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Racismo, armas y leyes asesinas: cómo EE. UU. contribuyó a crear la violencia del narco en México

Cuando Donald Trump prometió su famoso muro en la frontera entre México y Estados Unidos, arguyó que entre los mexicanos que la cruzan abundan "los violadores", que llevan "drogas" y "crimen".

En muchas comunidades castigadas por la violencia acabaron surgiendo los denominados grupos de autodefensa. GETTY IMAGES

En muchas comunidades castigadas por la violencia acabaron surgiendo los denominados grupos de autodefensa. GETTY IMAGES

El entonces candidato no mencionó lo que Estados Unidos, a su vez, envía a su vecino del sur.

Tampoco abordó cuál es el papel que juega su país en el fenómeno de la violencia que castiga a México desde hace años.

La poeta y novelista mexicana Carmen Boullosa y su marido, el historiador estadounidense Mike Wallace, se propusieron responder a estas preguntas.

Y el resultado de su investigación es un libro de elocuente título: Narcohistoria. Cómo Estados Unidos y México crearon juntos la guerra contra las drogas.

El estudio nació de la angustia, le explica Boullosa a BBC Mundo, en el marco del Hay Festival Cartagena, que se celebra esta semana en la ciudad colombiana.

“Estaba obsesionada, azorada y asustada por lo que ha ocurrido en México en la ��ltima década”, dice.

La autora se preguntaba “cómo habíamos caído, aparentemente tan de súbito, en una pesadilla”.

Y cuando comenzó a documentarse se percató de que “cada vez que daba con una fecha o acontecimiento relevante, coincidía con algo que había ocurrido en Estados Unidos en relación con la ilegalización de las drogas”.

Su estudio acabó llevándolos a la conclusión que fundamenta su libro.

“La misma denominación de guerra mexicana contra las drogas es profundamente engañosa, pues desvía la atención del papel que juega Estados Unidos”.

Los dos investigadores encontraron la huella estadounidense en la génesis del problema de la narcoviolencia en México. Era apreciable en distintos aspectos y momentos críticos, subraya Boullosa.

El principal mercado

Boullosa y Wallace denuncian que el público estadounidense es muy consciente de que la mayor parte de las sustancias estupefacientes prohibidas que se consumen en EE. UU. proceden de su vecino del sur, pero que ignoran otros elementos a tener en cuenta.

Según han documentado en su estudio, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la enorme demanda en el mercado estadounidense llevó a muchos cultivadores de los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango a sembrar sus campos de plantas psicoactivas.

En un tiempo en el que el límite entre ambos países se podía cruzar libremente, el consumo estadounidense se convirtió en un aliciente irresistible para el comercio de drogas, explican.

Las primeras restricciones migratorias serían un acicate, revelan.

Cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1882 la expulsión de los chinos del país, muchos de ellos se instalaron en México, donde se dedicaron al cultivo de la adormidera de opio.


Los Ángeles y otros puntos de EE. UU. se convirtieron en el principal destino de sus cosechas.

Había nacido una lucrativa ruta comercial. Pero esto fue solo el principio, indican en el libro.

El peso de la prohibición

La Ley Harrison de 1914 prohibió todo uso no medicinal de los opiáceos y la cocaína en EE. UU.

Fue el primer paso de la política prohibicionista que, mantenida hasta hoy, Boullosa y Wallace consideran causante de gran parte de los problemas de México.

En el mercado negro, el precio de las drogas se disparó y distintas organizaciones criminales se lanzaron a una feroz competencia por su control.

Algo parecido ocurrió, señalan, con la prohibición de la bebidas alcohólicas, la conocida como Ley Seca.

Según Boullosa, el veto al alcohol “robusteció a las mafias, corrompió a los funcionarios públicos y llenó de violencia las calles”.

Cuando en México triunfó definitivamente la revolución y se aprobó la Constitución de 1917, siguiendo la estela de EE. UU., también se impuso la prohibición.

Luego llegó desde el norte la carga contra la marihuana, que aún no había sido ilegalizada porque se la consideraba inofensiva, cuentan.

El paladín de la campaña contra la hierba fue Harry Anslinger, comisionado de la Oficina Federal de Narcóticos de EE. UU.

Para Boullosa, “es un personaje de novela”, que temía quedarse sin trabajo con la despenalización del consumo de alcohol. Por esa razón, inició su cruzada contra los inmigrantes mexicanos que trabajaban en los campos de los estados sureños y consumían “la hierba asesina”, dice.

Boullosa cree que “la criminalización de los psicoactivos ha ido ligada siempre a actitudes y políticas racistas”.

“Anslinger estuvo en el centro de todo esto”, afirma.

Si cuando se expulsó a los chinos se les acusaba de usar su opio para convertir en esclavas sexuales a las estadounidenses blancas, los mexicanos de la década de 1930 también fueron desprestigiados.

En aquellos años de grave crisis económica, coincidiendo con la criminalización de la marihuana, EE. UU. deportó a cientos de miles de mexicanos, recuerdan los autores.

“Se decía entonces que la marihuana que consumían los mexicanos volvía a la gente violenta. Hoy sabemos perfectamente que la marihuana no tiene ese efecto”, concluye Boullosa.

Achaca la prohibición de la marihuana y la deportación masiva a “la narrativa racista” que se impuso contra los mexicanos.

En los últimos años, mientras cada vez más estados de EE. UU. despenalizaban el cultivo y uso de la marihuana, voces mexicanas reclamaban pasos en la misma dirección.

El flujo de las armas

Boullosa asegura que “la ganancia producida por la prohibición también va a EE. UU., a los fabricantes de armas y a los bancos”.

Según sus cálculos, entre el 75% y el 90% de los arsenales confiscados a sicarios en México proceden de EE. UU.

En su opinión son datos como este los que han llevado a que muchos en México empiecen a pensar que el muro en la frontera tal vez no sea una idea tan descabellada.

Aunque por motivos distintos a los de Trump. “Quizá seamos nosotros los que tengamos que protegernos de ellos”, dice Boullosa.

La investigadora lamenta que en el lado estadounidense de la frontera abundan los comercios donde cualquiera puede proveerse de armas de fuego sin restricción alguna.

Phoenix, en el estado norteño de Arizona, es uno de los puntos de venta más concurridos por los miembros del cartel de Sinaloa de Joaquín el Chapo Guzmán.

El flujo armamentístico se agravó en 2004, cuando el Congreso estadounidense levantó la prohibición de la era Clinton a la fabricación y compraventa de armas de asalto semiautomáticas.

El Senado también bloqueó la ratificación de la Convención CIFTA, firmada por Clinton y aprobada en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) para limitar y controlar la venta de armas en todo el continente, señalan los expertos.

Los grupos criminales mexicanos empezaron a pertrecharse de cada vez más armas, y cada vez más mortíferas, aumentando su potencia de fuego hasta rivalizar con la del Ejército federal mexicano.

Cuando en 2006 Felipe Calderón llegó a la presidencia de México y declaró su “guerra contra las drogas”, eran un enemigo mucho más temible.

Boullosa culpa de aquello al “lobby armamentístico” estadounidense y a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés).

“Los estadounidenses que se enriquecen con la venta de armas son muy conscientes de las enormes ganancias que produce este mercado”.

Por eso, dice, “han hecho una gran campaña para obtener los votos de los senadores que permitan una legislación asesina”.

Según ella, los fabricantes de armas de EE. UU. “tienen un enorme poder y son responsables de la tragedia mexicana, como lo son de las matanzas en escuelas e iglesias de su país”.

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