EDITORIAL

Las contradicciones gubernamentales

La actitud contradictoria del Ejecutivo parece estar llevando a límites insospechados la conducción gubernamental. Así como un día el presidente puede sonreír con facilidad, enfundado en una vestimenta militar, al siguiente muestra un tono marcado por la alteración, para recriminarle, una vez más, a la Contraloría General de Cuentas, “que lo dejen trabajar”.

Los frecuentes dislates del mandatario están creando demasiada incertidumbre entre la población, porque hacen muy difusa la frontera entre sus propias ocurrencias y la agenda o conducta a asumir en determinados actos que podrían estarle sugiriendo algunos de sus más cercanos colaboradores, al punto de que se vuelve sumamente difícil determinar quién utiliza a quién.

Algo de lo más preocupante es que el presidente no parece tener claro cuál es el papel que le corresponde desempeñar. Cuando se viste con un uniforme militar se puede interpretar como un paso al pasado. Se puede pensar que la presencia de los uniformes militares al frente del Ejecutivo se suponía parte de la historia, al extremo de que ni siquiera el anterior presidente, un general de carrera, llegó a vestir esa indumentaria.

Hoy, sin prudencia o meditación sobre los alcances de esa decisión, lo hace uno de los presidentes civiles menos preparados, que tampoco parece tener plena conciencia de sus implicaciones y justifica las numerosas críticas que levantó una acción que incluso podría ser una usurpación de calidad, porque simplemente no es militar ni tiene ninguna justificación para fingir esa categoría.

Debe recordarse que ese doble uso de la figura presidencial o de recursos del Ejército ha sido una constante en este gobierno, al punto de haber violentado la ley cuando el anterior ministro de la Defensa pretendió beneficiar al mandatario con un bono ilegal que le había costado al Estado 450 mil quetzales, los cuales fueron devueltos en forma expedita, precisamente cuando la Contraloría hizo los reparos y amenazó con llevar más lejos la denuncia.

Ese uso y abuso contra las instituciones plantea el doble rasero en el desempeño de la primera figura política del país. Parece privilegiar un mejor trato a quienes literalmente lo manipulan, poniéndolo además en ridículo, contra quienes, al cumplir con su deber, incomodan a alguien por lo visto solo interesado en escuchar gratas melodías, pero que cierra el paso a la menor estridencia.

La CGC ha venido cumpliendo un papel meritorio en los últimos meses, aunque quien hoy ocupa el máximo cargo en esa entidad tuvo una conducta reprochable en su anterior gestión. Cuando la cabeza del Ejecutivo arremete desde su alta posición de poder para descalificar ese trabajo, le hace mucho daño a la institucionalidad, además utilizando argumentos populistas de los cuales solo el tiempo se encargará de poner en su justa dimensión.

Cabe recordar que con este gobierno se han radicalizado las posturas de resistencia a la transparencia y nadie parece entender lo importante que es la rendición de cuentas, lo cual requiere como primer paso dejar de hacer las cosas de manera burda para evitar precisamente que los entes de fiscalización cumplan con sus obligaciones. El sentido común es hoy más necesario que nunca.

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