Revista D

Exploradores

Los primeros dibujos, relatos y teorías de aventureros sentaron las bases para el estudio de la civilización maya.

Chichén Itzá, dibujo de Frederick Catherwood.

Chichén Itzá, dibujo de Frederick Catherwood.

“Es imposible describir el interés con que yo exploré estas ruinas… todo era terreno virgen. No podíamos distinguir a diez yardas frente a nosotros, y nunca sabíamos con lo que tropezaríamos después… Yo me adelantaba muerto de ansiedad mientras que los indios trabajaban, y un ojo, una oreja, un pie o una mano se desenterraba…”

Con estas palabras el explorador estadounidense John Lloyd Stephens describió su llegada al sitio arqueológico de Copán en su libro Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Tales hallazgos, hacia 1841, reflejan la emoción de su autor, quien junto al dibujante inglés Frederic Catherwood fueron los exploradores más famosos de su época.

A partir de ambos aventureros suele atribuirse el inicio de la historia de la arqueología maya. Sin embargo, los arqueólogos mayistas concuerdan en que debe retrocederse unos 150 años en el tiempo.

El cronista

Los primeros aportes para intentar develar los misterios de la civilización maya corresponden en realidad a los cronistas españoles, sostiene el doctor en Arqueología Oswaldo Chinchilla, en especial, al cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, autor de Recordación Florida, en 1690.

Su importancia radica en dos aspectos. Presentó una versión de la historia prehispánica que incorporó a la de Guatemala, y prestó un inusitado interés en los vestigios materiales como fuente de información de sus creadores.

Fuentes y Guzmán fue el primero en describir varios sitios del país, entre ellos Iximché, Utatlán, Zaculeu y Copán en Honduras.

El relato fantástico de una “hamaca de piedra” en Copán fue uno de los motivos de infructuosa búsqueda de Stephens, según la investigación Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, precursor de la arqueología americana, de Chinchilla para la Academia de Geografía e Historia.

“Fuentes estaba consciente de que los indios tenían un sistema de escritura, el cual trató de descifrar”, refiere la investigación de Chinchilla.

La Ilustración

El interés por las culturas exóticas y antiguas motivó a los primeros viajeros extranjeros. Era el período de la Ilustración europea, las expediciones se hicieron bajo las órdenes de los reyes Carlos III y Carlos IV, indica el arqueólogo Tomás Barrientos.

“Estos precursores fueron aficionados, movidos por una gran pasión. Sin conocimientos ni metodología, con rudimentarias herramientas, se internaron en la selva. Algunos aprendieron la lengua maya. Hicieron comentarios e hipótesis en las que alcanzaron a vislumbrar la grandeza de una civilización que no los dejaba penetrar sus enigmas”, comenta Robert. L. Brunhouse en el libro En busca de los mayas.

El primer objetivo de exploración fue la ciudad de Palenque, Chiapas; que para entonces formaba parte de la Federación de Provincias Centroamericanas.

Fue el cura Ramón Ordoñez, en 1773, quien envió investigadores a estudiar dichas ruinas. Más de 10 años después lo relata a Joseph de Estachería, presidente de la Real Audiencia de Guatemala, quien al siguiente año envió a José Antonio Calderón (1784), un funcionario de Santo Domingo de Palenque, a visitar el enigmático sitio y elaborar un informe.

Los dibujos de Calderón fueron muy primitivos, por lo que se encargó otro viaje, en 1785, a Antonio de Bernasconi, arquitecto real de la ciudad de Guatemala, para investigar nuevamente el sitio y elaborar dibujos más fieles.

Dos militares se sumaron a las expediciones de Palenque: Antonio del Río, 1787, un capitán de artillería quien viajó junto al dibujante Ricardo Armendáriz.

“Estas imágenes son las que abrieron paso a los primeros estudios mayas en el siglo XIX”, indica el documento Los primeros pasos de la arqueología maya, de la doctora en Literatura Roxanne Dávila.

El Siglo XIX

Los misterios de esta cultura motivaron a la investigación de las sociedades científicas de Londres, París, New York y Massachussets, refiere Dávila. Todas ellas promovieron estudios a través de concursos, lo que dio paso a tres exploradores importantes.

