EDITORIAL

Una institución en crisis generalizada

La presidencia de varios países da cada vez más muestras de ser una institución en crisis, principalmente porque muchos de sus ocupantes resultan inmersos en polémicas y por eso algunos lucen tambaleantes ante poderosos e inesperados sucesos que amenazan sus mandatos.

El más reciente de estos casos es el del presidente de Brasil, Michel Temer, quien se aferra al cargo tras haber trascendido una grabación en la cual supuestamente concede el aval para el pago de un soborno para comprar el silencio de un poderoso diputado en el escándalo de corrupción que involucra a varios políticos latinoamericanos, entre ellos de Guatemala. Temer ha dicho que no renunciará, ante el anuncio de que el Tribunal Supremo Federal decidiera abrir una investigación.

En Estados Unidos, el Departamento de Justicia designó el pasado miércoles al exdirector del FBI Robert Mueller como fiscal especial para investigar las relaciones entre el entorno del presidente Donald Trump y la supuesta influencia de Rusia en el reciente proceso electoral. El mandatario declaró que respeta la decisión pero la calificó como la mayor cacería de brujas.

La convulsión social que estremece a Venezuela tiene en vilo el mandatario Nicolás Maduro, quien ha hecho todo tipo de argucias para mantenerse en el poder y aún impulsa algunas medidas con la esperanza de prolongar su mandato, en un escenario de desesperación ciudadana que ha motivado el interés de otros países por condenar la situación y exigir el restablecimiento de las garantías constitucionales.

Salvo en el caso estadounidense, en los otros se habla de desestabilización, aunque quizá sea más correcto afirmar que la situación de los latinoamericanos es el resultado de años de desgobierno, de corrupción y abuso de poder, como ha ocurrido en Venezuela, donde materialmente se ha dilapidado la riqueza petrolera de esa nación, al punto de llegar al extremo de financiar a otros Estados con el claro objetivo de comprar lealtades.

Brasil también llega a un punto en el que la corrupción y la inmoralidad política cobran la factura de un abuso continuado. Solo el caso de Odebrecht desnudó la triste realidad de la obra pública en Latinoamérica, donde una vasta red de funcionarios, políticos y lobistas fueron parte de una red de sobornos que alcanzó a los más altos cargos en varios países, en los cuales se comprometió el dinero de la construcción e infraestructura con fines perversos.

Al final, quienes hoy son los más claros ejemplos de la tormentosa realidad que aqueja a varios presidentes son a la vez el reflejo de procesos poco democráticos, o la consecuencia de manipulaciones infames que los llevaron al poder, pero no por sus más elevadas capacidades, sino como producto de un manipuleo que tampoco garantizaba un final feliz.

Las excepciones a esta generalizada crisis en las cumbres del poder son pocas y Latinoamérica puede dar más ejemplos de ese deterioro, con presidencias tambaleantes o sostenidas sobre cimientos de corrupción y abuso. Algo debe aprenderse de las crisis por estos gobernantes, sobre todo porque muchos de los ingredientes de esa convulsión también son comunes.

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