Editorial

Prevención vial debe abarcar todo el año

Las autoridades tienen una responsabilidad clave: velar por el respeto a la Ley de Tránsito.

Es inminente el maremágnum vial de la Semana Santa, que comienza incluso desde el mismo Viernes de Dolores. El constante aumento anual de automotores implica un agravamiento paulatino de la aterosclerosis vial, pero durante el asueto largo transforma en un auténtico calvario las salidas de la capital, los ingresos a ciertas cabeceras departamentales o parajes turísticos. Asimismo, existen agobiantes cuellos de botella en tramos como Cocales, El Rancho o San Bernardino, Suchitepéquez,  impuestos por la desidia, la negligencia o la corrupción de gobiernos que fueron incapaces de generar soluciones.

Todo este cuadro de la infraestructura genera tardanza en desplazamientos, incrementa ansiedades y detona conductas agresivas; se dispara la comisión de imprudencias de todo tipo, incluyendo las más obvias, absurdas y, por ende, potencialmente mortales. Las autoridades tienen una responsabilidad clave: velar por el respeto a la Ley de Tránsito, pero no solo en este momento y a última hora. Generar una cultura de respeto vial debe ser una tarea de reeducación permanente, para exhortar la urbanidad al volante, el mantenimiento vehicular preventivo y sancionar a los ofensores alcoholizados, temerarios o antisociales, ya sea que piloteen automóvil, motocicleta, camión o autobús.

Tal tarea debe ser sistemática y efectuada de manera inteligente y en tramos  adecuados, para no añadir cuellos de botella que agraven los ya crónicos congestionamientos. Los ciudadanos conductores también deben evaluar su conducta, algo que parece una redundancia, pero no lo es. La ley es fundamental, pero más práctica y proactiva es una actitud vial de respeto mutuo, cuidado de la vida y certeza de que las calles y carreteras son espacios compartidos.

Las empresas de transporte de pasajeros deben hacerse responsables, tanto de manera institucional como gremial, de exigir a sus pilotos abstenerse de prácticas riesgosas e ilegales, que son una lotería de muerte en la cual están en juego vidas ajenas. Merecen repudio y denuncia pública acciones como rebasar en curvas, formar terceras y cuartas filas, avanzar a contravía, pelear pasaje o efectuar competencias de velocidad. En áreas rurales, muchas normativas vitales se hacen laxas e incluso invisibles, con el correspondiente incremento de percances, heridos y muertos. Es innegable e histórico que durante el mayor asueto del año suelen incrementarse los percances viales, a causa del masivo desplazamiento motorizado nacional, ya sea familiar, comercial, logístico o turístico.

En el 2023 hubo 12 mil 163 sucesos de tránsito en Guatemala. Son 33 diarios, que dejaron dos mil 273 muertos y ocho mil 914 con lesiones, a menudo permanentes e incluso incapacitantes. Ya se anuncian, como siempre, los operativos de prevención en Semana Santa, pero al observar la incidencia anual total, cabe cuestionar si la estrategia debe ser permanente y en constante mejora a través de una inclusión cada vez mayor de la tecnología.

El aumento en el uso de motocicletas merece un párrafo aparte, porque en esa misma medida ha crecido la cifra de accidentes. La obligatoriedad en el uso de casco y el refuerzo a la limitación al número de ocupantes son verificaciones ineludibles. Hospitales nacionales y también del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social están sobrepoblados de motoristas accidentados, que a veces son víctimas y a veces causantes. Suelen tener lesiones graves, de difícil y prolongada curación. Lamentablemente, muchos conductores piensan que tales impactos solo le pueden pasar a otros, hasta que llega el instante inesperado.

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