Editorial

Días de fuego en el volcán de Agua

La cobertura boscosa en Guatemala es mucho más que un aspecto estético e histórico, es la conservación de ecosistemas.

De larga data son los incendios forestales en Guatemala, en todas las regiones, en todos los departamentos, de todos tamaños. No es un problema exclusivo del país, pero eso no es consuelo y mucho menos excusa, sobre todo cuando detrás de aparentes “accidentes” hay deliberada intención de ocasionar un siniestro. De hecho, según datos de 2022 del Instituto Nacional de Bosques (Inab), el 99% de fuegos forestales son causados por actividades humanas y la mitad de estos surge  con la intención de destruir masa boscosa. La otra mitad se puede atribuir a negligencia o irresponsabilidad de personas que efectúan rozas agrícolas, quema de basura o caza furtiva.

El fuego que consume flora y fauna en las faldas del volcán de Agua no es sino el más notorio caso de un problema que año con año arrasa con bosques en cerros, parajes, barrancas y llanuras. De hecho, además del citado incendio hay otros seis oficialmente activos y siete declarados como “controlados”, lo cual no quiere decir extintos, aunque sí próximos a ello. Uno de los más preocupantes es el que se registra en un cantón de Totonicapán, cuyos comunitarios se organizan para las tareas de desmonte y apertura de brechas, a fin de cortarle paso a las llamas.

En el volcán  trabajan brigadas de bomberos forestales, además de soldados y voluntarios, siguiendo protocolos de seguridad que privilegian la integridad de las personas. Helicópteros y avionetas lanzan agua, pero las llamas persisten. Hay buena voluntad, optimismo, pero debemos ser realistas y reconocer la limitación de recursos. El tiempo apremia y  no debería esperarse para pedir ayuda a otras naciones    “cuando el país ya no tenga capacidad de respuesta para atender la emergencia”, como declaró la titular de la Conred, Claudinne Ogaldes.

Pedir ayuda no es señal de miedo ni de incompetencia, sino de prudencia y responsabilidad. Tampoco es menosprecio en manera alguna a la capacidad de los apagafuegos locales, sino un apoyo necesario en momentos apremiantes. En todo caso, el auxilio puede ser para alguna de las otras regiones afectadas por el fuego  que muy probablemente no estarían en el ojo público, de no ser por la alerta suscitada por el emblemático e icónico coloso antigüeño. Son miles de hectáreas las que se queman cada año, y aunque se creó un Sistema de Protección Forestal en 2001,   fue derogado durante el gobierno de Jimmy Morales, en 2017.

La cobertura boscosa en Guatemala es mucho más que un aspecto estético e histórico, es la conservación de ecosistemas de los cuales las propias comunidades son parte. Con frecuencia se oye de protestas de vecinos que exigen agua potable, pero prácticamente no hay una contra la tala de árboles —incluyendo aquella que se autoriza bajo apariencias legales-, que    con los incendios  son los grandes creadores de regiones áridas y estériles.

Grandes bosques remanentes como la Sierra de las Minas, la Biosfera Maya, Manchón Guamuchal, Cerro San Gil, Canal de Chiquimulilla, los santuarios del Quetzal en Baja Verapaz, Atitlán y San Marcos exhiben el potencial ecoturístico y climático de la conservación. No obstante, también se han visto afectados por fuegos usualmente surgidos de la irresponsabilidad: fogatas mal apagadas, colillas de cigarro encendidas, fósforos e incluso  juegos pirotécnicos pueden ser detonantes de un nuevo desastre que termina impactando a todos. El volcán de Agua con fuego plantea un llamado con sonido de ramas quemándose y humo en los ojos.

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