“El regreso con fuerza de Irán y de Rusia es patente (…) Buscan ocupar una plaza vacante desde el repliegue estadounidense”, explica Karim Bitar, director de investigación del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.
El intervencionismo de ambos países se centra en Siria, donde Rusia, en nombre de la lucha contra el grupo Estado Islámico (EI), lleva a cabo bombardeos aéreos desde el 30 de septiembre contra un mosaico de grupos hostiles al régimen de Asad, desde moderados hasta islamistas, pasando por los yihadistas del Frente al Nosra.
Por su parte, Irán interviene activamente en el terreno. Según testigos, unidades de élite de los Guardianes de la Revolución iraníes, junto al Hizbulá libanés, se encuentran en primera línea de los combates y han logrado expulsar a los rebeldes en varios lugares.
Con el final de la URSS en 1991, Moscú perdió su influencia en una región donde había invertido mucho. La naciente Rusia asistió impotente en 1994 al final de la República Democrática de Yemen (Yemen del sur, prosoviético) a manos del norte, apoyado por Arabia Saudita.
Rusia tampoco pudo oponerse ni a la invasión estadounidense de Irak y la caída de su aliado Sadam Husein en el 2003, ni a la muerte en octubre del dirigente libio Muamar Gadafi durante una intervención occidental y árabe, tras el visto bueno de una resolución de Naciones Unidas. Moscú se abstuvo entonces.
“Los occidentales nos engañaron y nunca les perdonaremos el uso unilateral de la resolución de la ONU para apoderarse de Libia. Jamás les permitiremos hacerse con Siria”, afirmó entonces a la AFP un diplomático ruso de alto rango en Damasco.
En el centro del tablero
Siria, devastada por casi cinco años de una guerra que ha matado a 250 mil personas, es el último bastión de Rusia en la región y su pérdida reduciría considerablemente su influencia.
“La inflexible posición rusa en Siria se explica por varios factores: la protección de uno de sus últimos Estados satélites en Oriente Medio, la vejación vinculada a la política occidental en Libia, la voluntad de alzarse en protector de los cristianos de Oriente, el temor de ver al islamismo extenderse hasta el Cáucaso y el espíritu de venganza tras las humillaciones padecidas desde 1989”, enumera Karim Bitar.
La Rusia de Vladimir Putin consiguió con su intervención en Siria volver de nuevo al centro del tablero y establecer vínculos con Egipto, convertirse en interlocutora de Jordania y de los países del Golfo, y jugar al mismo nivel que Estados Unidos en una eventual resolución del conflicto.
“El interés nacional empuja a Rusia a actuar en Próximo Oriente para no verse obligada a luchar contra esta amenaza [islamista] cerca de nuestras fronteras”, explica Ajdar Kurtov, redactor jefe de la revista rusa Problemas de Estrategia Nacional, próxima al Kremlin.
Además, los “dirigentes rusos aspiran a devolver a Rusia a su lugar en la política mundial, un rango comparable al que tenía la URSS”.
La influencia iraní contra Riad
Para el Irán chiita, se trata de preservar su influencia y, si es posible, extenderla para afirmar su papel de potencia regional frente a su rival sunita, Arabia Saudí.
La invasión estadounidense le puso Irak en bandeja y su objetivo es mantener su papel en Siria y Líbano gracias al movimiento chiita Hezbolá, así como en la medida de lo posible en Yemen, apoyando a los rebeldes hutíes contra los sauditas.
“Rusia e Irán intervienen para impedir el hundimiento de la región y (…) veremos en las próximas semanas a otros países aproximarse a las posiciones ruso-iraníes sobre el papel desempeñado por el extremismo”, asegura Mohamad Marandi, de la universidad de Teherán.
Sin embargo, ambos países están lejos de salir victoriosos de esta partida, ya que, según Karim Bitar, “ningún intervencionismo en el mundo árabe termina sin consecuencias inesperadas y a menudo dolorosas para aquellos que se sumergen en este lodazal”.