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Aquellos juegos de infancia

Juegos de niños que eran practicados hace más de 30 años. Ayer apenas éramos unos niños, hoy somos adultos y quedan lejos esas tardes de diversión.

El trompo era uno de los juguetes con que se divertían los niños. (Foto: Hemeroteca PL)

El trompo era uno de los juguetes con que se divertían los niños. (Foto: Hemeroteca PL)

Muchos de aquellos juegos de infancia, de hace más de 30 años, han desaparecido o cada vez se practican con menos frecuencia, y todo por la incursión de la tecnología, la cual ha extendido sus chips, sobre todo, en las áreas urbanas.

Pero no hay mucho de qué preocuparse, pues los niños no necesariamente son felices con un Playstation o un teléfono celular de última generación, ya que a ellos les encanta la diversión, la fantasía.

Son patojos, y como tales encuentran la diversión perfecta en una rama de un árbol, en una piedra, en un trozo de madera que hace las veces de un camión; con un trapo o una lata que se transforma en un balón de fútbol con el cual imaginan ser un jugador prodigio.

Resulta casi imposible olvidar aquellos recreos en el patio del colegio o de la escuela. Aún hoy, los niños salen del salón de clases, con gran felicidad para despejarse de las ciencias naturales o sociales, la gramática o la matemática.

Juegos de patio

La hora de la fantasía y del ejercicio llega por medio de un campanazo o un timbrazo. ¡Tan, tan! o un estruendoso y sostenido ¡ring!
Esos patios, en cuestión de segundos, se llenan de ansiosos jugadores; sacan de sus loncheras unos panes con frijol o jamón con queso, tiran la servilleta en el basurero y se juntan con sus compañeros.

Por un lado se observa un grupito de 10; se eligen a dos de ellos que serán los responsables de sus respectivos equipos. Se ponen frente a frente y juntan las puntas de sus zapatos: “Zapatito cochinito, dime quién cambia de piecito”, recita uno de ellos, mientras alterna su dedo índice en cada uno de los calzados.

Es un ritual. El ganador elige primero a sus compañeros de equipo, y luego, empieza el juego, que puede ser la clásica chamusca, es decir, un encuentro futbolístico.

Otras modalidades de chamusca son el sacarrín, bola al aire y el del último gol gana —frecuente cuando se está en un partido en un barrio y el cielo empieza a oscurecer—.

Al centro del espacioso patio, mientras unos juegan la chamusca, se ponían otros a jugar tenta, que consiste en que alguien “la lleva” y echa a correr a los otros para “pegársela”.

Previamente han acordado instituir el “pelo”, un lugar donde, al tocarlo, los participantes se ponen a salvo. El “pelo” puede ser una pared blanca o una banca, por ejemplo.

Pero si se quiere más emoción, también existe el tenta electrizado, en la que quien “la lleva” trata de electrizar (paralizar) a todos, pero más aún, debe cuidar que los ya electrizados no sean “deselectrizados” por sus amigos.

Y así, existe una enorme lista de modalidades de tenta, las cuales aparecen según el antojo de los participantes.

Por otro lado, en el tubo de una canasta de basquetbol, están otros que juegan al arrancacebolla, que consiste en tratar de desprender a los que están prendidos de un tubo, en fila india, tomándose de la cintura.

De repente, unos gritan de la emoción al jugar matado, en el que dos equipos se lanzan la pelota con fuerza. El rival que resulta tocado por la pelota, está fuera del juego.

Nuevo campanazo o timbrazo, y de nuevo a clases.

En las calles de los barrios también era frecuente observar niños con los clásicos cincos —canicas—, esas chibolitas de vidrio de colores. Para un niño, siempre es mejor jugarlos en un campo de tierra.

Al más hábil se le llamaba “vicio”, y casi siempre era el que se ganaba todos los cincos de los demás. Las canicas, a su vez, estaban clasificadas en agüitas, tiras, piratas, chinitas, chiripas, las poderosas chimbombolas y los mortales aceritos.

Por ahí andaba otro grupito que jugaba a los trompos, que podrían ser clasificados en monitas y momas. Las monitas eran chiquitas y picudas; las momas, en cambio, eran unos artefactos pesados. Ambos de madera.

Siempre en la década de 1980, en sus años finales, aparecieron unos trompos de plástico que encendían luces cuando giraban. Los niños los
hicieron trizas con las puntas de acero de sus momas. Muy divertido, por cierto, y más cuando el dueño de su trompito era un niño de 5 años.

Sobre los juguetes

Los juguetes populares guatemaltecos tienen vínculo con el folclor, pues representan rasgos y características de la cultura, expresan parte del pensamiento de un pueblo y de una región, sus estilos, contenido estético e histórico.

Lilian Scheffler, en un estudio sobre los juguetes populares de México indica que estos tuvieron un origen religioso y cita como ejemplo las sonajas utilizadas para el rito de inicio sacerdotal y las matracas para rituales.

Luego de su carácter religioso, pasaron a convertirse simplemente en juguetes.

Siempre en la época prehispánica, las comunidades indígenas tenían pasatiempos como los acertijos, las adivinanzas, los malabarismos o piruetas.

En la época de la Colonia, muchos juguetes fueron importados de España y otros países europeos.

Los juegos de tradición oral y algunos juguetes populares tienen su origen en la cultura española, como jugar a la cuerda, el juego de las ceras, el trompo o la perinola.

A finales del siglo XIX se fomentó el comercio del juguete y empezaron a diversificarse los productos. Así aparecieron muebles, juegos de trastos, caballitos de madera, juguetes de cerámica, pelotas o títeres.
 
A mediados del siglo XX, con la industria del plástico, se hicieron más juguetes, con más formas, tamaños y colores.

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