Editorial

No hay basura ni aire ni desagües ajenos

Es una pena que hasta la responsabilidad parezca ajena.

La crisis ambiental guatemalteca lleva décadas incubándose a través de deterioros paralelos: toneladas de basura vertidas a diario por municipalidades que, por décadas, han relegado la importancia de un manejo sostenible de desechos sólidos; se limitan a recolectar y tirar, dejándole el problema a otros. Hace años colapsó el relleno sanitario manejado por la Autoridad del Lago de Amatitlán, se anunció su cierre en 2021, pero no existe aún alternativa viable para deponer tanta basura, y menos plantas funcionales de clasificación y tratamiento.


Con el reciente incendio —que las autoridades consideran intencionado— y el consiguiente agravamiento de la polución del aire regresa la emergencia a la opinión pública, se encienden las sirenas y se habla de evaluar opciones. Pueden pasar dos cosas: la más probable, que en unos seis meses el tema vuelva a quedar olvidado por el cortoplacismo, o que en ese mismo lapso surja una estrategia seria, de Estado, para abordar la marejada de desechos que no es ajena, sino de todos.


Es curioso que la calamidad del relleno de Amsa se parezca a la del vertedero en movimiento que flota en afluentes y cuenca del río Motagua. Solo que una está inmóvil y a medio enterrar, mientras la otra sigue su curso hasta el golfo de Honduras. También se asemejan en algo más: su impacto es directamente proporcional a la indolencia de las autoridades, las comunidades y también de los ciudadanos. Cada uno, en cada nivel, cree que el problema es ajeno o quiere creerlo. Esto se convierte, a su vez, en el mayor valladar para enfrentar el desafío con madurez, seriedad y sostenibilidad. Es una amenaza que se cierne, asimismo, sobre joyas turísticas como el lago de Atitlán, los humedales de manglar o las playas del Pacífico y el Atlántico.


Respecto del deterioro del aire que se respira en el área metropolitana del país, se han quedado engavetadas o apiladas en algún escritorio burocrático las llamadas de atención, los avisos de expertos y los planes para intentar controlar las emisiones. Es irónico, pero tantos informes, análisis y monitoreos también se convirtieron en desechos. Y por tal razón hasta los bebés y los escolares respiran residuos tóxicos provenientes de combustiones de todo tipo: del incendio del vertedero, de automotores y de chimeneas de grandes dimensiones. Antes estas sustancias eran ventiladas por corrientes naturales de aire hacia el sur, pero por obra del cambio climático y desaparición de bosques ahora permanecen flotando sobre la urbe como una nube de infortunio o más bien de negligencia.


La implementación de la Ley de Desechos Sólidos fue pospuesta, pero ya debería existir un calendario de aplicación obligatoria. Los habitantes y los recolectores deben entrar en una nueva cultura de colaboración y adaptación. Existen en el país modelos en funcionamiento para aprovechar la materia orgánica e inorgánica, de papel, plástico, vidrio y metales. No es la solución total, pero sí una estrategia urgente contra la contaminación que hoy nos inunda con sus secuelas.


Las comunas se han hecho las desentendidas o las menesterosas a la hora de construir y poner en funcionamiento plantas de tratamiento de aguas servidas, pero también la persona de a pie deja tiradas bolsas plásticas, envases de refrescos, platos y pañales desechables, como si esa basura ya no le perteneciera. Pero sí nos pertenecen los desechos y las consecuencias cada vez más severas en la disponibilidad de agua, de áreas forestales, de aire sano, de ríos limpios. Es una pena que hasta la responsabilidad parezca ajena.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: