Cualquier persona que pase por las aceras de algunas de las calles de Washington D.C., podría pensar que las máquinas expendedoras que han ido apareciendo instaladas cerca de la Casa Blanca y del Capitolio son como aquellas que ofrecen gaseosas y agua, tan comunes en la capital de EE.UU.
BBC NEWS MUNDO
Las “máquinas de refresco” que dispensan antídotos contra las sobredosis en EE.UU.
La estrategia es un testimonio de la gravedad que representa la epidemia de sobredosis de opioides que enfrenta EE.UU. actualmente.
A pocas cuadras de la Casa Blanca, esta máquina ofrece pruebas gratis para identificar fentanilo y sprays nasales de naloxona.
Pero los estantes de estas máquinas nuevas están llenos de aerosoles nasales contra las sobredosis de opioides, tiras reactivas rápidas para detectar drogas, pruebas rápidas de VIH, condones femeninos y masculinos, y kits de higiene básica y cuidado para las heridas.
Lo único que se necesita para acceder a los productos que ofrece es introducir el número de producto que se necesita y después un código que se recibe inmediatamente -y de manera anónima- cuando se llama a un número que está impreso en la máquina misma.
Todo es gratuito y está disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana.
Las siete máquinas automáticas de reducción de daños comenzaron a instalarse a pocas manzanas de la Casa Blanca y del Capitolio hace cuatro meses, y una octava entrará en funcionamiento en las próximas semanas.
La estrategia es un testimonio de la gravedad que representa la epidemia de sobredosis de opioides que enfrenta EE.UU. actualmente, al igual que un ejemplo de la creatividad y agilidad de parte de las autoridades públicas del país a la hora de afrontar un problema.
La crisis
Mientras que en 2015 el número de muertes por sobredosis de drogas en Washington era de 114 (o 17 por 100.000 habitantes), en 2021 ya había alcanzado 426 (o casi 62 por 100.000), más del doble de la tasa de homicidios en la ciudad, según datos oficiales.
La tendencia en la escalada de muertes es similar en todo el país. Según información del Instituto Nacional de Salud, 52.400 personas murieron en EE.UU. por sobredosis en 2015. La cifra escaló a 106.700 en 2022.
Detrás de este aumento de víctimas mortales hay un fármaco concreto: el fentanilo .
Este opioide sintético es aproximadamente cien veces más potente que la morfina y 50 veces más fuerte que la heroína.
Debido a esto, el consumo de sólo 2 miligramos de fentanilo por parte de un adulto puede ser letal.
Los obituarios no dejan dudas. En 2016, el fentanilo estuvo detrás del 62% de las muertes por sobredosis en Washington. En 2022, fue la causa del 96% de las muertes relacionadas con el abuso de drogas.
Los expertos en el tema creen que al menos una parte de los muertos ni siquiera sabía que consumía fentanilo.
Una droga problemática
“Uno de los mayores problemas en EE.UU. es que el fentanilo se mezcla con otras drogas en general. Por lo tanto, cualquiera que sea la sustancia que la persona va a consumir, debemos ayudarla a saber si contiene fentanilo”, explica a BBC News Angela Wood, jefe de servicios de Asesoramiento Médico y Familiar, una organización sin fines de lucro que ofrece programas de reducción de daños en Washington y opera cinco de las ocho máquinas de la ciudad.
“Tratamos de educar a todos, incluso a las personas que solo consumen marihuana, de que si estás comprando una droga ilegal debes saber que el fentanilo puede mezclarse con cualquiera y que apenas una sola dosis puede ser letal”.
Según Wood, desde que se instalaron las máquinas ya han distribuido 1.700 de sus artículos en la capital.
El producto más buscado fue la naloxona, el antídoto nasal contra la sobredosis de opioides, capaz de salvar una vida si se aplica dentro de los 90 minutos posteriores al consumo de la droga.
En segundo lugar, estaban las cintas que prueban inmediatamente cualquier droga e identifican si el fentanilo está mezclado con ellas.
Para Wood, que coordina programas presenciales de distribución de jeringas y seguimiento de consumidores de drogas en el área metropolitana de Washington, las ventajas de las máquinas es que, por un lado, no requieren información alguna del usuario para garantizar el acceso a artículos de protección personal. Por otro lado, aseguran disponibilidad a cualquier hora del día o de la noche, cualquier día de la semana.
“Entre los que utilizan las máquinas, hemos visto tanto a personas a las que hemos seguido a través de otros programas de reducción de daños como a personas que son completamente nuevas para nosotros”, explica Wood.
“Hay tanto consumidores de opioides, que buscan prevenir y tener a mano una dosis de naloxona, como familiares o amigos de los consumidores, que quieren poder cuidar de su ser querido en caso de sobredosis“.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), más del 80% de las muertes por sobredosis ocurren en interiores, y alrededor del 40% de las veces, alguien más está presente en el momento de la muerte, situación en la que el acceso a la naloxona puede ser vital.
