Nota bene

La Última Cena

El wokeismo es anti-cristiano.

Jesucristo cenó por última vez con sus discípulos el Jueves Santo. Al día siguiente, murió crucificado. Modeló una actitud de servicio humilde al prójimo cuando lavó los pies de sus apóstoles al inicio de la ceremonia. Durante la cena, Jesús predijo que sería traicionado y que moriría. Los católicos creemos que ese día estableció dos sacramentos: la Eucaristía y el Orden Sacerdotal. Transformó el pan y el vino en su cuerpo y sangre, e instruyó a los apóstoles que hicieran lo mismo en su nombre. Cada vez que se celebra una misa alrededor del mundo, se replica la Última Cena; ocurre el milagro de la transubstanciación y Jesús se hace presente. Cada misa es una experiencia profundamente sagrada que nos inspira reverencia y gratitud.


Creo que no se termina de comprender la profundidad de la herida causada a los cristianos por uno de los actos de la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024. La mentalidad woke es, en esencia, anti-cristiana, aunque algunos de sus adeptos pretendan lo contrario. La cultura de la cancelación, la victimización grupal, la hipersexualidad, y el afán de corregir la plana a Dios en cuestión de género son actitudes incongruentes con la gracia, la misericordia y el perdón que caracteriza al cristianismo. Pero como el wokeismo es una ola cultural de vanguardia, y a los artistas les gusta provocar, el director artístico Thomas Jolly decidió con toda deliberación y conocimiento de causa incluir la escandalosa escena.


Miles de televidentes vieron a Barbara Butch, una DJ y activista LGBTQ+, aparecer en el centro de una larga mesa, vestida de azul y con una aureola, como Jesucristo. Estaba rodeada por varios travestis y una niña, como los apóstoles. De un gran cubreplatos plateado salió el cantante y actor francés Phillipe Katerine, desnudo e inexplicablemente pintado de celeste (¿Dioniso, dios del vino?). Él cantó su oda a la desnudez, Nu, mientras bailaba eróticamente. La composición inmediatamente trajo a nuestras mentes el cuadro La Última Cena, de Leonardo da Vinci.

La escandalosa escena fue deliberada.


Jolly afirma que él no quería burlarse de nadie, sino subrayar que los franceses pueden hacer y creer lo que quieran. Podría entonces haber montado una pasarela estrambótica sin invocar símbolos cristianos. Para aplacar a los críticos, explican que el tableau pretendía evocar a los dioses del Olimpo y se inspiró en la obra Festin des Dieux, de Jan Harmensz van Bijlert (1635), y no en La Última Cena. Lo que no dicen es que, en su tiempo, el cuadro de Harmensz fue también considerado una ofensa al cristianismo. Además, la misma Butch se jactó en redes de que habían escenificado el “Nuevo Testamento Gay”. Por otra parte, la tibia disculpa de la portavoz del Comité Olímpico Internacional (COI) es insatisfactoria, pues con el mismo aliento que pidió perdón, advirtió de que el anti-clericalismo y el secularismo son tradiciones tan atrincheradas en Francia como el catolicismo, y que, además, en su país es legal blasfemar.


El COI enfrentará pocas consecuencias duras por el contenido ofensivo del acto inaugural. Los atletas congregados en París en representación de 203 naciones son ajenos al escándalo y deben seguir adelante con las competencias. Cabe notar que, si los grupos agraviados hubieran sido progresistas radicales, París podría estar ardiendo en llamas hoy, debido a disturbios y manifestaciones similares a las que organizó Black Lives Matter (BLM) en plena pandemia. Los cristianos, en contraste, responden con educadas cartas, actos de desagravio y oración. Piden por sus victimarios tanto como por la comunidad de creyentes. Primero Dios este incidente acerque a muchas personas a la fe.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).