Historia e historiadores

J.C. CAMBRANES

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 En su presentación, el autor agradece a los historiadores ingleses que contribuyeron a su formación profesional en la Universidad de Londres. Casanova agradece también a dos grandes de España en la historiografía contemporánea: Joseph Fontana y Santos Juliá. Del primero dice que es “uno de nuestros escasos historiadores que ha reflexionado con rigor sobre la teoría de la Historia”. De Juliá afirma que en su libro Historia social-sociología histórica (Siglo XXI, 1989) “plantea ya algunas de las cuestiones” sobre las que Casanova hace hincapié en su trabajo publicado.

Con toda honradez y profesionalidad académica, Casanova reconoce que él no inventa nada de lo que escribe, sino simplemente selecciona, ordena y discute algunos de los temas fundamentales en torno a los cuales evoluciona la historia social de los pueblos. “Es evidente que no puede esperarse”, dice el profesor Casanova, “abarcar en una síntesis todos los aspectos de un campo de estudio que se ha desarrollado con enorme celeridad en las últimas décadas, donde las orientaciones teóricas son tan diversas —y a menudo tan vagas y poco claras—, las peculiaridades nacionales tan importantes, y cuyas orientaciones futuras están siendo hoy replanteadas”. Afirma que su intención es proporcionar las claves para la comprensión del desarrollo de la historia social, ofreciendo “un análisis historiográfico dedicado a estudiantes, historiadores y a todos aquellos que consideran la historia como fuente común de inspiración, creación y debate”.

Con sencillez y maestría, Julián Casanova nos manifiesta, al contrario de lo que la mayoría de la gente estima, lo duro, ingrato y agotador, tanto física como mentalmente, que es estudiar la historia política en la actualidad. Los ejercicios escritos en este campo son obra de no historiadores, de gente común que se cree con derecho a pontificar sobre sus recuerdos generalmente imaginativos o fuertemente impregnados de ideologías caducas, de derecha e izquierda.

“Sociedad, economía y cultura han cautivado recientemente la atención de los historiadores”, escribe Casanova. “En las últimas décadas, la vieja historia política se ha convertido en un cadáver al que muy pocos parecen respetar. Si Ranke se levantara de entre los muertos para poder leer libros de historia, comprobaría que los herederos de sus discípulos, pese a ocupar algunos de ellos los sillones más cómodos del mundo académico, habían perdido gradualmente las posiciones. De regreso a la tumba, el maestro suspiraría posiblemente al recordar la época en que la historia política era una forma exquisita, aristocrática y elitista de pensar y escribir sobre el pasado”.

En Guatemala nuestra historia social y nuestra historia política se entrelazan en una historia viva que persiste hasta nuestros días. ¿Cambiará esto con el inicio de una nueva era?

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