VENTANA

La ciudad del agua

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Una reflexión a vista de pájaro y rayos infrarrojos sobre Kaminaljuyú, que en mi opinión debería llamarse “la ciudad del agua.”

Vi una foto tomada desde un dron del parque arqueológico de Kaminaljuyú, que me impactó. Se aprecia una isla verde, que está a punto de ser asfixiada por un mar de viviendas y centros comerciales de las zonas 7 y 11 de la ciudad capital. Kaminaljuyú (Cerro de los Muertos, en k’iche’) fue una ciudad milenaria. Su asentamiento central cubrió más de 8 km2. “Hoy ya no existe. La ciudad moderna la destruyó. De los 200 edificios quedan 32”, comentó en una conferencia en el Museo Popol Vuh, la doctora Bárbara Arroyo.

La doctora Arroyo y su equipo de arqueólogos temen que los vestigios desaparezcan. Por eso luchan con denuedo para protegerlos. El epicentro abarcó desde el sitio arqueológico actual, más allá del Trébol, hasta Lomas de Cotió, donde está el Seminario Mayor. Incluyó también lo que hoy es el cementerio de la zona 3, el parque La Democracia, la colonia Tulam Zu y el sector de Las Charcas, incluyendo el hospital Rodolfo Robles. Bárbara anhela reconstruir el complejo rompecabezas de su alucinante historia, que ocupó tres mil años. Kaminaljuyú fue un centro ceremonial, cultural y comercial vasto. Formó parte de la red de comercio del jade, la obsidiana, cacao, maíz, cerámica. Tuvo contacto con Tikal, Tak’alik Ab’aj, Teotihuacán… No obstante, lo que distingue a Kaminaljuyú es el manejo del agua. Su desarrollo en la meseta templada del Valle de Guatemala, a 1,450 metros sobre el nivel del mar, con tierra fértil, rodeada de montañas, volcanes, ríos y un lago que se situaba entre lo que hoy es la calzada Roosevelt y la San Juan, le dio esplendor y poder.

Si tuviéramos un dron que regresara en el tiempo, nos traería imágenes que nos enmudecerían por su belleza. Desde tiempos tempranos la ciudad fue planificada. Sus arquitectos la integraron al paisaje natural considerado vivo y sagrado. Sus plazas abiertas, los templos pintados y alineados con los volcanes. Los canales de irrigación desembocaban en piletas para llevar el agua hasta zonas residenciales, para que sus habitantes regaran huertos y cultivaran ¡miles de jardines! Fue espectacular. En el período Clásico Temprano, 330 a 430 d.C., la eficiencia en el manejo hidráulico llegó a ser tan grande que construyeron tuberías cerámicas, que al ser descubiertas, hace medio siglo, los arqueólogos creyeron que pertenecían a la época Colonial.

Es cierto que la antigua ciudad casi desapareció, pero si tuviéramos un dron con rayos infrarrojos, “observaríamos que la ciudad sigue allí”, agregó el Clarinero. El paisaje nocturno la perfila. Los sacerdotes que practican la espiritualidad maya contemporánea la invocan a través de sus divinidades en sus calendarios y con quienes dialogan. “Sí, Rita, me dijo Bárbara, llegan a celebrar solsticios y equinoccios como también a pedir buenas cosechas, para curar, ¡para tener suerte en el negocio y en el amor!” ¿Por qué no pedirles a sus ancestros ese talento colectivo del manejo del agua? ¡Ahora más qué nunca lo necesitamos los chapines!

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