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¿Cómo es vivir con la posibilidad real de sufrir una “muerte súbita”?

Está haciendo un doctorado, acaba de publicar su segundo libro y, en los últimos ocho años, ha estado acompañada por la continua incertidumbre de no saber cuánto le puede quedar de vida.

No es lo mismo estar consciente de que la vida es frágil que vivir con la posibilidad real de morir en cualquier momento. GETTY IMAGES

No es lo mismo estar consciente de que la vida es frágil que vivir con la posibilidad real de morir en cualquier momento. GETTY IMAGES

Fue en 2008, cuando vivía en Nueva York, que la escritora estadounidense Eva Hagberg Fisher comenzó a sentirse un poco rara. Se mareaba mucho y casi siempre tenía sed.

Un día se despertó y al entrar en su cocina sintió “como si el piso se estuviese levantando para encontrarse conmigo, o como si yo estuviese descendiendo para encontrarme con el piso”, como escribió en un libro electrónico sobre sus problemas médicos.

Le hicieron una resonancia magnética. Quizás era un pequeño tumor alrededor de un oído que la hacía perder el equilibrio. Se sometió una rehabilitación vestibular dos veces por semana. No sirvió de mucho.

Pensó que era el estrés de vivir en una ciudad tan extenuante, así que en 2009 se mudó a Portland para relajarse. “Me dediqué a montar bicicleta, comí muchas galletas y tuve una especie de año de limpieza”, me cuenta.

Más síntomas

En 2010 se fue a Berkeley para comenzar un doctorado en Historia de la Arquitectura.

Allí notó más síntomas raros. Volvieron los mareos, se sentía ansiosa todo el tiempo y consumida por pensamientos obsesivos.

Un doctor en San Francisco le recetó medicamentos contra la ansiedad, lo que creía probablemente causaba sus mareos. “Hizo que mis síntomas fuesen más fáciles de aceptar, pero no los hizo desaparecer”, relata.

Paulatinamente, la situación empeoró. Se despertaba sudando y le costaba concentrarse. Tenía cambios de humor y rabietas. “Las cosas dejaron de tener sentido físicamente y también mentalmente”.

Y luego se desmayó en el salón de su estudio de yoga, mientras conversaba.

Un doctor le hizo un electrocardiograma y le diagnóstico el síndrome de Wolff-Parkinson-White, un problema cardíaco caracterizado por una anomalía en la conducción eléctrica en el corazón.

Uno de los riesgos, le dijeron los doctores, es la “muerte súbita”.

Sin pistas

Al día siguiente se despertó y no podía caminar. Los seis días siguientes los pasó en el hospital, mientras los doctores trataban de determinar qué tenía.

Descartaron diabetes, sífilis, sida, cáncer de hígado y enfermedad de Lyme. Le dijeron que no era Wolff-Parkinson-Lyme. Un médico pensó que era depresión y otro, un agresivo tumor.

Extrañamente, la idea de que pudiera tener un tumor que le provocara la muerte rápidamente fue casi un alivio, porque significaba que la solución no estaba en sus manos.

“Pensé que necesitaba esforzarme más, mejorar en el yoga, respirar mejor y, de repente, están hablando de un tumor carcinoide, palabras que nunca había escuchado…había intentado mejorarme sola y no pude”.

Finamente, convenció a los médicos para que le hicieran una resonancia magnética en el cerebro y así le dieron su primer resultado sólido: una lesión que había sangrado detrás de su glándula pituitaria.

Casi muerte cerebral

Sin embargo, fue solo el comienzo de más confusiones médicas, diagnósticos errados y una vida continua al borde de la muerte.

Durante los cinco años siguientes, su historia comenzó a parecerse a un episodio de la serie de TV “House”.

Se pensó que tenía cáncer en los ovarios, un tumor cerebral y síndrome de fatiga crónica.

La operaron por algo sospechoso en sus ovarios, pero no era nada.

Estuvo a punto de morir en una ambulancia que cruzaba el puente Golden Gate en San Francisco cuando sus niveles de sodio se desplomaron, dejándola al borde de la muerte cerebral.

