SIN FRONTERAS

¿Y qué hay de los factores de atracción?

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Tanto que hace falta ver lo que ocurre en EE. UU. a la hora de analizar por qué emigran los centroamericanos. Al hablar de esto, los factores de expulsión —inseguridad, pobres economías, vulnerabilidad climática, hambre, etc.— monopolizan la conversación. Pero es innegable que hay factores de atracción que persuaden a que millones busquen un país con una enorme economía, y que también es el que más invierte en servicios públicos y sociales, en toda la región.

Es cierto. Los lugares que más expulsan gente son un desastre humanitario. Pero no deja de lastimar que en términos del discurso migratorio, haya sucedido lo mismo que con lo del flagelo del narcotráfico. Por este, los países latinoamericanos somos sancionados por nuestra incapacidad de contrarrestar esa imbatible industria. Pero se deja de hablar sobre el enfermo mercado estadounidense, que es quien genera la demanda. La verdad es que no importa qué suceda en esta región, la economía del norte será una fuente inagotable de emprendedores soñadores. Y es notorio que también atrae, pues pone servicios públicos y sociales a disposición de sus residentes.

Tantas cosas que en la vida son cuestión de perspectiva. Lo que es modesto para algunos, puede parecerle excelso a otros. Hablando de educación, por ejemplo, el estado de Georgia es de los que menos invierte en educación para su gente. Aún así, el día que visité la escuela Elm Street, en uno de sus pueblos rurales, se me estampó una imagen que me acompaña cuando pienso en las causas de la migración. En especial, la guatemalteca, la campesina, la indígena, que es nuestra abrumadora mayoría. Sentadas junto a mí, en la sala de espera, estaban tres señoras. Las tres de Huehuetenango. Olvido de dónde exactamente eran, pero podríamos decir que venían de Jacaltenango o Nentón, o San Mateo Ixtatán. Y aunque debajo de Georgia solo haya 12 estados que gastan menos en educación, las instalaciones de ese edificio eran envidiables para cualquier colegio privado en nuestra capital, no digamos en las aldeas huehuetecas. Las señoras tenían hijos estudiando en la escuela. Sentados estábamos, cuando en un televisor colgado en la pared aparecieron dos chicos estudiantes. Tenían ahí un circuito cerrado y todas las mañanas los alumnos hacen turnos para aparecer en pantalla, frente a un micrófono, dando los avisos matutinos. Uno de los chicos tenía la fisionomía de un guatemalteco maya. Las señoras veían esa pantalla con ojos que irradiaban un orgullo indescriptible. Podía imaginar uno que solo eso habría valido la pena para poner en riesgo la vida misma en el peligroso viaje hacia el norte. La oportunidad que ellas no tuvieron de crecer en la vida. Y eso mismo que describo en educación, sucede con la salud, seguridad, infraestructura y tantas otras tareas importantes que un Estado fuerte provee.

Durante los años de Obama, políticos nacionales cercanos al oficialismo estadounidense, difundieron un mensaje que proponía el desarrollo local, como la mejor política para detener la migración. Y si bien, nadie podría oponerse al desarrollo local, también es cierto que es improbable que aún a pesar de este, los factores de atracción puedan dejar de persuadir a las poblaciones a emigrar. Quizás sea cierto que estamos demasiado cerca de Estados Unidos.

Las próximas elecciones en Guatemala se asoman; e imagino que quienes busquen el favor de Washington, D.C. repetirán este incompleto mensaje. Mientras, con la economía del norte demande a nuestros trabajadores, hará falta un liderazgo que exponga las realidades, y que se oponga a la hipocresía estadounidense, que humilla al migrante, mientras se aprovecha de su aporte laboral.

@pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.