De 1819 a 1835, Francisco Corroy, médico francés, visitó Palenque y se quedó en México hasta su muerte. No logró publicar sus escritos, pero sus cartas sobre este sitio movilizarían a otro colega más.

Jean Frédéric de Waldeck, fue un explorador y artista francés que trabajó en las ruinas de Palenque, Copán y Yucatán de 1832 a 1835. Se hizo conocido por sus teorías fantásticas sobre los mayas.

Vio elefantes en la iconografía de las ruinas, por lo que llegó a afirmar que tales monumentos debieron ser elaborados por una cultura hindú. Sin embargo, los expertos hoy reconocen su talento como pintor y dibujante.

El tercer explorador de este período fue el irlandés naturalizado guatemalteco, Juan Galindo.

Militar, político y aventurero, en 1831 viajó a Palenque donde levantó mapas, dibujos y envió informes a las sociedades científicas de la época. Tres años después, por encargo del gobierno guatemalteco, llegó a Copán donde hizo excavaciones y dibujó las estructuras más importantes, que hoy sirven de testimonio de cómo se encontraron en esas fechas.

Galindo llegó a ser gobernador de Petén, lo que le permitió explorar y dar las primeras referencias de la isla de Topoxté y Yaxhá.

Hacia 1839, describió en uno de sus documentos, una ciudad al borde del Motagua con piedras esculpidas de superior tamaño y elaboración. “Se considera que era Quiriguá”, refiere Dávila.

Galindo obtuvo dos veces la medalla de plata de la Sociedad de Geografía de París (1836 y 1839) por sus investigaciones sobre la cultura maya.

Los grandes viajeros

Los principales aportes en el estudio de la civilización maya continuaron en el siglo XIX, en su mayoría por exploradores extranjeros.

Los viajes a más de 40 sitios arqueológicos del diplomático y aventurero estadounidense John Lloyd Stephens y su dibujante Catherwood, de 1839 a 1841, lograron ser un best seller de su época, cuyas descripciones y dibujos desde Yucatán a Copán asombraron al mundo.

“Se vendieron 12 mil ejemplares en cuatro meses”, señala Brunhouse.

El principal mérito que se les atribuye fue el de otorgar tales hallazgos a poblaciones locales; de identificar una cultura maya “unida” que se extendió desde la península de Yucatán hasta el sur de Guatemala y “de establecer un vínculo entre pasado y presente”, comenta Barrientos.

Otro acontecimiento vino después. El descubrimiento de Tikal, en 1848 por el coronel Modesto Méndez, gobernador de Petén y Alfredo Tut, alcalde de San José.

Méndez publicó las impresiones de este sitio por primera vez en la Gaceta de Guatemala.

Tikal-06-1.jpgEl historiador Rodrigo Fernández Ordóñez recogió la emoción de Méndez en sus propias palabras ante tal descubrimiento:

“Poco después, estando en un cerro de regular elevación, se descubrió en otra altura superior el primer palacio, cuya soberbia perspectiva no hubo uno solo de mis compañeros que no quisiese disfrutar. Desde entonces, empezé a sentir un noble orgullo al ver logrados en tan cortos días nuestros trabajos, los deseos de tantos años, con notable oprobio de mis antecesores. Nos aproximamos con mayor entusiasmo, hasta ponernos al pié de una hermosa escalera, cuyo paso nos disputábamos, subiendo por precipicios y escombros, orijinados tal vez por los temblores y elevados árboles…”

El informe de Méndez fue traducido al alemán y publicado en la Academia de Ciencias de Berlín en 1853, de acuerdo con Fernández Ordóñez.

Tres décadas después, las investigaciones más exhautivas de Tikal correspondieron al explorador inglés Alfred Maudslay, quien visitó el sitio en 1881.

“De él se admiran una de las mejores colecciones de planos y dibujos sobre Tikal, también la única colección de fotografías de esa ciudad maya tomadas cuando acababa de ser descubierta”, cita un artículo publicado en Prensa Libre en 1982. El explorador también recorrió Copán, Quiriguá, Yaxchilán, Yaxhá, Quiché. Todo pagado por él mismo, según el reportaje.

