Rincón de Petul

Ciudades que no gritan. Aprendizajes desde Madrid

La Ciudad de Guatemala es un lugar estridente.

Esa tarde, subimos las gradas de la estación del metro en Madrid. Venía anticipando cómo sería aquel lugar a donde hace tantas décadas había querido llegar de nuevo. El Viejo Mundo. Demasiadas salidas del país hubo en mi vida adulta sin que pudiera realizar el viaje que realmente quería mi corazón. Escogimos como puerta de entrada al continente, la capital española, el centro del orbe hispánico. Tenía muchas ideas, todas imaginadas, de cómo sería ese encuentro con semejante lugar que combina tanta historia con el desarrollo moderno. ¿Qué pensaré, qué sentiré en esa primera impresión? Pero todas aquellas suposiciones quedaron relegadas respecto de lo que realmente sucedió esa tarde; de lo que me sorprendió cuando subimos las gradas de la estación Tribunal, en el puro corazón de la gran Madrid metropolitana, lugar de vida de siete millones de personas: Su ausencia de ruido, su silencio, increíble.

El ruido no es una consecuencia inevitable por el solo hecho de vivir en un centro urbano.

Parecía una película a la que le pusieron el botón de “mute”. Eran las tres de la tarde y el día era entre semana. No había excusa que justificara esa paz extraordinaria. No era feriado, ni había toque de queda. Empecé a sentirme en un momento surreal. Era el centro de la ciudad y se veía mucha gente andar; pero como que nadie andaba gritando. Ningún comercio, por supuesto, invadía a los vecinos con su música. Y sí, había carros transitando, no era una calle peatonal. Pero juro que estos no hacían ruido. En mi mente de guatemalteco, patéticamente malacostumbrado a escuchar camionetas, camiones y motos pedorrearse todo el día a mi alrededor, no pensé que eso fuera posible, salvo que la mayoría estuviera propulsada por electricidad. Pero luego investigué en Internet y parece ser que el porcentaje de esa avanzada tecnología no alcanza números altos todavía en España. ¿Qué provoca, entonces, aquella agradable ausencia de ruido?

Desde mi regreso, he intentado identificar qué hay en las calles de Guatemala y que no existe en Madrid —y otras ciudades europeas— que causa las desagradables y seguramente dañinas inconveniencias de la polución sonora. Me he detenido a hacer algo distinto, rompiendo la rutina de la cotidianidad: me he fijado en cada fuente de sonido excesivo, y he reflexionado sobre cómo estas no son una consecuencia inevitable por el solo hecho de vivir en un centro urbano. Es decir, no estamos obligados a ceder la salud y la paz, por el hecho de vivir en una ciudad grande. Pero para esto, alguien tendría que poner orden. ¿Por qué, en Guatemala, muchos vehículos hacen ese auténtico escándalo? ¿Por qué los camiones, las motocicletas, no tienen sistemas de escape de gases silenciosos? Seguramente, hay ahí un tema de costos, pero posiblemente también, uno de costumbres. ¿Por qué no podemos apreciar colectivamente las bondades de la paz?

La Ciudad de Guatemala es un lugar estridente. El picop recoge-chatarra lleva un parlante anunciando su llegada. La insoportable bocinadera de los pilotos. Hay iglesias evangélicas que amplifican con megáfonos la voz chillona de su pastor; mientras otras católicas lanzan bombas al cielo, despertando repulsión e histeria entre muchos. En el bulevar más bonito de la ciudad, La Reforma, está el edificio central de un banco que pone un concierto todos los viernes a todo volumen con reggaeton, sin que nadie los sancione. Ejemplos de esto hay demasiados. A partir del regreso a mi tierra, me han llenado de nostalgia los recuerdos de esa visita efímera a tres países del mundo avanzado europeo. Ese, que nos lleva delantera de siglos de desarrollo, que se reflejan en distintos aspectos y que desembocan en la buena calidad de vida. No iba pensando en el ruido, pero es algo que ahora me cuesta soportar.

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.