EDITORIAL

La vieja política contra las cuerdas

Unos 5.2 millones de salvadoreños acudirán mañana a las urnas, en las sextas elecciones presidenciales de la posguerra, en un capítulo que anticipa repetir el momento que vive la región: hartazgo con la vieja política, ante el fracaso de los partidos tradicionales en resolver añejos problemas y los cuales han optado por continuar con un modelo de frustraciones y expectativas incumplidas.

La política tradicional, ahora identificada como la vieja política, está a las puertas de recibir también un revés en El Salvador, ya que los dos partidos tradicionales aparecen en las encuestas en las segundas posiciones de preferencia del electorado, aunque uno de los dos participará en la segunda vuelta con el candidato opositor de una nueva agrupación partidaria.

El primer partido que está prácticamente descartado de pelear una de las dos posiciones necesarias para continuar en la contienda es el oficialista-izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que después de dos gobiernos, el penúltimo marcado por la corrupción, se coloca, de acuerdo con los sondeos, en la tercera posición de las preferencias.

El candidato con más posibilidades de alzarse con el triunfo, aunque es difícil que lo consiga en la primera vuelta, es Nayib Bukele, de 37 años y del partido de reciente formación Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana), con el antecedente ser una agrupación que se desliga del derechista partido Arena. Uno de sus fundadores es el expresidente Antonio Saca, quien el pasado mes de septiembre fue condenado a 10 años de prisión por el desvío de más de 300 millones de dólares.

El posible contendiente de Bukele para disputar la presidencia en un balotaje es el empresario de supermercados Carlos Callejas, de 42 años, postulado por el derechista partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), el que más tiempo ha gobernado El Salvador y también el que más casos de corrupción acumula en su historial.

Si los pronósticos se cumplen, El Salvador estaría dando un paso en el rompimiento de un bipartidismo que se acerca a las cuatro décadas, aunque esto no se traduzca en una plena garantía de cambio, pues el favorito para alzarse con la victoria ha sido un militante del actual partido oficial y ahora busca la presidencia con una nueva agrupación integrada por antiguos fundadores de Arena.

Aunque Bukele resulte victorioso en estas elecciones, el cambio en la realidad de millones de salvadoreños tampoco está garantizado, pues ha dejado muchas dudas en el planteamiento de su programa de trabajo, al igual que sus contendientes. El Salvador comparte las mismas angustias con los países vecinos: pobreza, desempleo, migración e inseguridad, y economías estancadas o con crecimiento insuficiente para generar prosperidad, factores que contribuyen a la migración irregular.

El fin del bipartidismo y la irrupción en el escenario de un partido aparentemente nuevo no es garantía de que El Salvador se encamine por la senda del cambio y más bien podría convertirse en nuevo fiasco, tal y como ocurrió en Guatemala, donde un partido de reciente formación busca a un novato de la política para prometer competir contra el viejo modelo. Bukele cumple con esos requisitos, pero también enfrenta el escepticismo de poderosos sectores que temen que una eventual victoria suya divida más a la población y sea incapaz de enfrentar los enormes desafíos que agobian a los salvadoreños.

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