir en el intento de crear un proyecto común centrado en el fomento de la competitividad y el aprovechamiento de las fortalezas de cada nación. A diferencia de los intentos precedentes, que se basaron en acuerdos de presidentes o congresos que van y vienen, que luego cambian según el viento de las conveniencias, en esta nueva ventana de oportunidad son los sectores productivos, empresariales e intelectuales los que pueden construir puentes de comunicación, con visión pragmática pero con sentido de responsabilidad social: un abrazo de identidades, un diálogo de innovaciones y un crisol de ideales que fue muy bien simbolizado por el emotivo canto de unión centroamericana creado y entonado por un grupo de jóvenes artistas de Guatemala, El Salvador, Belice, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, en el inicio del encuentro, y ojalá en el comienzo de una nueva etapa de la historia de esta franja de tierra que une a las Américas del norte y del sur.

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