LA BUENA NOTICIA

En la Iglesia algo nuevo está brotando

Víctor M. Ruano

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Así es, “¿no lo notan?” diría el profeta Isaías. Y lo interesante es que eso “nuevo” viene impulsado desde la sede de Pedro en Roma, con el pontificado de Francisco, mientras en los cuadros medios de la estructura eclesiástica con alto poder de decisión, se percibe una sutil y perversa resistencia que encuentra, en las formas religiosas, diplomáticas e hipócritas, una manera de ocultarse y obstaculizar lo que “está brotando”.

Entre las muchas señales que llegan desde la “ciudad de los mártires” está la creación del primer cardenal para El Salvador, Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San Salvador. Los responsables del terrorismo eclesiástico que por décadas provocaron miedo en la gente pensante y crítica de las iglesias locales, y son responsables también del “invierno eclesial”, lo venían “ninguneando” por tres décadas, porque siempre fue un pastor con olor a Dios y sudor de pueblo pobre y oprimido, pero en la “primavera, Francisco”, y para impulsar la reforma de la Iglesia, sale del anonimato y la indiferencia, y es referencia ineludible del tipo de pastor que la Iglesia desea en estos pueblos centroamericanos.

Detrás del nuevo cardenal está la figura del beato Mons. Romero, a quien los mismos de la “sospecha eclesiástica” denigraron y calumniaron, unidos a la derecha económica y militarista sin alma y corrupta, que siempre ha pretendido dominar el catolicismo y la sociedad, y tristemente ha encontrado aliados en altas esferas eclesiásticas y hasta diplomáticas. ¡Qué vergüenza!

Rosa Chávez es fiel discípulo del hijo predilecto de Ciudad Barrios, el salvadoreño más universal, que llegó a ser voz profética contra la pobreza, la injusticia social, los asesinatos, la represión y la tortura en su País, y fue asesinado mientras celebraba la Misa en 1980, para refrendar con su sangre el tipo de iglesia que deseaba construir, el mismo modelo por el que trabaja el papa Francisco sin descanso, diseñado en Evangelii Gaudium, la hoja de ruta para la “reforma franciscana”, tan importante, si queremos ser fieles al proyecto de Jesús.

Proclamar beato a Óscar Romero y crear cardenal a uno de sus colaboradores más cercanos significa que el mensaje de Romero es el futuro de la Iglesia, es modelo para el mundo entero e ícono para impulsar la reforma eclesial en esta región del mundo, que requiere “una Iglesia presente en el dolor, que camine con la gente, que se ensucie las manos, que se arriesgue y que incluso esté dispuesta a dar la vida”.

Ese modelo de Iglesia ya fue planteado en Medellín hace 50 años, cuando los obispos pedían: “que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”. Esta iglesia es la de Jesús y debería ser la nuestra hoy. Lo dijo el Papa en el consistorio: “la realidad son los pobres e inocentes que mueren…, la esclavitud que no deja de pisotear la humanidad…, los campos de prófugos, que se asemejan a un infierno, el descarte sistemático de todo lo que no sirve, incluidas las personas”.

Esta señal que viene de Roma es importante, cuando percibimos en algunos círculos eclesiásticos de alto nivel, mediocridad y superficialidad, ausencia de sentido crítico y voz profética, desencanto pastoral y falta de liderazgo en la misión evangelizadora, pues prevalece la tendencia a evadir el compromiso con los excluidos viviendo “en la comodidad, el estancamiento y la tibieza al margen del sufrimiento de los pobres”.

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