La misión del historiador contemporáneo

  “Al historiador se le pide hoy —y acepto sin reservas esta exigencia—”, escribió Vilar, “que no ignore, en bien de su oficio, los logros de las otras ‘ciencias humanas’. En cambio, raras veces se pide —a veces incluso se impide— a quienes practican las mencionadas ciencias, que se doten de ese mínimo de formación histórica que les ahorraría hacer alusiones a la Historia mal fundamentadas (cosa que ocurre con frecuencia) o eliminar totalmente el pasado en su interpretación del mundo (lo cual roza el absurdo)”.

A manera de respuesta a lo escrito por Vilar, Joseph Fontana (Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Crítica, Barcelona: 1982) nos enseña que la historiografía (la producción escrita acerca de temas históricos), la filosofía de la historia (la reflexión acerca de la Historia hecha por los filósofos, desde fuera de la práctica de la investigación) y la teoría de la historia (las ideas sociales básicas, o ideología que posee todo historiador para analizar la Historia y orientar su trabajo) son visiones globales de la Historia que constituyen la genealogía del presente.

Quienes escriben sobre la Historia, conscientes o no, afirma Fontana, buscan la justificación del presente. Entre los historiadores conscientes se encuentran los científicos, pero también pretenden ser historiadores los políticos tramposos y los mercenarios, no menos tramposos que los anteriores. Los historiadores no conscientes no existen, a menos que estemos hablando de bobos o cretinos que no conocen su oficio, las sombras de los verdaderos historiadores.

“Así, el historiador nos muestra una sucesión ordenada de acontecimientos que van encadenándose hasta dar como resultado ‘natural’ la realidad social en que vive y trabaja, mientras que los obstáculos que se opusieron a esta evolución se nos presentan como regresivos, y las alternativas a ella, como utópicas. Se ofrece como una averiguación objetiva del curso que va del pasado al presente lo que suele ser, más bien, un partir del orden actual de las cosas para rastrear en el pasado sus orígenes, aislando la línea de evolución que conduce a las realidades actuales y transformándola en una manifestación del progreso, con fines legitimadores; es decir, no se trata de una reelaboración individual de los datos del pasado a la luz de las preocupaciones del historiador, sino de algo que se realiza colectivamente y que tiene una función social”.

Por su parte, el célebre lingüista norteamericano Noam Chomsky (Sobre la sociedad anarquista. En: Madre Tierra, Madrid: 1994), aclara que la misión del historiador contemporáneo debe ser contribuir a una transformación de la mentalidad del hombre.

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