EDITORIAL

Volver a creer

Creer después de tantas decepciones suena a locura, a imposible, a necedad. Pero en un país con tantos fraudes, tantos sinsabores, tantos lastres por superar se hace necesario volver a creer, aunque parezca un absurdo, una utopía, una temeridad.
No se trata de un salto al vacío, sino de asumir la responsabilidad de ciudadanos para con las siguientes generaciones y actuar en consecuencia.

Primero, para elegir en las próximas elecciones la opción que más se distancie de las figuras señaladas, que repudie el transfuguismo y que tenga propuestas claras, concretas y orientadas al bien común. Segundo, para tomar el rol diario que se posea en la vida con total integridad: como padre, como madre, como empleado, como jefe de un departamento, como profesional, como estudiante o como conductor. Hay tantos roles y tantas actividades en las cuales se puede servir al prójimo y a la nación, si no es que se implican entre sí.

El valor de ser un guatemalteco de valores coherentes va más allá de la religiosidad, va más allá de la urbanidad y va mucho más allá de señalar los defectos o las situaciones que no nos gustan de los demás. El valor de ser un guatemalteco de bien abarca la tolerancia y la paciencia, incluye el pacifismo y el afán de mejora constante, pero también radica en un repudio total a la corrupción, a los malos manejos del erario, al nepotismo y las decisiones clientelares, que siempre terminan por minar la confianza pública.

No es fácil reconstruir un país cuyos índices de optimismo se han derrumbado a base de desengaños reiterados. No es sencillo tener la misma confianza de hace tres décadas cuando la democracia parecía una solución ilimitada a los problemas. Quizá se cometió el error histórico de creer que la democracia es una cuestión ajena. Posiblemente se dejó a la deriva el sistema en manos de otros, entre los cuales se colaron personas sin escrúpulos, que solo buscan su beneficio.

Por eso llega el momento de volver a creer, cada uno, en sí mismo. En su capacidad de gestión e interacción particular de la realidad circundante. Se vale volver a aprender a ser un ciudadano. Quienes transgredieron la ley, abusaron de los demás, se aprovecharon de las bondades del estado de Derecho deben rendir cuentas a la justicia. Pero no por ello está condenado el resto de guatemaltecos a vivir hundidos en la indiferencia, la incredulidad o la apatía. Este país merece mucho más que ríos contaminados y bosques quemados con mala intención.

Esta nación debe superar esas cifras vergonzosas de desnutrición, atraso educativo y brechas de salubridad. No lo hará por inercia. No ocurrirá sin el concurso y la exigencia del guatemalteco sobre las autoridades que elija. A nadie lo postulan a la fuerza y por ello los ofrecimientos de campaña son un juramento tácito que debe cumplirse.

Por eso es momento de volver a creer en la Guatemala que habita en cada hogar, en cada familia. Es el tiempo de revitalizar los valores fundamentales de convivencia para poder ganar nueva inspiración y luchar por ese futuro mejor.

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