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Reinterpretar el mural

El Centro Cívico concentra varias obras de gran formato, pero en varios puntos de la ciudad se pueden apreciar más.

Mural del artista Benvenuto Chavajay ubicado en la Plaza el Amate zona 1. (Foto: Hemeroteca PL)

Mural del artista Benvenuto Chavajay ubicado en la Plaza el Amate zona 1. (Foto: Hemeroteca PL)

El trabajo de los artistas que participaron en la construcción del Centro Cívico es el referente del muralismo en la plástica guatemalteca. A medio siglo de su planificación, esa visión urbanística no pasa inadvertida. La ve cada transeúnte y conductor que atraviesa el límite Sur de la zona 1.

Al explorar el movimiento muralista surgen otras muestras de épocas diferentes. La capital cuenta con, aproximadamente, medio centenar de ejemplos. No todos tienen las dimensiones de los expuestos en la fachada del Banco de Guatemala y algunos se localizan en vestíbulos de edificios públicos o privados, otros se confunden con la ornamentación, o no se aprecian como tales, debido a la técnica con que fueron creados.

Antecedentes

Persiste la idea de que el muralismo guatemalteco tiene como referente al mexicano, cuando toda relación entre ambos se reduce a un ejemplo. “Se puede apreciar en el mural del Salón del Pueblo, en el Congreso de la República”, comenta Guillermo Monsanto, director del Centro de Documentación de la galería El Attico. “La revolución es el tema común”, indica Víctor Manuel Aragón, único sobreviviente de los tres artistas que participaron en el mural. “No viajamos a México, pero vimos las obras de sus artistas”, recuerda de esta obra que narra la historia del país desde la época Precolombina hasta 1944.

Al observarlo se puede reconocer cierta influencia, en especial en la anatomía de los personajes, que aparecen magnificados, exagerados. La obra está integrada por cuatro paneles que en promedio tienen cuatro metros de altura y 42 metros de largo. Se culminó en 1953 y fue plasmada al óleo por Aragón Caballeros, Juan de Dios González y Francisco Ceballos Milián.

Casi una década antes del Centro Cívico, en el entonces Palacio Nacional, el pintor Alfredo Gálvez Suárez concluyó una serie de pinturas para las dos escalinatas que conducen al segundo piso. Su técnica difiere de los murales del Congreso, pues el artista no trabajó directamente sobre la pared. Primero lo hizo en lienzos para dar el gran formato que requería cubrir las paredes. Por ello se le considera un “falso mural”, por no seguir la técnica de preparar una superficie sólida sobre la cual se pintará o adherirá un material como el mosaico.

Gálvez Suárez pintó seis obras de 4.5 metros de altura por largos variables que suman 40 metros. Los dos temas que aborda son la cosmovisión maya y el encuentro con los conquistadores. En ellos las líneas de los personajes, la paleta y la técnica —gauche: pigmento con cola, similar a la acuarela— se distancian de la obra de Aragón Caballeros, González y Ceballos Milián, con lo cual, desde 1943 —año en que comienza Gálvez a trabajar su serie— se evidencia que la influencia mexicana fue mínima.

La doctora en Arte Silvia Herrera Ubico, indica que hay un precedente al movimiento muralista en el vecino país: el realismo social ruso. Esta expresión priorizaba en sus propuestas los problemas sociales de la antigua Unión Soviética. El muralismo mexicano se consolidó en la década de 1930, en un contexto posrevolucionario en el cual la pintura se creaba con fines didácticos, en grandes dimensiones, expuesta a las masas y que se caracterizó por haber abordado la coyuntura social y política del país. Hasta mediados de los años 1950 prevaleció esa temática. El mural del Salón del Pueblo, en el Congreso, coincide en tiempo con este declive. Para entonces los artistas nacionales ofrecían su propio discurso, pues el muralismo guatemalteco se alimentó del academicismo regional.

Monsanto explica que los estudios folcloristas efectuados desde 1916 —entre otros, por los artistas Alfredo Gálvez Suárez, Carlos Mérida y el escultor Rafael Yela Günther— incorporaron el tema indígena a su trabajo, “en un momento en que era una ofensa para un coleccionista o un comprador tener una obra así”. Esta incursión sentó bases para toda la sintetización, figuración y abstracción que muestran los murales de edificios ubiquistas del Centro Cívico y otros hechos en los años 1950 y 1960, como lo refleja Sacerdotes danzantes mayas, de Mérida, en el Museo Numismático del Banco de Guatemala. Esta obra mide 117 metros cuadrados, cuenta con esmalte vidriado sobre dos mil placas de cobre y se trabajó de 1963 a 1966.

