EDITORIAL

Absurda forma de festejar debe erradicarse

En años recientes ha vuelto a ganar fuerza, lamentablemente, una manera irresponsable, absurda y potencialmente mortífera de celebración durante las fiestas de fin de año: las detonaciones de arma de fuego. De más está decir que tales artefactos no son juguetes ni tienen una finalidad lúdica; no obstante, la impunidad prevaleciente, el anonimato factual y el estado de ebriedad se conjugan con una euforia que puede parecer gracejada, pero que en el fondo no es más que insensatez que puede cobrar vidas.

En apariencia, son escasas las probabilidades de que un disparo al aire vaya a segar una vida, sobre todo en áreas rurales, donde ocurre con mayor frecuencia este tipo de atentados. Pero la tragedia es propiciada por actitudes indolentes, aun sin intención aparente de causar daño, pero el peligro arranca desde que se exhibe y blande un arma innecesariamente. Nada libra a una persona de la causalidad moral por una muerte provocada por tiros al aire, aunque ni siquiera se entere del daño.

Minutos después de la llegada del 2020, la niña Nahomi Alexandra Chalí Yoc, de 9 años, se encontraba en la acera de su casa quemando estrellitas de pólvora, después de darse el abrazo de bienvenida de Año Nuevo, en la colonia San Miguelito, Villa Nueva. Su abuelo estaba cuidándola cuando, repentinamente, la vio caer al suelo. Pensó que se había tropezado, pero no fue así. La menor fue impactada en la cabeza por una bala disparada al aire, a saber dónde ni por quién, lo cual no hace menos homicida a tan irresponsable persona. No se trató del primer caso y tampoco, desgraciadamente, del último. En ocasiones, las balas han traspasado techos de lámina o paja de humildes viviendas.

Expertos en física y armas coinciden en calcular que una bala disparada al aire puede llegar a alcanzar entre mil 500 y tres mil 500 metros de altura, dependiendo del arma, y según la inclinación del cañón, puede caer en un punto impredecible dentro de un radio de uno a tres kilómetros. En la inercia de la caída, el proyectil puede llegar a alcanzar una velocidad de entre 150 a 200 kilómetros por hora, lo cual corresponde solo a una sexta parte de la velocidad con que sale de la pistola, pero que es suficiente para atravesar techos de lámina y causar una herida mortal.

Es necesario recordar que no hace falta un deceso para que haya una condena por disparar al aire. Sin embargo, la falta de denuncia y la inacción de las autoridades han creado una percepción de falta de castigo a tal delito e conformidad con la Ley de Armas y Municiones, que señala que comete el delito de disparos sin causa justificada quien dispare con arma de fuego sin una causal. La persona responsable de ese ilícito puede ser sancionada con prisión de uno a tres años, el decomiso del arma y el impedimento para tramitar una nueva licencia de tenencia o uso. Si no se tiene permiso, se agrega el delito de portación ilegal.

Es lamentable decir que la portación ostentosa de pistolas, escopetas, fusiles y ametralladoras, prohibida taxativamente por la ley, se ha convertido en una práctica frecuente en ciertas ferias patronales, desfiles hípicos y exhibiciones de carrozas en la provincia. Es una demostración de poder ejercida por grupos al margen de la ley, aunque también por caciques locales que se creen intocables. No obstante, los disparos al aire suelen ser cosa de ebrios y prepotentes. Por eso, las comunidades y vecinos responsables pueden y deben denunciarlos.

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