El renacer de las máquinas
Los experimentos con “máquinas de refrescos” para distribuir productos que ayudan a reducir los daños a los consumidores de drogas no son necesariamente nuevos.
La estrategia se ha utilizado durante al menos 30 años en países como Dinamarca y Noruega.
Pero no fue hasta la pandemia de covid-19 que esta idea comenzó a ganar fuerza en EE.UU.
Una de las iniciativas de este tipo que mayor duración ha tenido en el país se adoptó en la ciudad de Cincinnati, Ohio, en febrero de 2021.
“Cuando comenzó la pandemia de covid-19, se cerraron la mayoría de los servicios de salud para usuarios de nuestra zona”, explica Suzane Bachmeyer, directora de prevención de Caracole, una organización sin fines de lucro de prevención del VIH que opera máquinas de reducción de daños en Ohio, uno de los cinco estados con tasas de mortalidad más altas por sobredosis de opioides en el país: cerca de 14 muertes al día.
“Necesitábamos mantenernos seguros, pero no queríamos dejar de actuar en la prevención del VIH y de las sobredosis, y necesitábamos una solución que eliminara el contacto pero que igual fuera eficaz”.
Lo que parecía una solución de emergencia resultó ser un éxito para alcanzar un público más amplio que estuviera en necesidad de servicios de reducción de daños.
“Hay un componente de confianza que es realmente importante. Muchos de nuestros usuarios son personas con vulnerabilidades sociales y económicas, que se han enfrentado a estigmas, problemas raciales y que tenían muchas razones para desconfiar de la posibilidad de ser arrestados en una interacción con personas para recibir jeringas”, dice a BBC News Daniel Arendt, profesor en la Universidad de Cincinnati, que forma parte del programa como investigador.
“Cuando se elimina el elemento de interacción humana usando una máquina expendedora y se garantiza el anonimato, realmente se logra que una nueva población alcance una reducción de daños que de otro modo nunca hubiéramos podido lograr”, apuntó.
En Cincinnati, quienes quieran retirar un producto de la máquina pueden llamar al número que aparece en la máquina y obtener un código personal válido por 90 días.
Durante este período, la persona puede retirar un artículo de cada tipo por semana.
Entre los productos se encuentran: jeringas, kits de pipas, naloxona inyectable e inhalable, pruebas de fentanilo en drogas, pruebas de embarazo, condones, entre otros.
Si la persona decide seguir usando la máquina después de 90 días, deberá volver a llamar para recibir un nuevo código.
Es en ese momento que los investigadores aprovechan, sin romper el anonimato, para conocer un poco más sobre el perfil del consumidor y sobre el uso que hacen de los elementos que sacan de la máquina.
La investigación reveló, por ejemplo, que casi una de cada cinco personas que consumían productos de la máquina lo hacían por primera vez, es decir que nunca antes había participado en servicios de reducción de daños cara a cara.
Y, aunque la mayoría de quienes consumen los productos de reducción de daños -tanto de las máquinas como de las interacciones personales- son personas blancas, la clientela de la máquina es más diversa, con un porcentaje más significativo de personas negras, por ejemplo.
¿Qué pasa con las sobredosis?
“En dos años y medio de funcionamiento, revertimos 2.500 sobredosis distribuyendo naloxona mediante una máquina automática. Y las tiras reactivas han servido para detectar fentanilo en las drogas de usuarios en al menos 5.500 ocasiones”, informa Arendt.
“De ellas, en 2.900 situaciones, los usuarios informaron haber cambiado su comportamiento gracias al resultado, desechando el medicamento o ingiriendo una cantidad menor”, añade.
Estos datos fueron obtenidos gracias a las preguntas respondidas por más de 500 usuarios que renuevan sus claves cada 90 días.
“Mientras que a nivel nacional el número de sobredosis aumentó un 15% en el primer año de funcionamiento de la máquina, aquí en el condado de Hamilton, donde estamos ubicados, redujimos el número de muertes en aproximadamente un 10%”.
En la década de 1980, cuando surgió el concepto de reducción de daños como una idea para facilitar el acceso de los usuarios de drogas inyectables a jeringas y medios de uso seguros para prevenir la contaminación por virus como la hepatitis y el VIH, existía el temor de que estas prácticas no represivas fueran a terminar estimulando un aumento del consumo de drogas.
Décadas de investigación han demostrado que ese temor no se ha hecho realidad y que los programas de reducción de daños en realidad han limitado el número de infecciones entre los consumidores de drogas.
Pero una investigación publicada a mediados de 2019 por la investigadora Analisa Packham en el Journal of Public Economics sugería que la llegada del fentanilo al mercado podría haber alterado este cálculo a favor de la reducción de daños.
Packham comparó los resultados del programa de intercambio de agujas en ciertos condados de EE.UU. entre 2008 y 2016.
Observó que, originalmente, las tasas de infección por VIH eran similares en los lugares seleccionados.
Sin embargo, los caminos de los sitios observados se dividieron cuando algunos empezaron a implementar programas de reducción de daños.