“Recuerdo cruzar el puente pensando: 'es lo último que voy a ver' y sentí esa calma de la que la gente habla. En ese momento pensé que estaba realmente tranquila porque yo era fuerte, pero ahora sé que mi cerebro se estaba apagando”.


Posteriormente, se le volvió a diagnosticar Wolff-Parkinson-White y se sometió a una cirugía cardíaca para tratarlo. Se mudó a Arizona para escapar de unas supuestas alergias. No funcionó.

Se casó, regresó a California y un médico que ella describe como “Doctor House” la diagnosticó con síndrome de activación mastocitaria, un trastorno inmunológico en el que determinadas células liberan demasiadas sustancias químicas.

Después de muchos años, Hagsberg Fisher vive sin estar pendiente de un diagnóstico.

Está sometida a un estricto plan para mantener bajo control la activación de los mastocitos y dice que eso está funcionando y se siente mejor.

Sin embargo, sigue teniendo dudas sobre su salud y sostiene que la incertidumbre que ha rodeado su vida la hizo cambiar completamente.

Muerte en mente

Los científicos saben que reflexionar sobre la muerte puede influenciar nuestra forma de pensar de maneras profundas, muchas veces sin darnos cuenta.

Algunos estudios mostraron que cuando cualquier recurso es escaso, como el tiempo que queda por vivir, la gente tiende a darle más valor.

Otra investigación encontró que cuando los estudiantes escriben sobre la muerte, reportan menores índices de depresión y ansiedad, y mayores niveles de autoestima y motivación.

Y hay estudios que muestran que imaginar tu propio fallecimiento puede cambiar tus inclinaciones y preferencias políticas.

Un concepto en psicología llamado Teoría de la Gestión del Terror sugiere que cuando a los humanos se les presenta subconscientemente el concepto de sus propias muertes, se vuelven menos tolerantes y más agresivos.

En un clásico estudio de esta teoría, a un grupo de jueces se les plantea un caso ficticio en el que tienen que fijar una fianza al acusado.

Los que previamente no fueron recordados subconscientemente de su propia muerte fijaron una fianza promedio de US$50. Los que sí recordaron su mortalidad ordenaron un promedio de US$455.

Todo esto plantea una fascinante posibilidad: si en el futuro la medicina nos permite saber la fecha de nuestra muerte con mayor claridad, eso podría cambiarnos mucho más de lo que nos damos cuenta.

Aun así, una cosa es pensar sobre la muerte en un sentido distantemente abstracto y otra, enfrentarte con la posibilidad de fallecer hoy mismo.

Hagberg Fisher lo compara con la muerte de un familiar o un amigo cercano.

Puede que sepas que va a suceder y puedes prepararte, pero cuando llega la noticia hay un cierto tipo de dolor para el que no estás listo. No puedes entenderlo hasta que ocurre.

Un día a la vez

Cuando la volvieron a diagnosticar con Wolff-Parkinson-White, el riesgo de la muerte súbita la consumió.


Se encontraba a sí misma inmovilizada en poses de yoga, temerosa de moverse para no provocar su propia muerte.

Hay muchas citas famosas sobre vivir como si fuese tu último día.

Steve Jobs dijo una vez: “Cada día me miro en el espejo y me pregunto: 'Si hoy fuese el último día de mi vida ¿haría lo que estoy por hacer?' Si la respuesta es 'No' por demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo”.

Esas citas pueden parecer cursi, pero Hagberg Fisher dice que vivir con la sombra de la muerte por tanto tiempo verdaderamente le ha cambiado su perspectiva de la vida.

Ahora está empeñada en vivir el momento, rara vez hace planes más allá de unas semanas y cuando se ríe, siempre se asegura de estar consciente de ello.

“Cada vez que me encuentro riéndome histéricamente, presto atención. Estoy experimentando la risa y la diversión, y esto es algo bello y lo voy a disfrutar porque sé bien su opuesto. Los momentos malos son peores, y los buenos son mejores, realmente bellos”.

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