“La generación de artistas de los años 1950 es la que comienza a proponer, pero es el grupo de la década siguiente la que produce de manera avasallante y corta con todo referente”, resalta Monsanto. “Prevaleció una línea de afirmación por la identidad nacional y por la exaltación a lo prehispánico”, agrega Carlos Ayala, investigador titular del Centro de Investigación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

“Hay más nivel de originalidad y de abstracción con esta generación de muralistas. Usaban materiales más sofisticados que el mosaico y no se limitaban al mensaje de la pintura”, señala Ayala. Son contados los sitios donde hay cabida para el gran formato, luego del Centro Cívico. El aeropuerto de la capital, los edificios Carranza —zona 4— o el de la esquina opuesta al Parque Concordia, la Biblioteca Nacional y el parque de La Industria son algunos ejemplos.

Después del Centro Cívico

Las obras de los bancos Guatemala, Crédito Hipotecario Nacional, así como de la Municipalidad y del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social son representativas de una época. El muralismo posterior no tuvo la misma visibilidad, aunque se acercó una vez más a la denuncia social.

A finales de los años 1970, Efraín Recinos aceptó el reto de culminar lo que hoy es el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Hay casi dos décadas entre la obra del Centro Cívico —1955— y la del complejo asturiano, que es contemporánea de los murales que luce el Instituto Guatemalteco Americano en uno de sus laterales, inaugurados en 1973 y creados por Roberto González Goyri.

Aunque integrados por su cercanía y propuesta, se alejan de la intención que surge en los muros de la Ciudad Universitaria, para acercarse a la esencia del muralismo. “Una cosa es el muralismo y otra hacer murales. El primero es una vertiente artística emparentada con el realismo social”, retoma Herrera. Hacer murales, refiere la doctora, es pintar en paredes que han sido preparadas para adherirles mosaico o azulejo con fines artísticos.

La represión política de la época llevó a los estudiantes de la Universidad de San Carlos a expresar en sus edificios varias consignas sociales y antimilitares. El muralismo vuelve de alguna manera a sus bases pictóricas, y ejemplo de ello se observa en la Plaza de Los Mártires.

A un costado, en la Facultad de Arquitectura, destaca el mural de Arnoldo Ramírez Amaya, creado hace 35 años. Difiere porque se apropia del discurso de confrontación de sistemas para plasmar —en los cuatro muros que rodean el jardín del edificio— la metamorfosis del estudiante universitario: un renacuajo se convierte en rana y luego en alumno, que al graduarse es engullido por una hamburguesa.

Con la transición a los gobiernos democráticos y civiles —desde finales de la década de 1980—, el concepto del mural integrado a la arquitectura retorna en forma tímida y no necesariamente en edificios de la administración pública, pues es obra estatal, comenta Ayala.

Sin menosprecio a la calidad de las piezas, muchas se acercan a fines ornamentales por parte de quienes la solicitan. Muestras concretas son las dos pinturas de Manolo Gallardo en el vestíbulo del Edificio Palladium, en la zona 10: Aguas turbulentas (1982) y Encuentro de dos culturas (1992). También, el altar de la iglesia La Villa de Guadalupe —zona 10—, trabajado en madera, en 1986, con diseño de González Goyri. De este artista es además el mosaico en la fachada del edificio que en 1999 se creó para el Edificio Novatex —sobre el bulevar Los Próceres— y que con los años ha sido ocupado por diferentes empresas; algunas lo han llegado a cubrir parcialmente con publicidad. Suyo es, además, Cosmovisión y religión en Guatemala (1991), un acrílico sobre tela de 30 metros de largo por tres de ancho, que está en el Museo de Arqueología y Etnología.

Los murales de hoy

En el 2007 se trabajó un mural con mosaicos en un entorno público que guarda relación con el pasado de la ciudad, cerca del Acueducto de Pinula y del Montículo de La Culebra. Se llama Serpiente y acueducto, se encuentra sobre el bulevar Liberación y fue creado por el colectivo de artistas La Torana. Un año más tarde —también en mosaico— el grupo trabajó otro llamado Bestiario, en alusión a los animales del zoológico La Aurora. La obra se localiza sobre uno de los muros del recinto, en las proximidades de la Universidad del Istmo.

