ALEPH

El sexto continente

|

El planeta tierra hospeda hoy en día —en algunos territorios muy solidariamente, en otros muy xenófobamente— 200 millones de migrantes. Se calcula que, de seguir a este ritmo de violencias y desempleo, la movilidad humana dará pie a un sexto continente en aproximadamente veinte años. Siendo Guatemala parte del corredor migratorio más grande del mundo y un territorio de expulsión plagado de violencias, esta problemática es ineludible.

No es un tema de coyuntura, sino un fenómeno de larga data que no deja de preocupar y que pide, sostenidamente, reflexiones y una atención integral. Además, Guatemala depende de las remesas económicas que envían los migrantes. Los US$4 mil 500 millones que se reciben anualmente en ese rubro resuelven parte de los vacíos que deja el Estado guatemalteco y las exclusiones históricas que han vivido numerosas generaciones de personas en el país. No podemos dejar de reflexionar reiterada y transdisciplinariamente sobre lo migratorio, para actuar efectivamente en consecuencia.

Hoy, incluso, se habla de las remesas sociales, ese conjunto de ideas, cultura, educación, prácticas y formación de capital humano que fluyen del país de destino de la emigración al país de origen. Las remesas sociales provienen también de las personas migrantes y afectan la identidad cultural, las relaciones familiares, el rol de la mujer, la situación política y económica de los países expulsores. Quienes acuñan este término consideran que estas remesas son esenciales para transformar realidades sociales, políticas, económicas y tecnológicas de los países de origen. Este tipo de remesas implican que los profesionales que se forman en el país de destino, regresen al país de origen, con el fin de modernizar las estructuras de producción y las exportaciones desde los países expulsores.

El 2014 desnudó la diáspora infantil guatemalteca hacia Estados Unidos, un fenómeno que se venía teorizando muy tímidamente durante la última década. Este hecho, más que dejarnos cifras, retrató a una sociedad en crisis, afectada por múltiples violencias simbólicas y materiales. Que los niños, niñas y adolescentes se vayan de su país, pone en evidencia los niveles de desarraigo y desidentidad que experimentan millones de personas en Guatemala, desde etapas tempranas de su desarrollo. Esto se comprende muy bien desde la teoría.

Pero ¿qué sienten esos muy jóvenes cuerpos nómadas, migrando en condiciones de alta vulnerabilidad? ¿Qué sienten, en general, las personas migrantes de todas las edades ante este caminar forzado o voluntario que plantea profundos desarraigos y transposiciones identitarias? Es cierto, ahora el internet permite una comunicación más cercana y fluida entre quienes se van y quienes se quedan, pero las variadas tecnologías de la información y de la comunicación son apenas “prótesis afectivas”, como señala la Dra. Elizabeth Rohr. Son los cuerpos nómadas, esas entidades que no se poseen sino que “son” y acontecen, los que precisan de la cercanía afectiva, de necesidades satisfechas, de oportunidades para desarrollarse plenamente. Si no, ¿por qué tantos niños, niñas y adolescentes van en busca de una reunificación familiar? El tema está más vigente que nunca.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.