DEPORTE INTERNACIONAL

Borroso y frenético, así es el descenso a más de 100 kilómetros por hora de la esquiadora ciega Millie Knight

Las condiciones son buenas. La británica de 19 años Millie Knight espera la señal en la cima de la montaña para comenzar el descenso. Siente nervios, es normal, sabe que en pocos segundos estará esquiando a más de 100 kilómetros por hora.

Pero no podrá ver la pista por dónde bajará a toda velocidad, Millie es oficialmente ciega.

Ella dependerá de su guía, Brett Wild, quien le irá diciendo los secretos de la montaña. Son un equipo.

El choque de puños forma parte del ritual, como susurrar el coro de una canción de la banda irlandesa The Script: “Puedes ser el más grande, puedes ser el mejor, puedes ser King Kong golpeándote en el pecho”.

Se encuentran en la salida. “Tres, dos, uno”… se impulsan y “vamos”, grita Wild. Millie lo sigue.

La montaña queda relegada a un segundo plano, tapada por el corte de los esquíes sobre la nieve y la intensidad de las instrucciones que grita Wild mientras recorren la pista.

Los espectadores observan en completo silencio, tienen prohibido emitir algún tipo de sonido.

Knight necesita escuchar a su guía, de quien sólo alcanza a percibir destellos naranjas de su chaqueta. Ella sólo tiene un 5% de visión, periférica y borrosa.

La coreografía entre ambos se acomoda al ritmo de la pista, con sus giros y dificultades, hasta alcanzar el tramo final, donde los esquíes se colocan en paralelo y el cuerpo se pliega, buscando la mejor posición aerodinámica.

En el momento que cruzan la meta se rompe el silencio de la montaña con la explosión de júbilo de los aficionados, testigos del título de Knight y Wild en los Campeonatos Mundiales de Esquí Alpino Paralímpico.

Pero Knight no se detuvo y chocó a 115 kilómetros por hora.

“La escuché gritando”, recuerda Wild.

“Me volteé y pude ver de inmediato que se trataba de algo serio, que estaba como una muñeca de trapo, con sangre por todos lados en la nieve. Se había deslizado por el hielo y tenía la cara rasgada”.

El miedo

Pese al fuerte impacto, la lesiones de Knight no terminaron siendo tan graves, pero el accidente fue el primer síntoma de que algo no estaba bien.

“Habíamos esquiado por más de un año y nunca se había caído”, se repetía el guía, quien tuvo que luchar contra el sentimiento de culpa que lo invadió.

“Ella era conocida por estar siempre de pie”.

Pero un mes después, en febrero de 2017, se volvió a caer mientras competía en una prueba en la sede de los Juegos Paralímpicos de Invierno en PyeongChang.

Y otra vez pasó luego de cruzar la línea de meta.

“Di varias vueltas y me golpeé la cabeza un par de veces”, recordó Knight, quien debido a la conmoción cerebral que sufrió tuvo que estar alejada de la montaña un tiempo.

Sumergida en la rutina de su vida, Knight se fue alejando de los esquís, mientras el miedo borraba cualquier pensamiento de regresar a la nieve.

“Antes del accidente me sentía con confianza porque no tenía nada que temer, pero después pensaba: '¿Por qué estoy haciendo esto si me voy a lesionar?'”.

Con el tiempo apremiando, el sueño de Knight de estar en PyeongChang parecía cada vez más lejos de hacerse realidad.

De ser una de las claras favoritas a conquistar una medalla, había pasado a ser una persona insegura, que ni siquiera podía ponerse los esquíes con los que había crecido desde su infancia.

Fue la manera que eligió su madre, instructora de esquí, de hacerle sentir la adrenalina de la velocidad después de perder su visión de su ojo derecho por una infección le dejó una cicatriz en su retina cuando tenía 6 años.

A los 11, sufrió lo mismo en el ojo izquierdo.

“Puedo ver a unos dos o tres metros de mí, pero no es claro y es algo borroso”, explicó Knight cuando estuvo conversando con la periodista de la BBC Beth Rose.

“Tampoco tengo una percepción de la profundidad, por lo que no se cuan lejos están las cosas”.

La rehabilitación

Knight reconoce que la fórmula de su rendimiento depende de un 80% del estado psicológico y de un 20% de su talento porque es “cuando se tiene un segundo de duda que las cosas comienzan a ir mal”.

De ahí la importancia que tuvo para su recuperación la psicóloga deportiva Kelley Fay.

“Después del primer accidente pudimos que regresar a los esquíes rápidamente, pero después del segundo ella fue alejada de ese mundo”, comentó Fay.

“Eso hizo que fuera particularmente difícil de superar”.

Fue un proceso largo y complejo, en el que las dudas superaban las certezas.

“Podías ver que ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera posible, pero cuando se ponía los esquíes simplemente se paralizaba”, añadió.

“Incluso en una cuesta leve repetía 'no lo puedo hacer'. Hasta ese nivel llegaba su miedo”.

Fay consideró que lo primero que para enfrentar esa situación lo mejor era regresar al escenario del accidente, como volver el tiempo a ese momento en el se esfumó su confianza.

“Fue como reprogramar mi cerebro para pensar diferente sobre lo que pasó cambiar mis emociones con respecto a eso”, se preguntaba Knight.

“Ella tenía que aceptar que esto se trata de una carrera de velocidad, que implica un factor de riesgo”, agregó Fay.

“Que lo que teníamos que hacer era A, B y C para minimizarlo”.

A partir de ahí Knight fue recuperando sus sensaciones poco a poco y junto a Wild se sometieron a sesiones intensas de entrenamiento, cada día, desde las cinco de la mañana.

El trabajo rindió sus frutos y en cuestión de meses lograron clasificar a los juegos de PyeongChang.

“Creo que ahora estoy mucho más fuerte mentalmente. Cuando pienso en mi accidente me río, ya no pienso en él y me preocupo”.

Algo que ha quedado en evidencia con las dos medallas de plata que ya suma sobre la nieve de las montañas de Alpensia, en Corea del Sur.

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