En aquellos con programas de intercambio de agujas, las infecciones por VIH disminuyeron en un 15% en comparación con aquellos sin este tipo de programas.
Pero las muertes de usuarios de opioides no disminuyeron; de hecho, en promedio, las muertes por opioides aumentaron un 22 % en los condados donde se implementan medidas de reducción de daños.
La conclusión de Packham es que el acceso a medios de consumo seguros puede haber aumentado la frecuencia del uso de una droga altamente letal, de ahí el aumento del número de muertes.
Los riesgos de los programas
En 2018, otros dos investigadores, Jennifer Doleac y Anita Mukherjee, llegaron a conclusiones similares cuando descubrieron que un mayor acceso al antídoto naloxona no reducía la aparición de emergencias médicas relacionadas con sobredosis de opioides.
“Existe la preocupación de que el acceso generalizado a la naloxona, que reduce el riesgo de muerte por sobredosis, pueda conducir involuntariamente a un consumo mayor o más riesgoso de opioides”, escribieron los autores en el estudio.
En diciembre de 2022, ese estudio poco conocido hasta el momento recibió una mención en un artículo de la revista británica The Economist con el título: “El intercambio de agujas en Estados Unidos está matando a los consumidores de drogas”.
Las conclusiones de los dos estudios (y también el informe de The Economist) causaron revuelo en la comunidad científica.
En respuesta, Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda y una de las líderes de la Comisión Global sobre Políticas de Drogas, acusó a la publicación británica de visibilizar investigaciones oscuras sobre los programas de reducción de daños con resultados negativos entre cientos de trabajos con resultados positivos que, además, han sido ampliamente revisados por otros científicos.
“La evidencia es clara: los intercambios de agujas y jeringuillas no fomentan el consumo de drogas. Por el contrario, una literatura de larga data muestra que este enfoque ha sido eficaz para prevenir la transmisión de enfermedades transmitidas por la sangre como el VIH y la hepatitis C (y de hecho otras infecciones con complicaciones graves como los abscesos)”, escribió Clark en su respuesta pública.
“Nueva Zelanda, que fue uno de los primeros en adoptar programas de intercambio de jeringas y agujas en la década de 1980, ha evitado en gran medida las tasas endémicas de VIH entre las personas que se inyectan drogas, un resultado muy diferente al observado en países que no implementaron dichos programas tempranamente”, agregó.
Arendt reconoce que las estrategias de reducción de daños pueden parecer contradictorias para la mayoría de las personas, pero sostiene que la evidencia científica muestra que sus resultados concretos desafían la lógica del sentido común.
“La gente puede imaginar que alguien recibe una jeringa y sólo ahí es que piensa en conseguir la droga para inyectarse. No sucede así. La gente quiere usar la droga, la tiene y la consumirá, con o sin una nueva jeringa disponible”, dice el investigador de la Universidad de Cincinnati.
Tanto Wood como Bachmeyer señalan que su trabajo no termina con las máquinas expendedoras o la entrega de jeringas a los usuarios en persona.
Ambas instituciones ofrecen una gama más amplia de opciones de atención médica y tratamiento de dependencia química, si el usuario así lo desea.
Según Arendt, los usuarios recurrentes de la máquina se interesaron más en profundizar en su cuidado personal y, eventualmente, incluso en buscar algún tipo de tratamiento.
“No estamos aquí para decirle al usuario: ‘basta, ahora no vas a usar nada y nada menos que la abstinencia no será una victoria’. La estrategia es diferente. La máquina suele ser el primer paso”, afirma Arendt.
“Cada vez que el usuario vuelve a la máquina, su confianza en el servicio aumenta. Algunos empiezan a darnos sus nombres y sus contactos, reducen uno o dos usos por semana, poco a poco van aceptando otros enfoques, buscan más información de salud, mejoran las condiciones. El siguiente paso siempre es más fácil que el anterior. No es todo o nada”, apunta.
Hay un argumento adicional a favor de las máquinas automáticas de reducción de daños: el bajo coste del programa.
Aunque hay una inversión inicial de alrededor de US$15.000 para pagar el dispositivo, su mantenimiento y reposición de elementos se pueden realizar de forma económica.
En Washington, Wood estima que el mantenimiento de cada máquina cuesta US$1.300 por mes, monto que la Municipalidad transfirió a la organización.
En el caso de Cincinnati, Caracole financia el programa sin fondos públicos.
“En términos de coste-beneficio, es mucho más barato sustituir los elementos de la máquina y mantenerla en funcionamiento que contratar a un educador o un trabajador social durante 40 horas a la semana”, afirma Bachmeyer.
Según el director de Prevención de Caracole, al menos 70 ciudades estadounidenses ya han consultado a Cincinnati sobre su experiencia con las máquinas automáticas de reducción de daños, incluida Nueva York, que recientemente instaló modelos en Brooklyn.
Además de Washington, Nueva York y Ohio, hay experiencias en Nevada y Puerto Rico.
En medio de una epidemia de sobredosis, al menos parte de la solución puede estar en la vieja máquina de refrescos.
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