Barrientos relata que Maudslay hizo moldes de todas los objetos que pudo para luego exhibirlos en el Museo Británico.

“Sus trabajos todavía son referencia para los epigrafistas. Lo considero el primer arqueólogo profesional y el último independiente”, sostiene.

“Su contribución son los registros fotográficos, en especial de la región del Usumacinta”, señala el arqueólogo Ernesto Arredondo.

Paralelo a este período, arqueólogos alemanes investigaron con rigor el área de Santa Lucía Cotzumalguapa, relata Barrientos.

Otro gran aventurero de este período fue el austríaco Teobert Maler, quien viajó por Guatemala y México a partir de 1885 hasta residir y morir en México.

De 1898 a 1905 llevó a cabo investigaciones para el museo Peabody de la Universidad de Harvard. Fue el primero que logró un contrato para este efecto.

“Como fotógrafo-expedicionario, Maler no tenía igual. El registro fotográfico de numerosos sitios nunca antes visitados sigue siendo hoy día una fuente invaluable de material para estudiar la epigrafía, la iconografía y la arquitectura de la cultura maya”, escribió el mayista británico Ian Graham para la revista Archaeology, en 1990.

Espía y arqueólogo

En el marco de la Primera Guerra Mundial, el estadounidense Sylvanus Morley arribó a Guatemala y México alrededor de 1916, atraído por los estudios mayistas. Se conoció que a la par de sus investigaciones para la Carnegie Institution, hizo espionaje al servicio de la Oficina de Inteligencia Naval de Estados Unidos, como lo atestigua el libro The archaeologist was a spy.

Sus principales investigaciones abarcaron Uaxactún, Copán, Chichén, Itzá, Uxmal, Piedras Negras, Yaxchilán y Quiriguá.

“Se le atribuye el descubrimiento de Uaxactún”, indica Arredondo.

Dos de las publicaciones más importantes de Morley son The Inscriptions of Peten y The Ancient Maya. En 1938 recibió la Orden del Quetzal en Guatemala y la medalla al mérito de la Sociedad de Geografía e Historia, en 1942. En 1964, el Museo de Tikal tomó su nombre.

La academia

A partir del siglo XX, la dinámica de exploración cambió por el financiamiento de instituciones de investigación estadounidenses. Las cuatro más importantes fueron la Carnegie Institution, el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, la Universidad de Tulane en Nuevo Orleans y la Universidad de Pennsylvania.

En la oficina de Arredondo, se distinguen varias reproducciones de los dibujos de Catherwood, al igual que se apilan cientos de libros y retratos.

Aquellos relatos a la par de las nuevas investigaciones siguen siendo la fuente de inspiración de los arqueólogos de hoy, quienes continúan develando los misterios de esta magna civilización.

El investigador del altiplano
  • Manuel García Elgueta (1846-1877) fue un intelectual  guatemalteco que efectuó estudios sobre el idioma maya k’iche’ e hizo investigaciones arqueológicas en el altiplano guatemalteco, de acuerdo con la investigación El pensamiento de Manuel García Elgueta,   del arqueólogo Oswaldo Chinchilla. 
  • García Elgueta hizo expediciones a los sitios de Chalchitán  y Pichikil, en el municipio de Aguacatán, Huehuetenango.
  •  “Los hallazgos incluyeron una “perla de gran tamaño”, un “taladro”, cerámica, piedras preciosas y otros objetos, que serían expuestos en el Club Liberal Totonicapense, relata el trabajo de Chinchilla.
  • La colección arqueológica de García Elgueta fue expuesta en el salón guatemalteco de la World Columbian Exposition de Chicago, en 1893, y al año siguiente en  San Francisco. Nunca retornó a Guatemala pues fue adquirida por la California Academy of Sciences de esa ciudad. Se cree que algunas de las piezas se dispersaron después. El paradero de sus manuscritos también se desconoce.    
  • García Elgueta fue un pionero en la búsqueda de una relación entre los pueblos del altiplano y los  mayas clásicos de las tierras bajas, concluye  Chinchilla.

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