Estos esfuerzos se aproximan a la monumentalidad de la técnica mural, pero dista de los recursos económicos que exige. Como indica Herrera: “Hacer murales es pintar en paredes, previa preparación de las mismas o para adherirles mosaico o azulejo con fines artísticos. Creo que las nuevas generaciones necesitan fondos; harían muchos más si los tuvieran. Por eso, más bien intervienen superficies urbanas con distintas finalidades. Los murales actuales guardan más relación con los del Centro Cívico: una integración de las artes en la vía pública y en la arquitectura”.

En la última década son excepciones El viaje —1999 y 2000—, de Efraín Recinos, al ingreso del Hotel Intercontinental, así como la integración artística que en el 2009 hubo en proyecto Santo Domingo El Cerro, Antigua Guatemala.
Recientemente, el artista Benvenuto Chavajay terminó el último de tres murales en la Plaza El Amate, en la zona 1. Sus propuestas rescatan elementos emblemáticos de la obra que lo ha dado a conocer y presenta los temas prehispánico, colonial y moderno. Involucra además aspectos como el comercio del lugar y la variedad de idiomas y procedencias de sus negociantes.

Técnicas de mural

Las obras trabajadas directamente sobre la superficie —indica la doctora en Arte, Marcia Vásquez de Schwank— pueden ser frescos o conllevan el uso de algún pigmento sobre una pared, como el óleo o el acrílico. “Es el caso del mural del Congreso”, añade la experta. g otros murales emplean el mosaico, que puede ser de vidrio, en esmalte o sobre cobre, adosados a la pared. Muestras de esta técnica se aprecian en edificios del Centro Cívico. Pueden ser también una figuras o diseños trabajados en madera o metal que luego se colocan en la pared. Un ejemplo se aprecia en fachadas de algunos salones del Parque de La Industria.

Más ejemplos

Además de las obras del Centro Cívico, hay murales en el Museo de la Universidad de San Carlos —9a. avenida y 10a. calle, zona 1—.Tierra fértil es un fresco de 1954, creado por Rina Lazo. Ministerio Público —8a. avenida y 11 calle, zona 1—. El tríptico La Producción y el Comercio, un fresco de 1959, es obra de Antonio Tejeda Fonseca.
Academia de Geografía e Historia —3a. avenida y 9a. calle, zona 1—. El acrílico Bernal Díaz del Castillo, una obra de Guillermo Grajeda Mena, creada en 1981.
El Gran Hotel —9a. calle y 8a. avenida, zona 1—. Tiene tres frescos de Carlos Mérida, Roberto Ossaye y Alfredo Gálvez Suárez. Estas obras datan de los años 1930.
En el vestíbulo de la Biblioteca Nacional se pueden apreciar representaciones de códices mayas creadas por Antonio Tejeda Fonseca, Guillermo Grajeda Mena y José Antonio Oliverio.
En el interior de la sede del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá hay un mosaico de Dagoberto Vásquez. De Luis Díaz hay un mural en el vestíbulo del Instituto de Fomento Nacional, en la zona 9, y en el edificio antiguo de la Cámara de la Construcción, zona 4.

Arte en casa y en los bancos

De Efraín Recinos, indica Guillermo Monsanto, hay numerosos trabajos, muchos en residencias. Uno se puede apreciar cerca del Hotel Princess, en la zona 9, así como en la fachada del hogar del escultor José Toledo.
Diferentes instituciones bancarias albergan también obras de gran formato. Sobre la calzada Roosevelt, una agencia exhibe la obra de Dagoberto Vásquez. En el vestíbulo de otra, en la zona 4, se ve el mural de César Fortuny, Nuestras tradiciones, trabajado sobre madera.

¿Patrimonio?

La Ley de Protección del Patrimonio indica que los bienes culturales con 50 años de antigüedad pueden ser declarados patrimonio nacional. Varios murales cumplen con ese requisito, pero el abogado y escritor Max Aruajo dice que, “no es algo automático ya que se solicita una declaratoria ante el Ministerio de Cultura y Deportes y algunas de sus dependencias”. Aunque los materiales de un mural son resistentes necesitan mantenimiento. “Algunos, como los del Banco de Guatemala reciben atención constante, pero hay otros en el Centro Cívico o en la zona 1 que están descuidados”, menciona Guillermo Monsanto. “Los mosaicos del Teatro Nacional claman al cielo por restauración”, agrega Silvia Herrera.
Araujo aclara que “la responsabilidad del mantenimiento es compartida entre autoridades y los propietarios del inmueble”. Existe además la unidad de Fuentes y monumentos de la Municipalidad que da atención a varios sitios emblemáticos.

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