Internacional

Dos hermanos sirios con distrofia muscular llegan a Grecia

Dos hermanos sirios con una discapacidad física completa consiguieron llegar hasta Grecia con la ayuda de familiares.

El viaje estuvo cargado de obstáculos y duró dos años. Por el momento, el viaje se ha detenido en un campamento de refugiados al norte de Atenas, en condiciones deplorables.

En un video publicado por Amnistía Internacional, basado en imágenes tomadas por los familiares a lo largo del viaje, Alan Mohammed, de 30 años, relata los suplicios que atravesaron él y su hermana Gyan, de 28, para recorrer los dos mil 500 kilómetros que separan Siria de Grecia.


Alan y Gyan, que sufren distrofia muscular desde su nacimiento, huyeron de su hogar en Al Hasakah, en el noreste de Siria, cuando el Estado Islámico fue avanzando.

En tres ocasiones trataron de cruzar la frontera con Turquía, pero siempre tuvieron que retroceder por los disparos de la policía turca.

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Finalmente, optaron por cruzar a Turquía desde Irak, atados cada uno a un caballo con correas para evitar caerse.

Su madre, su hermano y su hermana menor iban detrás a pie, empujando sus sillas de ruedas, como cuenta Alan en el video que muestra imágenes de ese momento.

Como otros cientos de miles de refugiados, la familia acabó llegando a la isla griega de Quíos a bordo de un bote abarrotado de refugiados, en una travesía que duró cuatro horas, pese a que la distancia es mínima.

Desde hace casi seis meses los dos hermanos viven con su madre y sus otros hermanos en el campamento de refugiados de Ritsona, a unos 70 kilómetros al norte de Atenas, un campo que como la mayoría en Grecia tan solo cuenta con tiendas de campaña.


“Si ya es difícil vivir aquí para una persona sana, imagínese como es para un discapacitado, y yo no solo tengo uno…”, cuenta Amsha Husein Mohammad, la madre de ambos, que reconoce que nunca antes habían visto una carpa.


En el video Amsha relata las extremas vicisitudes que tienen que pasar a diario, pues sus hijos son incapaces de hacer nada por si solos.

“No pueden coger un vaso de agua, tampoco pueden secarse solos las lágrimas”, explica.

Pese a ello, Alan, que en Siria daba clases de recuperación a los niños después del colegio, no parece querer tirar la toalla.

En Ritsona ha organizado clases de inglés para los niños del campamento, lo que, cuenta, es la mejor parte de su día a día.

“El mejor momento del día es cuando estoy en el colegio y les puedo dar clases a los niños que se pasaban el día sin hacer nada más que estar tumbados, sin aprender nada”, explica.

Tampoco ha dejar de tener esperanzas y su sueño es ir a Alemania, donde están su padre y su hermana para poder “vivir una vida normal”, con algún trabajo y toda la familia unida.

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