EL QUINTO PATIO

La culpa es del pobre

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Chile es un ejemplo devastador de cuánto inciden las políticas económicas en la pérdida del equilibrio de los ecosistemas y, como consecuencia, en las catástrofes mal llamadas “naturales”. La naturaleza no reacciona como lo hace en Atacama como parte de su evolución, lo hace porque las industrias extractivas han socavado la tierra hasta romper los procesos normales de desagües y regímenes de fuentes hídricas. Así como sucede actualmente en otros países en donde la minería, los monocultivos, las hidroeléctricas y la explotación de hidrocarburos se protegen y privilegian a costa de la integridad de la tierra y de su población.

Brasil es otro ejemplo de la devastación. La Amazonia, el gran pulmón del mundo, sufre de enfisema progresivo y letal. Su biodiversidad, la más rica del planeta, ha sido objeto de una auténtica campaña de exterminio ante la pasividad de los gobiernos que comparten el enorme territorio amazónico.

La prevalencia de intereses capitalistas ha provocado los peores daños a la vida y a las posibilidades de desarrollo de las comunidades humanas. El sistema económico impuesto por los países más desarrollados fue diseñado precisamente para saquear, explotar y controlar a las naciones más ricas en recursos pero más pobres en soberanía, situadas en el hemisferio sur. Los países europeos, colonizadores de las naciones africanas, extrajeron de ese continente todo lo que pudieron y con ello amasaron enormes fortunas dejando pueblos arrasados, hundidos en conflictos bélicos y sumidos en la más absoluta miseria. Similares técnicas se emplearon y se utilizan actualmente en ciertas regiones de nuestra América, con el propósito de sacarle todo el provecho posible a regímenes débiles y corruptos, ávidos de enriquecimiento personal a costa de sus poblaciones más vulnerables.

Los pobres, sin embargo, sufren el estigma de la culpa por su condición de pobreza. Se les señala por poblar los cerros de Valparaíso con casuchas de cartón, por invadir los barrancos de la capital guatemalteca o por vivir en laderas susceptibles a deslaves cada vez que llueve un poco fuerte. En esa sintonía, la repartición de culpas entre las víctimas de estos sistemas expoliadores funciona como un castigo adicional y un estigma sobre su injusta condición.

La visión de la tragedia actual en el norte de Chile nos trae imágenes de lo que sucederá, sin duda alguna, en cuanto comience en Guatemala época lluviosa. Ninguna política de previsión ni acciones puntuales para evitar pérdidas humanas han surgido desde las instancias responsables. Existe, en cambio, una actitud de aceptación de lo supuestamente inevitable, como si las fuerzas de la naturaleza nada tuvieran que ver con la corrupción en la asignación de contratos en obras públicas mal diseñadas o en la concesión de licencias de explotación de los recursos naturales.

Los pobres tienen la culpa por ser pobres, dicen los más privilegiados, cómodamente sentados sobre fortunas amasadas a costa de la miseria de más de las tres cuartas partes de la población, sobre la desnutrición crónica infantil y sobre la falta de escuelas y de servicios de salud. Indignante.

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