EDITORIAL

Trump inmerso en su peor crisis

El presidente Donald Trump ha chocado contra más de un muro porque su mandato se ha caracterizado por la asperidad y la poca delicadeza y diplomacia, y la mayor muestra de imprudencia son sus reacciones a través del “tuiter”, con lo cual se pone él y a su gobierno en aprietos. Pero exculpar a Rusia de haber participado directa o indirectamente en la campaña electoral de Estados Unidos sobrepasa lo tolerable.

La gravedad de hecho confesado por el mandatario durante su reunión con el presidente Vladimir Putin provocó la justificada reacción de importantes miembros del Partido Republicano, entre ellos Paul Ryan, jefe de la mayoría en la Cámara de Representantes, así como Mitch McConnell. La gravedad de esa declaración es que además descalificaba el trabajo de las agencias de inteligencia que sostienen lo contrario.

Se debe recordar la trampa colocada al primer yerno de Estados Unidos, Jared Kushner, por una muy atractiva abogada rusa que le ofreció información sobre los demócratas, que resultó inocua, pero fue grabada y le causó problemas al familiar político del entonces candidato, luego vencedor.

Además, la incongruencia entre el lenguaje áspero y hasta irrespetuoso de Trump contra Putin luego se tornó casi lambiscón, y este, en un gesto cercano a la burla, le obsequió al gobernante de EE. UU. una pelota de futbol.

La presidencia estadounidense en manos de Trump ha representado retrocesos en muchos campos. Su posición aislacionista y proteccionista, tan cercana al populismo latinoamericano, ha provocado enfriamiento en las relaciones con Europa, a cuyos países ha señalado de enemigos. La esperada reacción de colocar impuestos a los productos estadounidenses ya ha causado serios problemas a varias empresas.

La única explicación que se le puede dar a las acciones de Trump es la de alguien impulsivo, desinteresado en analizar de manera simple los problemas. De esto es un excelente ejemplo la crisis del Triángulo Norte, a cuyos países quiere forzar a terminar con la inmigración ilegal, negándose a analizar las causas y el papel de Estados Unidos.

En la reunión con Putin, este último salió evidentemente fortalecido. Ahora, en Washington, Trump se encuentra empeñado, una vez más, en explicar qué quiso decir. Esta duda sobre las expresiones presidenciales es imposible que no cause molestias y dudas en los países tradicionalmente aliados de Estados Unidos, que ahora buscan las claves para forjar sus propias estrategias de cara a un futuro incierto, ante un presidente imprevisible.

Evidentemente ha terminado el larguísimo período de beneficio de la duda dentro del partido oficial de Trump, quien se puede convertir en la razón de una derrota republicana. El panorama se demuestra nebuloso, al no haber en las filas demócratas ninguna figura que se destaque ante lo que es hoy en día una sorda crisis en el sistema estadounidense.

Simplemente debe existir alguna ley por la cual un mandatario debe ser castigado cuando se relaciona en forma desleal, directa o indirectamente con potencias extranjeras. Y no puede calificarse de mentira: lo confesó el propio presidente Trump.

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